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El más allá (Kwaidan): belleza extrema y terror fino

29/10/2022

¿Es posible que el primer ejemplo de ‘terror elevado’ apareciera en el cine japonés hace sesenta años? En el momento de su estreno, en 1964, Kaidan (literalmente, “historias de fantasmas”), fue la película más cara jamás realizada en Japón, algo insólito para una cinta de terror, cuando este género difícilmente salía de los límites de la serie B. La Toho, productora del film (y uno de los grandes estudios nipones del momento), apostó fuerte por una obra que, más que dar miedo, tenia la pretensión de epatar.

Se concibió, ante todo, como un producto de prestigio cultural; y lo tuvo, con el resultado de importantes premios en Japón, en Cannes y una nominación al Oscar. Y razones no faltan. El film adapta cuatro historias del folklore fantástico japonés y las lleva a la pantalla de manera portentosa. El director Masaki Kobayashi, quien hasta entonces se había hecho un nombre destacado con dramas sociales más bien sobrios y revisiones humanistas del pasado nacional (con títulos antológicos como La condición humana -1959/61- o Harakiri -1962-), se reveló como un estilista excesivo y brillante. Su artificiosa puesta en escena para Kaidan (con fondos pintados e interpretaciones deudoras del teatro nipón) (auto)exotiza los mitos japoneses para disfrute de propios y extraños, y crea una atmósfera irreal perfecta para los relatos.

¿Demasiado bella para dar miedo? Al contrario. Kobayashi no descuida la intención original de los cuentos, y compone unas imágenes –junto al operador Yoshio Miyajima– que son puro fantastique terrorífico (mujer de pelo largo tapándole la cara incluída), memorables en su uso de la luz, el color y los trucajes. El tempo pausado (casi ensimismado) y los suntuosos movimientos de cámara en los que esas imágenes, llenas de vacíos, se despliegan (sí, como en un emakimono), añaden una capa de misterio casi abstracto.

Mención a parte merece la banda sonora (en toda la extensión del concepto) compuesta por Toru Takemitsu; una obra de arte en sí misma. El reconocido compositor de vanguardia no solo se encarga de la música incidental (en la que se funden lo tradicional y lo moderno), sinó que llega a musicalizar los efectos de sonido, dándoles un tono grimoso que remata la inquietud, de fino horror, que transmite la película, y que no escatima incluso algún susto.

¿Terror elevado? Sí, a los altares.

Lo mejor: Poder verla en pantalla grande.

Lo peor: Sería perdérselo.

Una crítica de Jordi Codó (CineAsia)

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