El Festival Internacional de Cine de Róterdam (IFFR) sigue consolidando su reputación como epicentro de descubrimientos cinematográficos en su última edición. Ante una programación inabarcable (incluso si nos fijamos solo en el cine asiático), mi máxima aspiración es simplemente dar algunas pinceladas sobre lo que he podido ver, en su gran mayoría, películas que empiezan su circuito de festivales en la ciudad neerlandesa pero que seguirán teniendo recorrido a lo largo del año.

Sección ‘Tiger’: Amor y performatividad
La sección ‘Tiger’ suele estar dominada por el cine asiático (sin ir más lejos, el año pasado la japonesa Rei se llevó el máximo galardón), pero este año no ha habido suerte. Esto no significa que las propuestas no hayan sido interesantes. La taiwanesa Blind Love retrata la vida de Shu-yi, una mujer cuya existencia en un matrimonio opresivo se fractura tras un beso inesperado con otra mujer que desentierra memorias reprimidas. Julian Chou se sirve de planos cerrados y colores fríos para enfatizar el aislamiento emocional de la familia protagonista, mientras teje un triángulo amoroso extraño e incluso incómodo. Un buen drama sobre deseos reprimidos en un matrimonio de clase alta donde lo importante es la imagen que se ofrece a la sociedad más que el cuidado intrafamiliar. Sin embargo, presenta algunos problemas de ritmo, sobre todo con un final apresurado y con algunas decisiones que no hacen justicia al resto del filme.
Desde Irán, Sunshine Express de Amirali Navaee ofrece una sátira audaz en una curiosa mezcla entre juego de rol y crítica social. Un grupo de personas se presenta para participar en un extraño concurso: deben subir a un tren e interpretar un personaje; pierden si en algún momento dejan de interpretarlo o hacen referencia a que están en un juego. Esta premisa da lugar a multitud de situaciones absurdas, casi kafkianas, que ponen de relieve la importancia de la performatividad en nuestro día a día y cómo un juego aparentemente inocuo es capaz de replicar jerarquías sociales autoritarias. Una de las joyas del festival, con una hilarante primera mitad y un delicioso final en el que el filme deriva hacia lo fantástico.

‘Harbour’: Entre el sueño y la dura realidad
La sección ‘Harbour’ lleva años siendo el punto de encuentro para todo tipo de cine, independientemente de su género, producción y país de origen. Las propuestas que vi no podrían ser más distintas entre sí. Buena prueba de ello son las dos producciones chinas que comentaré a continuación.
I Dreamed a Dream, de Wei Shujun, es un híbrido entre documental y ficción surrealista. Cinco jóvenes seleccionados para un casting fantasma pasan días improvisando raps, surfeando o debatiendo sus miedos existenciales, todo en preparación para una película que parece que nunca llegará a materializarse. I Dreamed a Dream divaga sobre sí misma, del mismo modo que esa juventud china perdida y atrapada entre la apatía y la creatividad.
En el cine de Wang Bing, como era de esperar, no encontramos este marcado componente surrealista. Youth, trilogía que pudo verse en su totalidad en una monumental sesión de algo más de 11 horas, fue rodada durante cinco años en varios talleres textiles de la ciudad de Zhili, que produce el 85 % de la ropa infantil de China. En el Q&A posterior, el director comentó que llegó a filmar más de 25.000 horas de metraje, lo que equivale a casi tres años ininterrumpidos de grabación, una muestra de la magnitud del proyecto. En la película seguimos a los trabajadores en sus inquietudes, amores y desamores, su lucha por un salario digno y el anhelado regreso a casa por el Año Nuevo Chino. Wang Bing se convierte en un trabajador más, que deambula entre el ruido ensordecedor de las máquinas de coser (un sonido que me acompañó durante horas tras la proyección), para ofrecernos un trabajo único, posible solo gracias a la visión de un auténtico genio tan lleno de locura como de compromiso social con la clase obrera.
Seguimos con la representación de realidades oprimidas con Midnight in Bali, del indonesio Razka Robby Ertanto, que también brilla por su humanismo. Bulan, una mujer trans que trabaja como cantante en clubes nocturnos, encuentra en Lily, una aspirante a cineasta, no solo una colaboradora, sino un espejo de su propia resiliencia. La película evita el victimismo: en lugar de centrarse en la transfobia, muestra cómo el arte se convierte en un acto de autoafirmación. Con todas sus imperfecciones, sigue resultando una película valiente y necesaria.

De Japón pude ver dos propuestas, también bastante distintas entre ellas, pero con puntos en común. Toshiaki Toyoda en Transcending Dimensions es fascinante y desconcertante a la vez. A medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía, el filme se sumerge en una meditación visual sobre lo espiritual y lo fantástico, aunque su naturaleza difícil de clasificar puede desorientar a algunos espectadores. En contraste, We Are Aliens de Kenichi Uganda ofrece una comedia entrañable y algo absurda en la que alienígenas adorables (parecen peluches que no llegan ni al medio metro) llegan a la Tierra con intenciones destructivas, pero descubren el valor de la humanidad. Un filme que recuerda a las exploraciones humanistas de Hirokazu Koreeda, pero con un giro absurdo y un mensaje ecologista que, por desgracia, sigue siendo más relevante que nunca.
En cuanto a Corea del Sur, aunque su presencia fue baja en la edición de este año, pudimos ver Hear Me: Our Summer, un remake del éxito taiwanés Hear Me. Jo Seon-ho firma esta dulce comedia romántica sobre la historia de amor entre Yong-jun, un joven repartidor de comida, y Yeo-reum, una chica con problemas de audición que vive por y para su hermana, una nadadora sorda de gran talento. Una bonita historia en lenguaje de signos que «flojea» en su tramo final, en el que se toman algunas decisiones un tanto desconcertantes.

‘Bright Future’: Juventud en la encrucijada
La sección ‘Bright Future’, reservada a óperas primas, sirve como un escaparate en el que podemos encontrar nombres que darán mucho que hablar en los próximos años. The Crowd de Sahand Kabiri es un retrato íntimo de la comunidad queer en Irán. Raman es un joven que, como tantos otros, está a punto de emigrar a Europa. Su novio y amigos le preparan una fiesta de cumpleaños sorpresa, que también servirá como despedida. Llena de nostalgia y tristeza, pero también de esperanza y resistencia, The Crowd es una joya de poco más de una hora, realizada con pocos recursos, pero mucho talento. Sin duda, una de las sorpresas de nuestro viaje a la ciudad neerlandesa.
En un género totalmente distinto, termino este recorrido por la sección con Possession Street, una cinta de zombis hongkonesa muy particular. Jack Lai debuta en el largometraje con una historia de infectados fuertemente enraizada en las ideas filosóficas del taoísmo. En este caso, no tenemos una interminable horda de muertos vivientes, sino que los protagonistas deben enfrentarse a un pequeño grupo de infectados, cada uno con un poder y habilidades especiales. Con buenas dosis de humor y melodrama, Possession Street es también un homenaje al cine hongkonés popular clásico.

‘Limelight’: Grandes éxitos y grandes nombres
La sección ‘Limelight’ sirve como un punto de encuentro para aquel cine que ya ha tenido un amplio recorrido en festivales o que ha podido estrenarse en sus países de origen. Una de las películas que esperaba con más expectativas tuvo su estreno hace casi un año en el Festival de Cannes y en España ya pudo verse en SEMINCI, entre otros festivales. Caught by the Tides, del gran director chino Jia Zhangke, es una obra maestra metacinematográfica. Reutilizando escenas de sus películas anteriores (especialmente Unknown Pleasures y Naturaleza muerta), Jia construye un ensayo sobre la fugacidad de la memoria, una especie de versión experimental y no narrativa de La ceniza es el blanco más puro. Cine como archivo, pero también como fantasma del pasado. En ella, Zhao Tao reinterpreta algunos de sus personajes en la que es posiblemente su mejor actuación hasta la fecha. Aunque la cinta me produjo una total fascinación, no pude evitar hacerme la siguiente pregunta: ¿qué reacción tendría alguien no familiarizado con su filmografía al ver esta película?
Otra película que me causaba especial expectación es lo último del incombustible Takashi Miike. Blazing Fists es todo lo que podemos esperar del genio japonés: jóvenes problemáticos, pandillas callejeras en las que cada personaje es más excéntrico que el anterior y unas coreografías brutales que se mezclan con un humor absurdo que permea toda la película. Aunque el segundo acto pierde algo de fuelle respecto al gran inicio, el clímax —una pelea en un estadio inundado bajo la lluvia— es puro Miike: caótico, visceral y visualmente deslumbrante.
Ya hemos visto hasta ahora cómo el IFFR no es solo un lugar para “cine de autor”, sino que el cine popular también tiene un espacio importante. The Last Dance se convirtió hace poco en la película hongkonesa más taquillera de la historia (en Hong Kong). Se trata de una comedia negra centrada en un negocio funerario. Imbuida de un humor negro (que a veces me resultó demasiado mórbido), la película es divertida, pero no deja de tener un importante mensaje sobre el dolor de la muerte y cómo sobrellevarlo. Destacan los papeles de dos grandes actores como Michael Hui y Pak Hon Chun.

Por último, seguimos en el territorio del cine popular y de género con la única película vietnamita que pude ver: The Sisters, una muestra de folk horror dirigida por Trần Hữu Tấn. La película posee todos los elementos de un género tan extendido y popular en el sudeste asiático, para lo bueno y para lo malo: ritos y maldiciones enraizadas en la tradición, un romanticismo y unas actuaciones exageradas, unas sólidas escenas de gore (en las que sí, a veces también aparecen insectos) y un ritmo irregular, a veces contemplativo y otras veces demasiado acelerado. En resumen, muy disfrutable para cualquier fan del género, pero puede no ser para todo el mundo.

Documentales: Memoria contra el olvido
Si a algo debe aspirar todo festival de cine es a ser no solo un escaparate para nuevas películas, sino también un espacio que reivindique el cine pasado, ya sea con reposiciones o documentales que exploran episodios olvidados de la historia del cine. En este caso, pude ver dos documentales que encajan con esta segunda descripción. No Magic for Socialists de Htoo Lwin Myo rescata películas de género de Myanmar de los años 50 y 60, destruidas por considerarse “burguesas”. El documental muestra escenas recuperadas de cintas de espías y monstruos, donde directores usaban espejos y telas pintadas para simular efectos especiales.
Por otro lado, Tehran, an Unfinished Story del iraní Saeed Nouri es un poema visual que entrelaza películas prerrevolucionarias con imágenes actuales de la capital. Nouri contrasta el Teherán cosmopolita de los años 70 —mujeres en minifalda, cines art déco, una vida social vibrante— con la ciudad gris de la actualidad. Una obra que recupera un cine en su gran mayoría perdido, pero deslumbrante, que nos hace reflexionar sobre lo que pudo haber sido y sobre cuánto cine se ha perdido por el camino debido a los autoritarismos y la intolerancia.
En definitiva, esta nueva edición del Festival Internacional de Cine de Róterdam (IFFR) nos demuestra cómo el cine asiático sigue vivo en todas sus formas y géneros. Desde las fábricas textiles de Youth hasta el tren fantástico de Sunshine Express, pasando por ese Tokio excéntrico de Blazing Fists, el cine no solo nos muestra duras realidades, sino que las desafía. Brindemos por un año descubriendo más joyas y sigamos reivindicando el cine asiático.
Por Josep Santcristòfol