El segundo día en la vida de un Festival suele ser el de la calma chicha después de la tormenta. Tras la euforia vivida el día anterior debido a la novedad y consumidas las primeras horas de metraje todo comienza a sernos más familiar y en consecuencia, el nivel de palpitaciones va disminuyendo progresivamente. Lo que más he agradecido ha sido el poder disponer del tiempo necesario para que, delante de un sabroso ágape, pudiera leer con tranquilidad el programa del Festival, que para algo se lo curran los organizadores. A los taquilleros y a la gente de prensa les empieza a sonar mi cara e incluso me he permitido el lujo de ocupar el mismo asiento en el que me apoltroné la noche anterior. Los críticos somos animales (de costumbres) y hay que marcar territorio desde el primer día. Con la seguridad del conductor que ya puede retirar su L buscamos ese lugar que ha de convertirse en nuestra atalaya que nadie ha de osar conquistar durante toda la semana. A no ser, claro, que algún alma peregrina comience a esparcir por doquier bolsos, paraguas, chaquetas, mochilas y demás enseres personales para guardar sitio a toda su troupe, quienes suelen presentarse en la platea justo cuando suena el último timbrazo sabedores de que su cancerbera de turno ya les tiene reservados los mejores aposentos.
Hoy sábado la sesión doble que me había propuesto prometía y mucho. Y desde luego las expectativas se han visto cumplidas con creces. Me avergüenzo al reconocer que hoy se ha producido mi primer acercamiento a la obra de Hong Sang-soo, un realizador cuya filmografía me era completamente desconocida, ya que mis gustos en cuanto a directores coreanos se refiere se vierten más hacia los viscerales Park Chan-Wook o Bong Joon-ho. Y sencillamente Oki´s movie me ha encantado. Es de esas películas que horas después de haberla visto todavía rondan tu cabeza y te invitan a la reflexión individual y colectiva. Es increíble como algunos realizadores con tan pocos yuanes pueden parir obras de semejante calado. Asistimos a un ejercicio asombroso de metacine. El triángulo amoroso entre dos estudiantes y un profesor es un relato divertido y sorprendentemente ameno dada su morosidad y el preaviso de que me enfrentaba a uno de los artesanos más crípticos de la nueva ola de cine coreano. Los personajes se desenvuelven con una naturalidad reconfortante. Eso sí, a pesar de la sencillez de la historia que se nos explica su fragmentación en cuatro partes (donde nunca se llega a descifrar si lo que acabamos de ver es real o una de las filmaciones de otro personaje dentro de la película) le otorga una fascinante complejidad. El último de los cortos al que asistimos, y que además da nombre al film, es una verdadera maravilla. Oki, la protagonista femenina del film, toma las riendas de la narración y relata un recorrido por un parque con sus dos intereses amorosos. Ella recuerda que en ese mismo lugar, con una diferencia de dos años, tuvo una caminata muy especial con los dos hombres a los que amó. Primero con Song y luego con Jingu. La vitalidad del espíritu joven y el cansancio de quien abraza la senectud quedan marcados en la pantalla a sangre y fuego, y uno, que se encuentra a mitad de los dos caminos, concretamente recién entrado en la cuarentena, no puede más que hundirse en su butaca meditando sobre lo que ya se ha ido y lo que vendrá. Qué pena que manjares como éste sólo puedan ser degustados por una selecta minoría mientras que los demás le siguen pegando a la hamburguesa y al pollo frito. Al menos parece que el público que compartió conmigo esta experiencia enriquecedora de poesía cinematográfica fue fiel a sus sentimientos, ya que premiaron esta sucesión de historias mínimas con un merecido y reconfortante aplauso.
Y tras un breve receso en el que en el descansillo del cine se mezclaban conversaciones que tenían como protagonistas a Klaus Kinski, Werner Herzog (del que se podrá ver en el Festival Cave of Forgotten Dreams, film rodado en 3D), Fassbinder, Pepe y su merecida roja y hasta el golazo de Messi, volví a la sala 2 de los cines Aribau para asistir al pase de El padre de mis hijos (Le pére de mes enfants, 2010), otra práctica de cine dentro del cine dirigida por Mia Hansen-Love, quien el miércoles 4 de mayo a las ocho de la tarde se personará en el Festival para presentar la segunda ocasión de visionar su último trabajo, un drama cotidiano que se plantea la pregunta de qué queda de un hombre cuando muere. El protagonista de la función es un atribulado productor de cine que ante las deudas que lo avasallan decide tomar la decisión más drástica posible para cualquier ser humano, lo que afectará de manera directa a su familia, que deberá crecerse ante la desgracia. Se da la paradoja de que este personaje, que se dedica a defender a capa y espada las obras de los demás, cuando le fallan las fuerzas y decide arrojarlo todo por la borda es relevado por otros que pasan a defender su propia obra. Una delicia que no debería pasar desapercibida y que nos recuerda que detrás de los diferentes dispositivos cinematográficos lo que importa es el legado que dejamos y llegar a ciertas verdades.
Desde luego, por ahora el nivel de los films exhibidos raya a una gran altura, aunque como viene siendo habitual los programadores suelen guardar sus mejores bazas para los días festivos y fines de semana como en el que nos encontramos inmersos. Espero que a partir del lunes la calidad no decaiga, aunque por lo pronto las tres películas que he visto hasta ahora son una auténtica gozada.
Mañana toca Kitano. Ya he preparado el chaleco antibalas y el chubasquero, no vaya a ser que el torrente de hemoglobina que nos espera me llegue a salpicar.
Bona nit!
Francisco Nieto
CineAsia