Tras apostar por una adaptación manga de reparto mayoritariamente femenino en Nuestra hermana pequeña, el japonés Hirokazu Kore-eda regresa a nuestras pantallas por segunda vez este año con Después de la tormenta, una historia de carácter mucho más personal en la que el director nos devuelve a ese universo tan particular de familias disfuncionales que suelen poblar sus cintas. Esta es una película sobre sueños rotos con la que Kore-eda nos acerca especialmente a uno de sus títulos más celebrados, Still Walking (Caminando), y es que más allá de repetir con parte de su reparto, el director remueve en los sarcásticos diálogos que intercambian la madre y el hijo protagonistas temas como la (ir)responsabilidad, la esperanza y la muerte. Una nueva perla más en la filmografía de uno de los directores más reconocidos de Asia que con este film volvía a pasar por Cannes y hace apenas unas semanas por su estimado San Sebastián, donde poco faltó para que se llevara por tercera edición consecutiva el premio del público. Y es que las historias que nos cuenta Kore-eda, aunque sucedan geográficamente a muchos kilómetros de distancia, nos suenan siempre de lo más cercanas.
En un revelador momento de Después de la tormenta nuestro protagonista, un escritor fallido que lleva años de “mala racha”, anota en un post-it una frase que ha escuchado esa misma tarde de una clienta: “¿cómo ha llegado mi vida hasta aquí?” Tras anotarla y enganchar el papel en la pared, el personaje interpretado por Hiroshi Abe se queda pensativo durante un par de segundos, dándose cuenta que no le habría hecho falta escuchársela a nadie ya que podría haberla escrito él mismo. Ese es el punto central del film, con un protagonista que parece haber vivido hasta entonces de prestado, perdido en la autocomplacencia. Su vida sigue pasando una suculenta factura en números rojos: ha perdido a su mujer, que ya está comenzando una nueva relación, el contacto con su hijo (que parece haber heredado de él su carácter pusilánime) es cada vez más escaso, su madre y su hermana están hartas de que les sonsaque dinero y no se fían de él, su planeada segunda novela sigue sin salir adelante y es inminente que su jefe descubra cualquiera de las tretas con las que se saca un sobresueldo en su trabajo temporal como detective privado. En definitiva, una vida a la deriva para la que se pronostican fuertes tormentas.
Dice Kore-eda que la idea del film le llegó limpiando el altar casero donde se enciende incienso en recuerdo a los fallecidos, pensando en su padre. El recuerdo del padre fallecido y de su perdida aprobación es uno de los fantasmas que rodean al protagonista, que en una escena del film recrea ese momento de la vida del director en la casa de la madre, el auténtico punto neurálgico del film. Y es que los sueños de una vida mejor no son solo los del hijo, que malgasta el sueldo apostando en las carreras o la lotería esperando que el dinero caiga del cielo, sino también los de la madre, una anciana a la que tras una vida cuidando de sus hijos se le atisba una insatisfacción con la vida al haber soportado hasta su muerte a un marido bala perdida y al tener que seguir viviendo en el mismo complejo residencial de apartamentos durante toda su vida. Hiroshi Abe y Kirin Kiki se ponen de nuevo a las órdenes del director como madre e hijo, mostrando una química indeleble devolviéndose divertidas puyas dialécticas llenas de acidez, mientras el otro personaje femenino importante, el de la exmujer que intenta rehacer su vida, procurando mantenerse fuerte ante las irresponsabilidades del protagonista, está interpretado por Yoko Maki. El paso de un tifón por la ciudad servirá como punto de inflexión a la historia para reunir a los cuatro personajes principales en la casa de la madre, donde tendrán que pasar la noche pudiendo poner sus sentimientos, añoranzas y esperanzas sobre la mesa, al paso de una tormenta que se convertirá también en emocional.
Hay críticos que consideran a Hirokazu Kore-eda un director acomodado, que cada año repite esquemas con historias familiares que puedan agradar al espectador medio, y echan en falta el riesgo temático y formal de algunas de sus primeras películas. Críticos que probablemente no entienden que Kore-eda hace el cine que quiere y que necesita hacer, ya que al fin y al cabo hay un alto componente personal en cada una de sus películas. Quizás en esta, donde el director aparece más ozuesco (si se me permite la expresión ante la continua comparación) que nunca, ese porcentaje sea varios puntos más alto que en otras al volver a exorcizar varios de sus propios demonios, rizando el rizo al llegar a rodar en el propio complejo de apartamentos donde vivió. Ese carácter documental con el que comenzó su carrera ha terminado llevándole a convertirse en un cronista de la sociedad japonesa media con ese costumbrismo cálido pero incisivo, buscando más los cambios en el alma que el puro suceso.
Nos decía el director en la entrevista que en este caso el tifón de la película no es un fenómeno catastrófico, sino purificador; quizás cuando pase las cosas no hayan cambiado demasiado, pero el aire se percibe más limpio. Podríamos decir que ese es el mismo sentimiento que le queda al espectador después de ver una película como esta, seguramente nuestra vida no haya sufrido un gran cambio al salir del cine, pero desde luego se ve con otros ojos, más esperanzados.
Crítica de Victor Muñoz