Según el Budismo, toda acción intencionada crea uno o varios efectos que en un momento u otro, terminan por aparecer. El Karma explicaría también las diferencias por las que cada ser humano tendría una vida más o menos larga, belleza, riqueza, salud o sabiduría. Se trataría de una ley para explicar un mecanismo en el que está ausente un ser consciente que juzgue, por lo que cada persona se labraría su destino a partir de las acciones que realiza en vida, que determinarían su posterior existencia.
Es lo que ocurre en la filmografía de Apichatpong Weerasethakul, que ha abierto múltiples caminos dentro de la modernidad cinematográfica (gracias a su particular forma de concebir la narración, la materia formal y la expresión estilística de sus películas), a partir de escarbar en el acerbo folclórico de su país, de sus creencias y tradiciones para dar lugar a un discurso totalmente nuevo e inesperado. Su última obra, Uncle Boonmee Recuerda sus Vidas Pasadas (Loong Boonmee Raleuk Chat, 2010) ha sido galardonada con la Palma de Oro del Festival de Cannes, y está protagonizada por un hombre que, al borde de la muerte, se encuentra con sus seres queridos, ya desaparecidos e imagina sus vidas pasadas y futuras, en un ciclo de reencarnaciones que no tiene principio ni fin, en el último suspiro de una vida y en el comienzo de otra. El director aporta un estilo libre y sensual y realiza un ejercicio de memoria, tanto personal como histórica para en realidad verter una reflexión sobre el cine: que hay tantas realidades múltiples en el cine como en nuestro propio ser, todo ello a través de una capacidad fabulística que nos remite a la inocencia infantil, a la fuerza del relato como germen de poesía, como motor para engendrar universos imaginarios.
En realidad, el cine de Apichatpong siempre ha tenido querencia por los espacios mitológicos y fantásticos. En Tropical Malady (Sud Pralad, 2004), la jungla más indómita se convertía en el escenario simbólico donde surgía la verdadera identidad de los protagonistas. La película está divida en dos partes que se enfrentan de manera íntima. En la primera asistimos al sereno ritual de cortejo entre dos hombres, un soldado, Keng, y un joven procedente de una población rural, Tong. El director aplica una lente naturalista a la hora de indagar en los comportamientos sociales de los personajes a la vez que perfila un tratamiento alegórico a su relación, algo que se pondrá especialmente de manifiesto en la segunda parte, que se inicia con una máxima chamánica, «El camino del espíritu», y en la que los dos amantes se convierten en cazador y presa dentro de una persecución dentro de los márgenes de un espacio selvático casi de carácter alucinatorio. Keng rastrea los pasos de Tong, convertido en un espíritu salvaje en forma de tigre que vaga en busca de cuerpos a los que devorar. Lo irracional se manifiesta dentro de ese terreno en el que cualquier cosa puede ocurrir, en el cual incluso los animales se manifiestan a través del habla o la telepatía. En realidad, la selva se erige como un ser orgánico y vivo, repleto de espíritus, en el que se evidencian las filosofías animistas que dotan de alma a cada elemento de la naturaleza.
El director ha afirmado en numerosas ocasiones que se siente fascinado por la simplicidad de los cuentos folclóricos que nutren la tradición de su país y quizás por eso ha asumido esa filosofía para constituirla como la base matricial de sus películas. Lo mismo ocurre en Syndromes and a Century (Sang Sattawat, 2006), que gira alrededor de la creencia cíclica, de repetición kármica de las acciones y de los seres que las llevan a cabo proveniente de la religión. Para Apichatpong, el tiempo pasa, los años se suceden, pero todo sigue siendo en esencia lo mismo, tanto al principio como al final de la centuria. Los síndromes que padecían los individuos, son los mismos, y no importa lo mucho que haya evolucionado la ciencia o la tecnología. La base, la raíz de nuestros más profundos sentimientos, de nuestros miedos e inseguridades, sigue intacta y lo seguirá siendo de manera perpetua. Por eso, Syndromes and a Century está construida a partir de pequeños actos cotidianos, de conversaciones (algunas intrascendentes y otras reveladoras) y de pensamientos que conforman un mosaico a modo de fragmentos inconexos que desprenden vivencias precisas enlazadas a través de ensamblajes sensoriales a veces prácticamente imperceptibles. El director vuelve a utilizar una estructura escindida, a modo de imagen especular en la que las dos mitades se miran a la vez que se confrontan, desprendiendo un mutuo significado la una de la otra.
De esta forma, la narración se establece a través de oposiciones dicotómicas entre pasado/presente, campo/ciudad, naturaleza/tecnología, tradición/modernidad, nacimiento/muerte, todo además recorrido por un profundo aliento místico que hunde sus raíces en la doctrina budista de la que toma razón de ser toda la concepción metafórica del film a través de los sucesivos círculos que aparecen en pantalla (el eclipse de luna, el extractor de humo) y que aluden inevitablemente a los ciclos de reencarnación por los que atraviesa el individuo en su camino para alcanzar la perfección.
Beatriz Martínez (Carriers du Cinema España) de su capítulo «Tailandia: Fantasías Fantasmales» comprendido en el libro «Cine Fantástico 100% Asia».