País: Japón. Año: 2014. Director: Mipo Oh. Intérpretes: Go Ayano, Chizuru Ikewaki, Masaki Suda. Género: drama. Duración: 120 mins.
Con su tercera película hasta la fecha, la directora Mipo Oh se ha erigido ya como uno de los estandartes del cine japonés actual. The Light Shines Only There fue escogida por parte de la Academia japonesa como la representante nacional a los Oscars 2015 (en los que no llegó a ser finalista), además de ser considerada la mejor película del año por parte de la prestigiosa revista de cine Kinema jumpo.
El film relata una historia de redención a través del amor, la de Tatsuo (Go Ayano) y Chinatsu (Chizuru Ikewaki), dos jóvenes traumatizados por experiencias límite que deambulan por la existencia abandonados al autodesprecio y el martirio… hasta que se encuentran y recuperan las ganas de vivir. La ‘seriedad’ de su tema, el buen trabajo de sus intérpretes y su forma sobria y eficaz, justifican los reconocimientos mencionados, aunque no se trate de ningún logro. La película, por otro lado, plantea al analista interesantes cuestiones relativas a sus intenciones. La primera sería si quiere ser/hacer un retrato de las clases bajas niponas, de ese sector social ajeno a las informaciones que suele generar este privilegiado país, incluso localmente. De ser así, resultaría discutible por la decisión (desconozco si en la novela que adapta ocurre lo mismo) de aislar de su entorno a los protagonistas (Chinatsu y su familia viven en una chabola junto al mar que no parece ubicarse en ningún ‘barrio’), evitando que podamos dar mayor dimensión a las miserias que reflejan.
El otro debate que se podría tener es el de cómo se justifica la acumulación de desgracias que atenazan a los personajes: para sobrellevar la pobreza, Chinatsu se prostituye a la vez que mantiene una relación sentimental con un hombre casado que la maltrata, su hermano ha estado en la cárcel y padece un trastorno psicológico, su padre está en estado casi vegetativo pero demanda constantemente satisfacciones sexuales que su madre (amargada y también algo fuera de sí) o ella misma deben proporcionarle… ¿Realismo u obscenidad? ¿Necesidad o efectismo?.
Demasiadas cuestiones para un comentario tan breve. Que cada cual haga su valoración.
Lo mejor: Masaki Suda, joven promesa de la interpretación japonesa.
Lo peor: Pues eso, que despierta dudas.
País: Corea. Año: 2014. Director: Jung July. Intérpretes: Bae Doo-na, Kim Sae-ron, Song Sae-byeok, Jang Hie-jin. Género: drama. Duración: 119 mins.
He aquí una ópera prima destacable (algo a lo que nos tiene acostumbrados el cine coreano, por cierto). En primer lugar, por su buena factura, conseguida a pesar del mínimo presupuesto con que contó la producción (el equivalente a 300.000$). Y en segundo lugar por su ambición, reflejada en la multitud de ‘temas’ que pretende abordar, aunque alguno quede descuidado. Se trata, además, de cuestiones social y políticamente delicadas, como son la homosexualidad, la explotación laboral de los inmigrantes o el maltrato a menores. Si a esto le sumamos que la dirección corre a cargo de una mujer, joven (34 años) y primeriza, sorprende que el film haya llegado a ver la luz (sin duda, el apoyo de Lee Chang-dong resultó fundamental). Consciente de tantos hándicaps (y lo son en este contexto industrial, nos guste o no), Jung July, la directora, jugó una de sus mejores cartas al convencer a dos caras conocidas como Bae Doo-na (The Host, Air Doll, Cloud Atlas) y la jovencísima Kim sae-ron (Una vida nueva, El hombre sin pasado) de que participaran ¡sin cobrar! en la película. La primera encarna fabulosamente a Young-nam, una agente de policía transferida a la fuerza a una comisaría rural -tras un incidente que se revelará avanzado ya el metraje-, donde conoce Doo-he (Kim), una niña maltratada por su padrastro y la madre de éste. Para protegerla, ante la pasividad cómplice de las autoridades, la llevará a su casa, tratándola como a una hija y despertando el recelo de la comunidad.
Jung combina el melodrama con insinuaciones al terror que nos alertan del progresivo trastorno psicológico que sufre Doo-he. El encaje no es perfecto, pero sí sugerente, y delata la voluntad de trabajar una voz propia. Seguro que no tardaremos en verlo más claro.
Lo mejor: Su valentía.
Lo peor: Hay agujeros en el guión.
País: Corea del Sur. Año: 2014. Director: Lu Zhang. Intérpretes: Park Hae-il, Shin Min-a, Yoon Jin-seo, Kim Tae-hoon. Género: drama. Duración: 145 mins.
La ciudad de Gyeongju, al sureste de la península coreana, fue antiguamente la capital de un poderoso reino, cuyos vestigios (entre los que destacan unos imponentes túmulos funerarios) dominan aún el escenario del lugar, como en pocos lugares de Corea. Parece, pues, un entorno más que propicio para situar una historia de reencuentro con el pasado, la de Choi Hyeon (Park Hae-il), un coreano residente en Beijing, donde imparte clases de política regional en la universidad, que regresa tras varios años a su país para asistir al funeral de un amigo. Tras la poco concurrida ceremonia, y habiendo compartido recuerdos con otro antiguo compañero, Hyeon decide aprovechar el viaje para visitar Gyeongju, donde los tres disfrutaron de uno de sus últimos encuentros, antes de volver a China con su mujer. Sin un propósito concreto, salvo el de localizar una casa de té donde recuerda que vieron una pintura de carácter erótico, Hyeon deambula por la histórica ciudad sin detenerse (salvo un caso) en los lugares turísticos. Pasea, en cambio, por calles anodinas, y se detiene en parques, restaurantes y karaokes; queda con una ex-novia y entabla amistad con la joven dueña de la tetería que andaba buscando. Los devaneos del protagonista, las situaciones ‘incómodas’ y la apuesta por cierto naturalismo formal recuerdan al cine de Hong Sang-soo, si bien Lu Zhang no se muestra tan juguetón con la narrativa (aunque también le gusta emplear la ‘repetición’ como elemento estructural), ni ridiculiza a sus personajes y sus vanos escarceos amorosos del mismo modo.
Lo mejor: El lento despliegue de las claves dramáticas de la historia.
Lo peor: A Lu se le va un poco la mano con el ritmo, forzando algunas situaciones.
Por Jordi Codó