El nacimiento de un nuevo estilo. La Quinta Generación de Beijing
En 1988 una modesta producción china titulada Sorgo Rojo se alzaba con el Oso de Oro del Festival de Berlín. Ése fue el inicio de todo, del descubrimiento de una cinematografía a la que no habíamos tenido acceso a causa de la cerrazón ideológica de un gobierno opresor y caprichoso, que había supeditado todas las manifestaciones artísticas e intelectuales de su pueblo a sus intereses partidistas, y del nacimiento de una nueva ola de directores (que recibieron el denominativo de “La Quinta Generación de Pekín”) que, educados en el sistema represivo de la Revolución Cultural, se encontraban dispuestos a embarcarse en la configuración de un nuevo panorama artístico que desafiara las convenciones, tanto en el plano político (enfrentándose en muchas ocasiones a la censura a través de historias con un alto contenido metafórico), como en el estrictamente creativo, mediante la modernización de un sistema fílmico nacional que todavía hundía sus raíces en el pretérito.
Con la Quinta Generación se amplió la paleta temática mediante relatos que intentaban poner de manifiesto la inconsecuencia de muchas de las tradiciones de carácter castrante sobre las que se habían cimentado las instituciones feudales encargadas de regir la sociedad china desde antiguo, quizás como forma de exorcizar los fantasmas de un pasado demasiado latente en un presente lleno de tensiones, dudas e incertidumbres. Al mismo tiempo también se produjo un cambio en las convenciones estilísticas que regían la composición expresiva de las producciones, desechando el naturalismo y experimentando de manera decisiva con los recursos de la imagen a través del cromatismo y la plasticidad. El color se convirtió en la base constitutiva de todo un sistema autoreferencial cargado de simbología que, al mismo tiempo, sirvió para introducir al espectador en una perturbadora experiencia profundamente sensitiva y emocional. A esta técnica con la que se pretendía crear estados de ánimo a través de matices y pigmentaciones cromáticas predominantes, se le denominó “plastic expresión” y se encontraba presente en las dos películas fundacionales del movimiento, Tierra Amarilla (1984) de Chen Kaige y Sorgo Rojo (1987) de Zhang Yimou.
Tradición, tierra, deseo, muerte
Sobre estos cuatro ejes bascula parte del tejido generador de conflictos dentro de las primeras películas de Zhang Yimou, Sorgo Rojo, Ju Dou. Semilla de Crisantemo (1990)y La Linterna Roja (1991).
La tradición está presente a modo de sustrato en cada uno de los relatos, convirtiéndose en punto de partida y en motor propulsor de los elementos que integran la trama. En los tres filmes se encuentra presente una fuerte carga crítica en torno a la idea de yugo patriarcal dentro de una sociedad represora que supedita el rol femenino a la condición de mero objeto de mercancía. La joven de Sorgo Rojo, Jou Dou y Songlian, tres mujeres jóvenes y fuertes condenadas a sufrir la pérdida de su libertad, víctimas de su propio destino, aquél que las condiciona a vivir esclavas de los intereses de los hombres a los que pertenecen.
Las heroínas de Zhang Yimou son conscientes de su situación e intentan rebelarse ante ella, aunque no todas lo hacen de la misma manera. Eso sí, el sexo se convierte en la única forma de poder que tienen a su alcance, y la utilizan como arma para liberarse de las ataduras a las que se encuentran sometidas.
En Sorgo Rojo la protagonista se niega a mantener relaciones sexuales con el hombre a la que ha sido vendida mientras que accede a perder la virginidad con uno de los criados de su marido, y Ju Dou se venga de las vejaciones y de las torturas físicas de su impotente esposo encontrando consuelo carnal en su mejor y más fiel empleado. Sin embargo, la Songlian de La Linterna Roja lleva hasta el límite su condición de esclava, de mujer-objeto, ya que entra en el juego de humillación establecido por su amo, al permitir introducirse en las diferentes rivalidades que se establecen entre las demás concubinas por conseguir ser su favorita y alcanzar los privilegios propios de la primera dama de la casa. En Semilla de Crisantemo continúa prevaleciendo las costumbres arraigadas a través de la necesidad de encontrar una hembra fértil que sea capaz de engendrar un varón que continúe con la estirpe familiar.
La búsqueda
La siguiente obra de Yimou, Qiu Ju. Una Mujer China (1992), inaugura una nueva senda de trabajo dentro de la trayectoria del director, acercándolo a la realidad de su tiempo. A partir de ese momento comenzará a ensayar historias pequeñas con una fuerte carga de contenido social y humano, cimentadas sobre un elemento casi anecdótico y una finísima línea argumental. El director hunde sus raíces en la esencialidad y ensaya una nueva fórmula a medio camino entre el documental y el neorrealismo. Su intención: representar con naturalidad las relaciones entre las personas y radiografiar modestas vidas contemporáneas.
Sin duda, Qui Ju. Una Mujer China,es uno de sus mayores logros a nivel creativo, donde podemos percibir la presencia de un director inquieto y en perpetua búsqueda de sí mismo, mutando su estilo para captar la realidad de la manera más verosímil posible e intentando experimentar con un nuevo lenguaje cinematográfico que le permita acceder a la naturaleza básica de acciones y personajes. Para ello Yimou utilizó durante el rodaje escenarios naturales, sonido directo e incluso ocultó las cámaras para evitar que interfirieran en el desarrollo de los acontecimientos captados y tan sólo contó con la presencia de cuatro actores profesionales, entre ellos por supuesto Gong Li, que en esta ocasión cambió su habitual sofisticación estilizada para convertirse en una ruda y tozuda campesina embarazada, que convierte una pelea entre el alcalde y su marido en una cuestión de honor y dignidad moral. Qui Ju moverá cielo y tierra con tal de conseguir, a través de las instituciones, una sentencia que intente resarcirla de lo que ella ha considerado una humillación hacia su familia. Yimou, a través de esta historia, realiza una de sus más agudas reflexiones en torno a la cerrazón mental y cultural que ha sufrido su pueblo, durante muchos años enfrentado a una encrucijada de valores arcaicos mal entendidos que ha desembocado en su nula capacidad para adaptarse a los nuevos mecanismos con los que se rigen las sociedades modernas.
El director volverá a repetir este mismo esquema en la configuración de alguna de sus películas posteriores como Ni Uno Menos (1999) o Riding Alone of Thousand of Miles (2005), pero sin alcanzar la perfecta definición en el trazo que consiguió en Qui Ju. Obras de itinerario, de indagación tanto externa como interna, estos dos films ven empañado su alcance por culpa de un molesto sentimentalismo lacrimógeno con el que Yimou reviste su sustrato emocional, impidiendo que sus respectivos mensajes nos arrastren a través de la fuerza significativa que indudablemente contienen en su interior.
Variaciones estilísticas, mutaciones genéricas
Si algo ha caracterizado la trayectoria de Zhang Yimou es su capacidad para mutar y adaptarse sin aparente dificultad a cualquier tipo de estilo. En muchas ocasiones el director ha manifestado expresamente la necesidad de reformularse a sí mismo, de ensayar nuevos géneros y trabajar con diferentes registros. Por eso, no es difícil encontrar películas en las que el director radicaliza su discurso junto a otras muestras en las que se deja llevar por patrones mucho más convencionales.
En 1994, justo en la cima de su fertilidad artística, Yimou se embarca en el proyecto más ambicioso de su carrera, ¡Vivir! un impresionante retablo histórico-fílmico configurado a modo de película-río en el que asistimos a la evolución de la sociedad china durante tres décadas a través de la mirada de una familia corriente que ha de adaptarse a las duras y contradictorias circunstancias políticas del momento que les ha tocado vivir, aprendiendo a subsistir con la mayor dignidad posible. El propio director reconoce que es su película más personal ya que en ella pudo adoptar un tono autobiográfico para narrar acontecimientos que le tocaron muy de cerca y que marcaron definitivamente su adolescencia condicionándolo como persona. Con ¡Vivir!, Yimou alcanza definitivamente la cima de su oficio.
“Hay un montón de historias detrás de la Revolución Cultural que están esperando ser contadas, no historias políticas, sino historias sobre la vida y la naturaleza humana”.
Zhang Yimou
Con su siguiente película, Yimou inicia una etapa de transición en la que el director se muestra inseguro de hacia dónde puede encaminar sus pasos dentro de un mercado cada vez más exigente que no se conforma con productos de qualite autoral. Quizás por eso experimenta una nueva fórmula, la del drama gangsteril de época en La Joya de Shanghai (1995). Con ella, el director se introduce en los bajos fondos de la ciudad de Shanghai durante los años treinta a través de la mirada inocente de un niño (otra vez el punto de vista voayerístico presente en parte de su obra) que accede a las claves de un mundo secreto y peligroso, siendo a la vez testigo silencioso del derrumbe moral de unos personajes atrapados en un engranaje de corrupción, poder, envidias y venganzas.
La Joya de Shanghai, a pesar de ser una de las películas más incomprendidas del director, es quizás una de las más valientes tanto estilística como narrativamente. Dividida en dos partes antitéticas, el film nos conduce desde los ambientes viciados de los clubs nocturnos, en los que reina la frivolidad y la descomposición moral, hasta la pureza de un entorno natural incontaminado, principal detonante de que los personajes, al verse despojados de todo el aparato de lujos que los envolvían, tomen conciencia de su verdadera condición y de su destino. Un fragmento recorrido por una audaz fuerza introspectiva de alto poder sugeridor.
Con este film, Zhang Yimou terminó su colaboración con la que hasta el momento había sido su musa cinematográfica y compañera sentimental, Gong Li. Muchos creyeron entrever un período de crisis creativa en el cineasta y quizás, por eso, Yimou contraatacó con un ejercicio de radicalidad fuera de toda norma, imprevisible, escurridizo y eminentemente catártico. Con la cámara en mano, a medio camino entre el dogma de Lars Von Trier (tan de moda en aquellos años) y la frescura arty del primer Wong Kar-Wai, en Keep Cool. Mantén la Calma (1997), Zhang Yimou se zambulle en una estimulante investigación formal de ruptura de barreras, acercándose a la impostura posmoderna a través de un relato urbano acerca del desconcierto y la desorientación que rigen en el seno de las sociedades contemporáneas. El mundo está en crisis, la realidad se descompone a nuestro alrededor y se nos muestra fragmentada, estamos perdidos en medio de una histeria colectiva que nos hace perder la perspectiva. Así es Keep Cool, crispada, irracional y desencantada, pero, sobre todo, muy valiente. Una valentía que perdería en parte a partir de su siguiente film El Camino a Casa (1999), en el que el director dulcifica y serena su mirada, hasta tal punto, que cae en la autocomplacencia y en el acaramelamiento insustancial. El tono naïf y amable se perpetuó en Happy Times (2000) otro film menor que hacía pensar en el declive creativo del director.
Pero Zhang Yimou estaba nuevamente a punto de sorprendernos.
Renacimiento wuxia
En el año 2000, Ang Lee con su Tigre y Dragón (2000),desempolva con acierto uno de los géneros chinos más importantes de su historia tradicional, el wuxia-pian (películas de espadachines y artes marciales), y consigue un éxito mundial sin precedentes. En ese resurgimiento ve Zhang Yimou la posibilidad de practicar un nuevo estilo que le permita acceder a las grandes audiencias manteniendo un elevado nivel de autoexigencia artística. La sorpresa fue máxima cuando nos enteramos de que Yimou se encontraba embarcado en una superproducción interpretada por un nutrido plantel de estrellas de Hong Kong de la talla de Jet Li, Tony Leung Chiu-wai, Maggie Cheung o Donnie Yen.
Una vez, Yimou declaró que no se debería permitir que la economía lo dominara todo y que la cultura se encontrara supeditada a los intereses comerciales: “El cine comercial y vulgar domina nuestras pantallas. Los directores que una vez se hubieran sentido avergonzados de hacer tales películas, en la actualidad se sienten orgullosos de que éstas lleven sus nombres”. Estas declaraciones extraídas durante la promoción de El Camino a Casa,sin duda, se volvieron contra el cineasta, que unos años más tarde claudicaría con Hero (Ying Xiong, 2002)ante la tentación de realizar cine de comercial, pero de una belleza y perfección infinitas.
Muchas las de escenas de Hero son capaces de despertar a través de su composición, emociones auténticas. Gracias a una fotografía a cargo de Christopher Doyle, es un film que utiliza como pocos el efecto Rashomon para contarnos una historia. Quizá la rigidez formal que se proponía en esta película fue precisamente el que el director intentó subsanar en su siguiente trabajo, La Casa de las Dagas Voladoras (2004), en el que la historia de amor de los personajes se erige como verdadero núcleo significativo consiguiendo que exista una mayor coherencia narrativa y dramática. Las conspiraciones, las acrobacias, las escenas de lucha, la plasticidad cromática, no son más que un precioso envoltorio que recubre un romántico relato acerca de la pasión y sus consecuencias, en un mundo enfrentado en el que parece no existir la posibilidad de que los personajes sean libres para ejercer su propia voluntad. Zhang Ziyi y Takeshi Kaneshiro intentan escapar de esas imposiciones, y para ello corren, huyen durante la mayor parte del film, a pesar de que encontrarse aprisionados en el interior de la pantalla, dentro de las rejas que conforman la verticalidad de los troncos de bambú.
Quizás en estos momentos el cine de Zhang Yimou se encuentre también en una nueva encrucijada, tras la realización de la barroca La Maldición de la Flor Dorada (2006), que incide en el aspecto ornamental de la puesta en escena, esta vez sublimada a unos niveles de barroquismo y ampulosidad que la constriñen y ahogan en un corsé de retórica visual igual de apretado que el que luce la propia Gong Li..
El Yimou post olímpico
En los últimos años, la creatividad de Zhang Yimou ha abarcado nuevos campos. En diciembre de 2006 dirigió a Plácido Domingo en el estreno mundial de la ópera “The First Emperor”, del compositor Tan Dun, en el Teatro Metropolitano de la Ópera de Nueva York. Además de convertirse en el estandarte de los JJ.OO de Beijing, como primer director de las ceremonias de inauguración y clausura de la 29ª edición de los Juegos Olímpicos de 2008 celebrados en Pekín.
Una vez más, Yimou vuelve a sorprendernos, y lo hace adaptando la ópera primera de los hermanos Coen. El mismo director explicaba los motivos que le habían llevado a rodar la película:
“Me gustan todas las películas de los hermanos Coen. Hace unos 20 años, en un festival de cine, vi su primera película, Sangre Fácil, y me impresionó mucho. Siempre me acordé de esta película a pesar de no volver a verla. Un día me vino una idea: ¿Y si convertía Sangre Fácil en una historia china? Así empezó a cobrar forma Una Mujer, una Pistola, y una Tienda de fideos Chinos”.
Zhang Yimou
Yimou recrea la infidelidad deslocalizando la historia original en un puesto de fideos chinos del siglo XVII, lo que la convierte en un producto algo naif pero respetando el peculiar sentido del humor negro de los Coen. Una aventura ecléctica que sólo puede entenderse fruto de esa globalización bien defendida por un cineasta que en la última década nos ha sorprendido por su ingeniosa sofisticación referencial y su clara adhesión al cine comercial más refinado. En Una Mujer, una Pistola, y una Tienda de fideos Chinos, Yimou nos enseña rápidamente las cartas. La primera secuencia es de una sencillez aplastante, pero digna de ser enseñada en una escuela de cine. Por colorido, por los diálogos, por el humor. Y a partir de ahí la comedia no abandonará la sala… , como si se tratara de un juego de puertas que se abren y se cierran, todo funciona con una precisión endiablada… hasta el último tercio de la cinta, previa a la resolución de la historia, donde el humor deja paso a la tragedia, cuando los personajes irán encontrando su retorcido destino, y las puertas que han ido abriéndose y cerrándose, acabarán por cerrarse en un antológico final de fiesta.
Mientras China se preparaba para albergar los JJ.OO, Yimou vuelve la mirada a la Revolución Cultural. Auque a diferencia de sus primeras obras, no sea la crítica social, la denuncia, ni tan siquiera el retrato de una época, lo que persiga. Basada en la novela del mismo título del aclamado autor Ai Mi, de la que se han vendido tres millones de ejemplares desde su publicación en 2007, Zhang Yimou dirige Amor Bajo el Espino Blanco, una historia de amor que acontece en un momento trágico de la historia de China. El realizador comenta que quiso rodarla porque en la historia original, el amor y la expresión de ese amor le conmovieron. Se dijo a sí mismo que no era el momento de mostrar las heridas que muchos sufrieron entonces: el dolor está y permanecerá entre ellos. Quiso hablar del amor, y darle forma en imágenes.
A principios de 2012, Zhang Yimou se paseó por la alfombra roja del Berlin Palast para presentarnos su última producción compartiendo cartel con los actores Christian Bale y Tong Dawei, además de parte de las flores a las que da título su última película, Ni Ni y la inocente Zhang Doudou. Las flores de la guerra es el retrato que hace Yimou de la masacre de Nanking. Si con Ciudad de Vida y Muerte, Lu Chuan (Kekexili, 2004) se había acercado al mismo incidente humanizando al invasor, introduciendo en el film el punto de vista de los japoneses y convirtiendo a uno de ellos en un héroe, Zhang Yimou ha optado por enfrentarse a la historia como Spielberg hiciera con La Lista de Shindler, enfocando el asunto de forma monocanal. ¿Discutible? Puede ser. Pero lo que juzgamos aquí es su película, de igual manera que cuando veíamos La Diligencia de John Ford hablábamos de los planos, de los encuadres, y no de los malos que eran los indios.
Con un inicio que bebe de referentes del cine bélico (Salvar al Soldado Ryan, Aftershock o Taegugki), con una encomiable planificación y ejecutando con mano maestra la acción, Zhang Yimou abandona las calles de Nanking para refugiar a sus protagonistas en una iglesia en la que Christian Bale ejercerá junto a un grupo de prostitutas, del Schindler mandarín para las jóvenes estudiantes que forman el coro. Es quizá el actor británico, piedra angular para la distribución internacional de la película, la pieza más frágil del conjunto. Un personaje fallido en su construcción (del negro al blanco hay una gran gama de grises), que, a pesar de ofrecer una interpretación correcta, difícilmente se hace creíble para el espectador. Aun y así The Flowers of War es una película recomendable. Y lo que es mejor, Yimou no nos engaña. El director chino es un camaleón. A pesar de disfrazarse de prestidigitador y ofrecernos un gran espectáculo, la película está viva en los pequeños detalles: en la mirada de una niña que a través de la cristalera de una iglesia, descubre la tristeza y crueldad de la guerra… Como hacía en sus pequeñas películas hace años… cuando la escolar perdida, regresaba a clase.
El intimismo ligado a las superproducciones
Muchos habían enterrado al realizador chino con esta última producción, pero no tuvieron más remedio que aceptar que Zhang Yimou seguía siendo un maestro, cuando en 2014 presenta Regreso a casa, junto con la que fuera su gran musa Gong Li (con la que se reencontraba tras años de separación).
La película nos confirma que existe un patrón en la carrera reciente de Zhang Yimou, por el cual entre las diversas superproducciones que tiene entre manos suelen colarse films de carácter intimista (ahí están La búsqueda (2005) o, de nuevo, Amor bajo…), como los que le caracterizaron en los inicios de su carrera. Su pequeña escala (casi se trata de una ‘obra de cámara’) y su estilo contenido la hacen palidecer al lado de las producciones más ambiciosas de Zhang, en términos de mercado, por lo que su proyección se resiente. Pero sería un error pasarla por alto, pues se encuentra entre lo mejor que ha realizado el cineasta durante la última década. Una mirada desde la distancia y el ‘olvido’ a la Revolución Cultural, a la búsqueda de cicatrizar heridas, más allá de señalar los horrores que se vivieron durante estos últimos años de Mao. El film obtuvo 24 premios internacionales de 48 nominaciones.
Pero aún quedaba mucho Zhang Yimou por delante. Y muchas sorpresas por el camino. La siguiente en el año 2017 donde deja a un lado el cine intimista para rodar una superproducción de corte fantástico que arrasó en la cartelera china. La gran muralla (como se estrenó en nuestro país) es pura fantasía que une en su reparto a una de las mayores estrellas de Hollywood, Matt Damon, y a una de las mayores estrellas del cine chino, Andy Lau. La historia nos traslada muchos siglos atrás, siguiendo a un grupo de guerreros occidentales que llegarán a la Gran Muralla China, la barrera que protege al país de las hordas de monstruos que atacan al país, ayudando al ejército local en su misión. Nombres conocidos para el aficionado como Eddie Peng o Max Zhang acompañan a otros en alza como Jing Tian o Luhan, así como a los occidentales Pedro Pascal y Willem Dafoe, dando vida a una épica película con un diseño de producción espectacular, que superó los 165 millones de dólares de recaudación solo en China, mientras espera su próximo estreno en occidente, incluida España.
De nuevo salieron las voces que auguraban una jubilación inminente del realizador chino, pero si hay algo que ha quedado claro a lo largo de su carrera, esto no iba a suceder, por lo menos mientras el máximo representante de la 5ª Generación tuviera la oportunidad de rodar una película. Y no fue una, sino tres grandes películas las que estaban por llegar, cada una de ellas con un tono, temática y género diferentes.
La (pen)última mirada de Zhang Yimou
No es fácil para un director de cine adaptarse a las nuevas tendencias, a los nuevos tiempos. El realizador chino Zhang Yimou lo viene haciendo desde que en el año 1988 dirigiera su primera película Sorgo Rojo que marcaría el inicio de la Quinta Generación de directores chinos tras la Revolución Cultural. Con 32 películas Zhang Yimou ha sabido pasar del drama costumbrista, a la crítica social, pasando por el minimalismo existencial, el drama romántico o el wuxia. Y lo que es mejor: siempre ha tenido la capacidad de reinventarse, capaz de tomar la forma que quiera con tal de adaptarse a su entorno.
La historia de Shadow (o Sombra, en su estreno en España en 2019) se sitúa en el período de los Tres Reinos de China (220-280 dC) donde tras un tiempo de batallas, dos reinos se encuentran en equilibrio. Por un lado, se encuentra la ciudad de Jingzhou, liderada por el General Yang, siendo su espejo el reino de Pei, gobernado por un monarca preocupado más por las intrigas palaciegas que por el futuro de su pueblo. En las profundidades del castillo de Pei, vive recluido el comandante Yu que secretamente entrena a su “sombra” en un plan secreto.
Con una maestría de la que tan sólo puede hacer gala un maestro, Zhang Yimou coloca las piezas de su historia sobre el circulo donde se encuentra el Ying y el Yang, las dos fuerzas que mueven a la Naturaleza según la filosofía taoísta. Dos fuerzas opuestas y complementarias: el ying, asociado a la tierra, a la oscuridad; y el yang, principio que representa la luz. De este modo los personajes de la película se mueven como en una tragedia shakesperiana, movidos por la pasión, los celos, el honor, el egoísmo y el engaño.
Para su siguiente película, One Second (Un segundo), Zhang Yimou regresaría a su mirada intimista para ofrecernos una carta de amor al cine. Una película no exenta de polémica puesto que cayó de la programación oficial del Festival de cine de Berlín en 2020, y que en 2021 inauguraría el Festival de cine de San Sebastián. Para aquellos que todavía creen que Yimou es un director acomodado al régimen hay que decir que el director optó por un estreno reducido en China a cambio de poder estrenar la película a nivel internacional. Algo que le honra.
El director ambienta este film de búsqueda en plena Revolución Cultural, para estar protagonizada por un fragmento de una película de cine, tan sólo un segundo, que será buscado hasta el límite por un hombre debido a su contenido. En un momento en el que estamos saturadísimos de imágenes que nos bombardean por todas partes y a las que no le damos importancia, el director se cuestiona: ¿qué pasa cuando hay imágenes que se pueden perder?
Y para finalizar el artículo, que no la filmografía de Yimou (es imposible pensar que no tenga tres o cuatro argumentos ya en los que está trabajando), no podemos dejar de la última película estrenada por el director en China (con una excelente taquilla y crítica), y que el próximo 18 de noviembre se estrena en cines de la mano de Caramel Films y Youplanet.
Zhang Yimou compone una película histórica de acción titulada internacionalmente Cliff Walkers. Ambientada en Manchukuo, un estado títere del Imperio de Japón en China en la década de 1930, la historia sigue a cuatro agentes especiales del Partido Comunista que regresan a China después de recibir entrenamiento en la Unión Soviética. Juntos, se embarcan en una misión secreta, pero, tras ser vendidos por un traidor, el equipo se verá rodeado de amenazas por todos lados desde el momento en que se lanza en paracaídas en territorio enemigo. En los terrenos nevados de Manchukuo, el equipo se pondrá a prueba hasta el límite. Un espectáculo donde la fotografía, la planificación, los giros de guion, las interpretaciones rozan la perfección a la que nos ha acostumbrado el realizador chino a lo largo de su carrera.
Un reportaje de Enrique Garcelán