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Estreno en cines: Kiseki-Milagro (Japón, 2011)

19/04/2012

Ficha Técnica: País: Japón Año: 2011  Director: Hirokazu Kore-eda Con: Maeda Maeda, Koki Maeda, Nene Otsuka y Jo Odagiri  Género: Drama Duración: 128 min.

La buena costumbre de distribuidores y exhibidores de hacernos llegar la obra de Hirokazu Kore-eda (sus cinco últimos largometrajes de ficción se han estrenado en España) está permitiendo que descubramos a un autor inquieto, que trabaja de modo distinto en cada nuevo proyecto: naturalista para un film social como Nadie Sabe, en clave de comedia al contar una historia de samuráis en Hana, en estilo clásico para el retrato familiar de Still Walking/Caminando o poético para la fantasía de Air Doll. Con Kiseki (Milagro) el cineasta nipón vuelve en parte a la senda de Nadie Sabe, empleando a niños como protagonistas y construyendo con ellos y sobre la marcha las diferentes escenas, en lo que Kore-eda ha denominado un «proceso interactivo». Sin embargo, los temas y el tono son otros. En Kiseki se nos cuenta la aventura de dos hermanos distanciados a causa de la separación de los padres; su mayor deseo es el de volver a vivir juntos, y para conseguirlo no dudan en embarcarse en una temeraria aventura, consistente en ir al encuentro del lugar en que dos líneas del tren de alta velocidad se cruzan, pues les han dicho que la energía liberada por el efecto de la velocidad tiene la propiedad mágica de hacer que los sueños se cumplan; en el viaje les acompañarán varios compañeros y amigos, cada uno con su propio deseo.

A pesar de su apariencia de cine familiar demasiadas cosas en el film se desmarcan de este género, al menos en su (banal) formulación ‘disneyana’. La cinta es amable, no hay duda, pero sólo tanto como puede serlo hablando de familias desestructuradas y sueños frustrados. Además, una voluntad realista domina las imágenes, la cual se sustancia, en primer lugar, en el semidocumentalismo estilístico propio del cineasta (extraordinarias, por cierto, las interpretaciones que Kore-eda extrae de los niños protagonistas, llenas de veracidad), así como en una historia que esquiva el idealismo más ramplón (la aventura de los niños acaba por tener un carácter más cotidiano que extraordinario, mientras que el apunte de optimismo final no es más que eso, y parece legítimo).

La cinta también se aleja del relato convencional a través de la desdramatización, que otorga a la dimensión narrativa un papel secundario: la odisea infantil se retarda, dando tiempo a la composición de un retrato de los chavales y su entorno, con lo que el interés de la historia se localiza fuera de la acción propiamente dicha. Cuidado, no es que se trate de una fría y calculada obra minimalista; al contrario, la película destaca por su gran emotividad (que no sentimentalismo), respaldada por una sencillez formal que la acerca a la experiencia del espectador.

Divertida, inteligente, delicada, palpitante y conmovedora, esta joya que es Kiseki es un producto para todos los públicos, en el mejor sentido del concepto.

Lo mejor: Que los niños no actúan, viven.

Lo peor: No diría que tenga algo malo.

Por nuestro colaborador Jordi Codó (CineAsia)

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