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Drive My Car: Un viaje al interior del alma humana 

04/02/2022

Ha sucedido en contadas ocasiones a lo largo de la historia del cine que un mismo director se alce con dos galardones en un mismo año. Ganar dos premios por dos películas presentadas en dos de los festivales internacionales más importantes del mundo está al alcance de muy pocos. Este es el caso del realizador japonés Ryusuke Hamaguchi. Ganador en el Festival de cine de Berlín del Gran Premio del Jurado por La ruleta de la fortuna y la fantasía (film que se estrenó comercialmente el pasado año), y el Premio al Mejor Guion en el Festival de Cannes por Drive my Car (película que se estrena este fin de semana en nuestro país). 



El nombre de Hamaguchi ya llevaba sonando entre los críticos de cine desde hacía tiempo, pero aún era desconocido para el gran público. El realizador había iniciado su carrera internacional hacía más de diez años con su opera prima Passion (2008) que se proyectaría en la sección Nuevos directores, del Festival de cine de San Sebastián, mientras que, en la Sección Oficial, Hirokazu Koreeda presentaba Still Walking (Caminando). Hamaguchi reconoció en la entrevista que mantuvimos que, para él, su paso por San Sebastián en aquel momento de su carrera, le dio tranquilidad, y le permitió pasear por la Concha y conocer la ciudad de Donosti. Sin embargo, durante un paseo, una mujer le paró y le comentó que le había gustado mucho su película, algo que todavía recuerda y que le animó a seguir dirigiendo. 



Drive my Car, su última película, está basada en uno de los siete relatos cortos que componen el libro ‘Hombres sin mujeres’ escrito por Haruki Murakami en 2013. Siete historias con referencias al jazz, a Hemingway o la música de los Beatles, en torno al aislamiento y la soledad que preceden o siguen a la relación amorosa: hombres que han perdido a una mujer, o cuya relación ha estado marcada por el desencuentro. 

Ryusuke Hamaguchi consigue que Drive My Car (en clara alusión a una de las más conocidas canciones de los Beatles) tenga vida propia, y traspase las páginas del relato para convertirse en un viaje al interior del alma humana. Desde su duración, de tres horas, hasta en su puesta en escena, equilibrada y teatral, el director japonés teje un hilo que conectará a un escritor teatral torturado por su pasado y a su conductora que le acompañará en silencio diariamente desde el lugar donde reside en Hiroshima a la compañía teatral para la que trabaja en la adaptación de la obra de Chejov, Tio Vania



La relación entre ambos personajes, que discurre en el interior de un coche a lo largo de los meses, crecerá al igual que lo hace la obra teatral. Una obra interpretada por actores de diferentes nacionalidades. De la dificultad por entenderse (cada actor habla un idioma diferente), es de lo que nos habla Hamaguchi en todas sus películas. La incomunicación en la que está instalada nuestra sociedad que hace que perdamos el interés por conocer a otras personas. Sin embargo, nos propone una salida. Un viaje que exige dar el primer paso. Hablar de aquello que tanto nos traumatiza.  



Pocas veces me había encontrado con una obra maestra en un formato que no es el cinematográfico. Y eso que el encuentro con Drive my Car no fue fácil. Teníamos concertada una entrevista con Ryusuke Hamaguchi un día antes de que se proyectara la película en el Festival de San Sebastián, y tan sólo pudimos acceder a ver la obra gracias a la distribuidora Elástica Films y a Filmin que nos permitieron un visionado a través de un enlace en la plataforma digital. Iniciamos el viaje a primera hora de la mañana (antes de la primera sesión del día). Interrumpimos la película, y regresamos a ella en dos ocasiones hasta completar el recorrido. Y aun así llegó a tocarme el alma. 

Porque la historia de aprendizaje, de viaje interior y de esperanza que se establece entre Hidetoshi Nishijima (impresionante en su papel como autor teatral) y su conductora Toko Miura (que debutó en el cine con Lesson of the Evil) es extraordinaria.  

Hoy 4 de febrero se estrena en cines. No dudéis ni un momento en ir a verla.   

Un texto de Enrique Garcelán

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