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Cliff Walkers: espías que caminan al filo del precipicio

17/11/2022

El estandarte de la Quinta Generación

Es posible que el joven que entró a los 27 años en la Escuela de cine de Beijing —algo inusual, ya que la edad máxima para acceder a la escuela más prestigiosa de China son los 22 años—, no pensara que se iba a convertir en el estandarte de la Quinta Generación y que su cine sería la puerta de entrada de China en Occidente. Zhang Yimou, el aclamado director nacido en la provincia de Shaanxi, responsable de joyas como La linterna roja o Vivir!, es sin duda el gran camaleón del cine chino: capaz de cambiar de registro en cada nueva película. El viernes 18 de noviembre se estrena su última producción, Cliff Walkers. Un espléndido thriller de espías ambientado en la China ocupada de 1930, que va a deslumbrar al espectador.

Muchos son los que han querido enterrar a Zhang Yimou antes de tiempo. Unos lo hicieron en 1997, tras el estreno de Keep Cool, un fresco urbano que se movía al ritmo de Wong Kar-wai, y que contrastaba con el cine costumbrista, de fotografía exquisita y grandes interpretaciones, al que nos tenía acostumbrados Yimou. Pero el director, lejos de acomodarse, ha sido capaz de dar varias volteretas mortales a lo largo de su carrera, como rodar tres cintas de artes marciales que marcarían época con Hero a la cabeza. Algo similar sucedió cuando la crítica se recreó en desmenuzar La gran muralla, un blockbuster fantástico que acabaría recaudando la nada despreciable cifra de 350 millones de dólares.

El proyecto

En 2019, tras leer el guion de Quan Yongxian, Zhang Yimou aceptó el reto de dirigir por primera vez un thriller de espías. Según sus propias palabras, se decidió a hacerlo al leer una frase del libreto: ‘Hay una frase del guion, cuando el matrimonio de agentes secretos se despide tras el aterrizaje, la última frase que él le dice a su mujer: «Si sobrevives, ve a buscar a nuestros hijos», que me traspasó el corazón y me llevó a querer contar la historia’.

Una historia ambientada en los años 30, en el estado títere de Manchukuo, que narra la odisea de cuatro agentes especiales del Partido Comunista que regresan a China con el objetivo de llevar a cabo una misión secreta. Con el frío y la nieve como telón de fondo, los agentes, divididos en dos grupos, avanzarán de forma independiente hacia su objetivo en la ciudad de Harbin. ¿Lograrán cumplir su objetivo?

Un thriller de espías que funciona como un puzzle

Cliff Walkers es un ejemplar thriller que funciona como un puzzle. Una película de espías que el realizador divide en capítulos —emulando algunas de las producciones de Quentin Tarantino, pero sin alterar el orden narrativo de la historia—. La trama conforma un rompecabezas al que no le faltará ninguna pieza, ni presentará una sola grieta a lo largo de los 120 minutos. Lo último de Zhang Yimou forma parte de ese tipo de películas en las que el espectador disfruta al conocer una nueva pista, y al tiempo se sorprende cuando un giro de guion le obliga a replantearse lo que daba por sentado. Con la desenvoltura de un maestro, Zhang Yimou sabe que para que un film de espías funcione los diálogos deben ser escasos y precisos, pues lo que digan los actores va a ser vital para el desarrollo de la trama. Una mirada o un gesto pueden cambiar el rumbo de la historia.

Con una banda sonora que recuerda por momentos a un western crepuscular, obra del compositor coreano Jo Yeong-wook —responsable entre otras de las partituras de Oldboy, La doncella o Decision to Leave—, la película cobra una dimensión épica gracias a la partitura. Por otra parte, la nieve, que está presente en todas y cada una de las escenas, subraya la supervivencia, la lucha, las dificultades y los sacrificios que están dispuestos a hacer todos los miembros del grupo de agentes secretos.

Zhang Yimou siempre ha reconocido que se pasará la vida hasta la vejez grabando. Como un artesano que disfruta aprendiendo a diario de su oficio, el cine del director chino es universal y capaz de conmover a todas las audiencias. Pocos son capaces de rodar una escena cenital que sea algo más que una estampa, una secuencia en el interior de un tren que vale el precio de una entrada de cine, o una espectacular secuencia de acción a través de las heladas calles de Harbin. Y al mismo tiempo, no olvidarse de los pequeños detalles —maravilloso el homenaje que le dedica el director al cine de Charles Chaplin, con unas imágenes de La quimera del oro—. Pequeños detalles que dan grandeza a su cine.

Un cine que brilla. Donde los espías que caminan al filo del precipicio han entrado ya a formar parte de la historia del cine.

Una crítica de Enrique Garcelán

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