Las películas de género en Corea no han sido nunca del gusto del público coreano. El terror, los films de corte fantástico y los thrillers siempre han estado relegados a las últimas posiciones (sólo por encima de las cintas de animación y eróticas) en la tabla de los géneros más vistos en Corea del Sur. En los primeros puestos de la tabla, cómo no, encontramos los melodramas: cintas románticas, dramas lacrimógenos, comedias, etc.
Pero según las mediciones y últimos datos del KOFIC (Korean Film Council), los gustos de los coreanos están cambiando y en los, más o menos, últimos cinco años gran variedad de thrillers han sido los que han copado los primeros puestos en la taquilla y en el box office de la cinematografía coreana así como también han sido todo un revulsivo económico para las distribuidoras coreanas que han visto cómo han aumentado sus ventas internacionales a raíz de la participación de los mismos en festivales internacionales no sólo especializados (sorpresa la nuestra cuando en el Festival de San Sebastián se proyectó un thriller como I Saw the Devil/Encontré al Diablo). Pongamos un ejemplo más claro: en el año 2010, más de 10 thrillers, de entre ellos, No Mercy, Man of Vendetta, The Man from Nowhere, Moss o The Unjust, se estrenaron en los cines de Corea, y su exitosa carrera comercial, así como las buenas críticas recibidas causaron toda una controversia en la escena fílmica del momento. Según la revista Korean Cinema Today, editada por el propio KOFIC, las razones del éxito reciente de los thrillers en Corea han de buscarse en los inquietantes tiempos que vivimos: la oscura visión que se tiene de la actual sociedad coreana es el caldo de cultivo de los temas que plantean la mayoría de los trabajos de género que dominan el mercado de la taquilla coreana hoy en día.
Pero este planteamiento no es nuevo, ya sabíamos que la mayor parte de los cineastas coreanos (sobre todo los que surgieron bajo la acepción del Nuevo Cine Coreano en la década de los 90) no pueden ser inmunes al ambiente social, cultural y político que los envuelve, y todas estas ideas se ven plasmadas en las producciones y en su manera de entender el cine de género. A pesar de que en este tipo de cine, sobre todo el de cariz más fantástico, los espíritus, las tradiciones y leyendas se convirtieron en protagonistas de numerosas historias (sobre todo a partir del éxito de Hideo Nakata, The Ring), a los coreanos les resulta más terrorífico el retrato de la realidad que les envuelve (la maldad humana, la tortura psicológica, la privación de libertad, la venganza, etc). Desde la Guerra Fría entre ambas Coreas (responsable de un buen número de films de ciencia-ficción o política-ficción, como Yesterday o Hanbando), a films basados en hechos reales (los thrillers Voice of Murderer, basado en el secuestro de un niño, o Holiday, centrado en la fuga de una cárcel), o la crítica político-social que puede verse en los films de Bong Joon-ho: Memories of Murder-Crónica de un Asesino en Serie o The Host.
Como consecuencia de esa visión de realidad, muchos de los escenarios más característicos de los films de género, a diferencia de los ultra-sofisticados despachos vistos en los CSI americanos, son los callejones oscuros, las casas (a menudo de una sola habitación) decadentes, hoteles ‘cutres’ y, cómo no, las comisarías de policía: lugares ruidosos donde abundan los golpes y las collejas… y los sótanos. Y por supuesto, consecuencia también de ese acercamiento a la vida real es la ausencia en el cine coreano del héroe hollywodiense (el Bruce Willis de La Jungla de Cristal o el Tom Cruise de Misión Imposible), y éste aparece sustituido por otros personajes más lúgubres, presionados y torturados por un pasado o por la realidad misma que les oprime, y en la que también los policías muestran en muchas ocasiones una descarada falta de ética y profesionalidad. El ejemplo más claro lo tenemos es la película Memories of Murder o bien en The Chaser.
Y es que uno de los directores coreanos más reputados y que fue a su vez Ministro de Cultura, Lee Chang-dong, ya lo dejó bien claro: “Cuando tenía 20 años tenía mis sueños, mis ideales… y eran puros, pero entonces crecí, los perdí, y eso me entristeció. Creo que la dictadura y la matanza de Kwangju, en cierta manera, firmaron la sentencia de muerte para una generación entera. Nos hundimos en la desesperación y nos sentimos traicionados. Así que, en cierta manera, esta traición se convirtió en los cimientos de nuestras vidas”. Estas palabras del realizador revelan por qué muchas veces, el verdadero terror para la sociedad coreana, más allá de los espectros vengativos de larga melena o de la mitología fantástica, haya que buscarlo en la propia realidad. De ahí la fuerza, la violencia y la brutalidad que destilan muchos de los thrillers coreanos, sin duda, emparentados con el universo del terror. Porque si hay una marca de la casa en los thrillers coreanos es la violencia, cuyo despliegue no es difícil de entender si el espectador vuelve la vista hacia la historia reciente de Corea. Pero a diferencia de la violencia contemplada en las producciones de Hong Kong, en el cine coreano la violencia no es estilizada (aquí podríamos hablar de una excepción que confirma la regla y referirnos al magnífico thriller de gangsters de Kim Ji-woon, A Bittersweet Life, realizado en 2005 y que pronto verá su distribución en dvd en tierras españolas… y hasta aquí puedo leer). Es una violencia sucia, que explota entre las manos, difícil de digerir. Para Park Chan-wook, por ejemplo, el mecanismo de la violencia no es simplista, es decir, no es un mero pistoletazo de salida para que se desarrolle la acción del film y captar así la atención del público con algo efectista, sino que su utilización es una suerte de inspiración para explorar los entresijos del alma humana. La violencia que aparece en pantalla es brutal, a la par que imprevisible (puede arrancar desde una secuencia de lo más tranquila). Una de las características es la tendencia a mostrar peleas salvajes con armas básicas (bates de béisbol, palos, navajas), que sorprenden al espectador, mucho más acostumbrado a otro tipo de armas. Véase por ejemplo el travelling donde el protagonista de OldBoy (2003) se enfrenta a un sinfín de adversarios. Park Chan-wook hizo repetir la escena hasta la saciedad, porque buscaba la desesperación del actor, el hecho de tenerlo totalmente agotado… Otro thriller de mafias, A Dirty Carnival (2006), sería un nuevo ejemplo: las peleas entre los gangsters son sucias (palos, bates… cualquier cosa sirve), a diferencia de lo que sucede en la otra película que está siendo rodada durante el transcurso del film (metalenguaje).
Comentábamos que la violencia puede ser imprevisible en los thrillers coreanos, pues bien, esa es una característica más del género en Corea: la imprevisibilidad, la dificultad del espectador por avanzar la acción. A pesar de que las historias que se cuenten sean similares a las que se pueden contar en Occidente, lo importante es el desarrollo: el cómo se cuenta la historia al espectador. Oh Dae-su tiene, en OldBoy (Park Chan-wook, 2003) tan sólo cinco días para descubrir quién ha sido el causante de su encierro de 15 años y el porqué… o sino, Mido (su enamorada) morirá. Así de simple es el argumento que nos propone el director a los quince minutos de iniciada la cinta. La película se convierte desde entonces en una montaña rusa de sensaciones donde el espectador se encuentra descolocado y sorprendido fotograma a fotograma, incapaz de anticipar lo que vendrá a continuación.
Otra de las características más destacables referente a los géneros en la cinematografía coreana es la superposición de los mismos, algo muy ligado con esa necesidad de darle contenido social a las películas (de entroncarlos con la realidad y la sociedad en la que se vive): los thrillers mezclados con las artes marciales, la comedia romántica mezclada con el drama más duro, el terror unido al melodrama… todo esto es totalmente lícito en el cine coreano. Pongamos un ejemplo: la película Happy End (Jung Ji-woo, 1990), en la que el director en el que sería su debut en la realización, ironiza acerca de lo que es un final feliz. Cuando aparecieron las primeras notas de producción, tanto críticos como espectadores imaginaban que se trataría de la típica historia de infidelidades, un drama pasional al uso, de los que tanto abundan en la cartelera coreana. Pero, a pesar de que el director utilice los elementos propios del melodrama, el resultado dista mucho de lo esperado. Happy End, con su secuencia final, es un claro ejemplo de cómo los realizadores coreanos deambulan de un género a otro, emulando a un equilibrista del Circ du Soleil, sin necesidad de una red protectora.
Siguiendo con los porqués del éxito de estas producciones, no sólo en Corea sino también en festivales internacionales, la Korean Cinema Today comenta que otra de las razones de su universalidad es que “estos thrillers, con los logros evidentes que no pueden ser negados, siguen las reglas del género comercial, pero también añaden una profunda reflexión sobre cómo la búsqueda de la codicia y de la venganza puede traicionar el sentido común y cómo la irracionalidad ha arruinado este mundo en el que vivimos hasta límites insospechados”. Pero no sólo los temas universales hacen que los thrillers coreanos puedan ser los más cercanos a las audiencias occidentales. Uno de los aspectos que sorprende al espectador al ver una película coreana contemporánea, es que el tempo narrativo es mucho más cercano al estándar occidental que cuando observamos una película de otra parte de Asia (Japón, Hong Kong o Tailandia). Comparando dos cintas de género, una japonesa y una coreana es fácil comprender este hecho: la japonesa camina a otra velocidad en la presentación de la historia. A pesar de la distancia, nos es más sencillo entender los mecanismos cinematográficos coreanos (montaje, planos, música, etc.). Gran parte de culpa la tiene la influencia americana en el país (recordemos que desde finales de la II Guerra Mundial hay presencia de soldados americanos en territorio surcoreano), amén de la formación en escuelas americanas de los directores que forman parte de la Nueva Ola coreana, y/o sus referentes europeos.
Una década para la historia:
Las primeras de la clase
Tell Me Something, el thriller firmado por Chang Yoon-hyun, con más de 700.000 espectadores, alcanza el tercer puesto de la taquilla coreana en el año 1999. Su premisa de partida es de lo más sugerente: la policía encuentra las partes disgregadas de cuerpos humanos en varias bolsas. Precedida de una importante campaña de promoción, así como de un tráiler de impacto, añadido al carisma de sus dos protagonistas principales, Tell Me Something funciona como un thriller de terror, que persigue a un serial-killer. El film no esconde sus modelos: Seven, una producción de 1995 es fuente de inspiración, o los giallos de Dario Argento. Con reminiscencias de Carretera al Infierno (Dave Meyers, 1986), el coreano Kim Sung-hong realiza Say Yes, un thriller en forma de road movie con todos los ingredientes: una pareja feliz (al menos en apariencia), un psicópata silencioso y un lugar recóndito donde perderse. Y con un parecido más que razonable a El Silencio de los Corderos, (argumentos, fotografía, montaje, escenarios…), llegaba H (Lee Jong-hyuk, 2002), un thriller de suspense, con elementos gore, que sigue los pasos de un asesino en serie entregado a la policía a la espera de sentencia. Utilizando un planteamiento hipnótico y una construcción a modo de puzzle, Spider Forest (Song Il-gon, 2004) apuesta por una estructura de thriller de terror adulto: una película que desengrana la historia sin prisas, y que tiende a complicar su planteamiento, pero que a la vez mantiene la intriga y requiere de la participación del espectador, al que premia cuando encaja cada una de las piezas que el director propone.
La trilogía de la venganza
Park Chan-wook es un nombre que no puede obviarse al hablar del cine de género. Un director que se ha coronado como uno de los realizadores más personales de la cinematografía surcoreana, consiguiendo éxitos comerciales y escandalizando a crítica y público tanto por su temática como por su puesta en escena. Tras el humanismo y sentido del humor que despiertan los personajes en JSA, Park Chan-wook iba a darle un golpe seco a todos los espectadores con expectativas de ver algo similar en la pantalla. De los 7 millones que pasaron por taquilla en JSA, sólo 200.000 se enfrentaron a Sympathy for Mr. Vengeance (el primer film del director que pudo verse en un festival de cine en España). Todo parece haber cambiado de uno a otro film, excepto un detalle: un director que sabe utilizar unos recursos u otros, dependiendo de la historia que quiere contar. En Simpathy for Mr. Vengeance, germen de la que sería su Trilogía de la Venganza, Ryu, engañado y estafado por una organización ilegal de venta de órganos (necesita un riñón urgentemente para su hermana enferma), planea junto a su novia el secuestro de una niña rica. Pero las cosas se tuercen y la casualidad, la fatalidad e incluso lo absurdo y lo grotesco llevan a los personajes al borde de la locura, causando una ola de crímenes, violencia y por supuesto… venganza y horror. La venganza en Sympathy for Mr. Vengeance es la manera más violenta de redimir la ley humana de ‘causa-efecto’. El ser humano se toma la venganza como forma de retomar el sentido racional de su existencia. En OldBoy (2003), la venganza actúa como mecanismo de supervivencia. No habrá perdón ni redención para sus personajes, uno acabará muerto y al otro no le quedará más remedio que borrar sus huellas, dejar al monstruo atrás y perder su memoria, para poder continuar adelante. No es un renacer verdadero sino que es, por así decirlo, una especie de ‘atajo’ para poder continuar viviendo. La trilogía se cerraría con Sympathy for Lady Vengeance (2005), donde se presenta la venganza como vehículo para la redención, como la manera de expiar los pecados. Geum-ja sale de la cárcel después de 13 años en ella con un único propósito, vengarse de aquél por culpa del cual ingresó en prisión a los 18 años. Esta vez la venganza se sirve a través de los ojos de una mujer. Pero en esta ocasión ella no es el arma ejecutora, sino que sólo prepara el terreno y, al final, es una mera espectadora de la venganza que llevan a cabo los padres de los niños asesinados.
Un alumno aventajado
Memories of Murder es, sin duda alguna, una de las películas imprescindibles si hablamos del thriller coreano y fue presentada en 2003 por otro de los jóvenes talentos del cine de la Nueva Ola: Bong Joon-ho, un director que después de trabajar como asistente de dirección del director Park Gi-yong en el film Motel Cactus, comienza su carrera como director de largometrajes. Su segunda realización Memories of Murder-Crónica de un Asesino en Serie, la historia de dos policías muy diferentes investigando los crímenes de un asesino en serie, ambientada en la sociedad coreana de los años 80 y todavía bajo la huella de la dictadura militar, se convirtió en la película más vista por el público coreano el año de su estreno, además de ser laureada en los diferentes festivales por donde se proyectó. Memories of Murder es un thriller, un drama político-social, y a la vez una película de terror. El escenario del film parece un coto de caza, una caza al hombre donde la presa se revela particularmente inalcanzable. Además, los policías son también acosados por la prensa y por la población, quienes están cansados de los abusos de poder por su parte.
Considerada por muchos como un Memories of Murder que acontece en la época Joseon y que bebe de clásicos ya como El Nombre de la Rosa (el papel interpretado por Cha Seung-won es muy similar al que interpretara Sean Connery), Blood Rain (2005) contiene elementos fantásticos (el elemento sobrenatural sobrevuela todas y cada una de las escenas en forma de un fantasma que reclama venganza), de thriller laberíntico (el director introduce los flashbaks dentro de la narración sin necesidad de preavisar al espectador, lo que confiere al conjunto la estructura de un puzzle inacabado), o de género de terror (las imágenes de los asesinatos, así como el clima que se respira en la isla, es de una asfixia creciente). La época Joseon ha sido y es fuente de numerosas producciones de este tipo, como las más recientes Shadows in the Palace (2007), ópera prima de la directora Kim Mee-jeung, o Detective K (2011), segundo trabajo del director Kim Seok-yun.
La nueva ola ‘noir’
¿Hacia dónde se dirige el thriller coreano en estos momentos? ¿Cuáles son las últimas tendencias?
Si bien entre 2006 y finales de 2007 se introducía el elemento melodramático en la mayoría de las producciones de cine negro coreanas (bastantes de ellas entroncadas con el género de gangsters como es el caso de Righteous Ties, Winter Blues, A Dirty Carnaval o Rough Cut, ésta más reciente, presentando unos gangsters que pierden su aureola para transformarse en seres aún más realistas que viven en continua contradicción, a la búsqueda del respeto y de una vuelta hacia la normalidad), en los últimos años lo que impera es el análisis de la violencia, llegando en algunos casos a plasmar en la pantalla una violencia hiperbólica, como es el caso de la última película de Kim Ji-woon, Encontré al Diablo (2010) o la película culpable de este reportaje, The Yellow Sea, segundo trabajo del casi-debutante Na Hong-jin.
Todo empezó en el año 2008 cuando el film The Chaser consigue alcanzar el tercer puesto en la taquilla coreana. Los productores debieron pensar: si al público le gusta, tendríamos que darle más. The Chaser (Na Hong-jin, 2008) es una de las últimas producciones coreanas donde el thriller y el film de terror caminan unidos de la mano. Nos encontramos ante una película dura, muy dura, no sólo por la violencia física que destilan sus imágenes, sino por la violencia de las situaciones y la tensión emocional y el horror a los que el espectador se enfrenta durante su visionado. Inicialmente pudiera parecer que nos encontramos ante un esquema típico de género negro: el juego del gato y el ratón. La cacería o persecución a la que alude el título de la película se produce desde el instante inicial, pero su desarrollo se aleja del ideario fílmico occidental: desde la motivación que lleva al ex policía y actual proxeneta a iniciar la persecución, en un intento por evitar que el negocio pueda verse resentido al creer que le están “levantando” las chicas, hasta la resolución policial, que lleva a la detención del asesino mediada la película, y donde el espectador llega a preguntarse, hacia dónde va a dirigirse la trama.
Tal y como nos adelantaba el KOFIC en su revista mensual sobre cine coreano, el año pasado la taquilla de Corea se decantó por dos thrillers: Moss, un muy entretenido ejercicio de suspense donde el entorno rural se muestra de todo menos apacible, cuyo director, Kang Woo-seok, ya conocíamos desde hace algunos años por la cinta bélica Silmido (una de las primeras películas de la Nueva Ola del cine coreano que pudo llegar hasta nosotros); y The Man from Nowhere, sin duda uno de los mejores thrillers filmados en Corea en 2010 y el megahit del año, un thriller oscuro y violento en la línea de la Venganza protagonizada por Liam Neeson o Leon, la cinta de Luc Besson, y por si fuera poco protagonizada por Won Bin (una de las jóvenes estrellas del star system coreano del momento) que con su carisma y la estilizada dirección de Lee Jeong-beom hicieron que un «thriller más» se convierta en todo un fenómeno: la puesta en escena, la fotografía y el trabajo de cámaras es simplemente excepcional, al altísimo nivel al que nos tiene acostumbrados los técnicos surcoreanos, ayudando a crear una ambientación simplemente perfecta, ideal para una historia noir (por cierto, seguimos de suerte y The Man from Nowhere verá la luz en las carteleras de nuestro país en 2012).
Sin embargo, el éxito de público no acompañó al que sin duda es para nosotros el mejor thriller realizado en 2010, I Saw the Devil/Encontré al Diablo, pues la audiencia quedó excesivamente perturbada con la violencia que ofrece el último film de Kim Ji-woon, al que relegó fuera del top ten del box office (recordemos que algunas de las escenas del film original sufrieron algún que otro tijeretazo por parte de la censura coreana). Encontré al Diablo es el ejemplo perfecto de hacia dónde va el thriller coreano en la actualidad: la búsqueda de las raíces del mal, hasta dónde es capaz de llegar el ser humano cuando entra en la espiral de la violencia, dónde están los límites… Y estas preguntas nos llevan inevitablemente a hablar de unos de los thrillers más importantes de este año en Corea. Sin duda alguna nos referimos a The Yellow Sea, el segundo trabajo de Na Hong-jin, estrenado a finales de 2010 en Corea y que llega ahora a nuestras pantallas (recordemos, el 5 de Enero concretamente): la violencia hiperbólica, el drama social de la inmigración, las bandas mafiosas, una infidelidad como elemento melodramático… Todas las características que hemos comentado en estas páginas en una sola película… aunque la taquilla coreana se quedó a medias y poco más de 2 millones de personas acudieron a las salas a verla. Algo mejor le fue a The Unjust de Ryoo Seung-wan, un thriller político que habla de un hecho real acaecido en los estamentos de la justicia y la política en Corea, con cerca de 3 millones de espectadores.
Con un 2011 a punto de finalizar y que nos ha dado muy pocas propuestas en cuanto al género del thriller se refiere (dignas de mencionar, claro está, porque haberlas las ha habido), habrá que esperar al 2012 para ver los trabajos en producción de grandes nombres del género como son Park Chan-wook, Bong Joon-ho y Kim Ji-woon. Los tres trabajando en América… da un poco de miedo, la verdad. Esperemos que los ‘cambios de aire’ no les afecten demasiado en su esencia.
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Gloria Fernández y Enrique Garcelán