La adaptación cinematográfica de Tokio Blues (Norwegian Wood) del escritor superventas japonés Haruki Murakami es sin duda una de las películas más esperadas de este año. El libro supuso un auténtico bombazo en todo el mundo, incluido España, y puede considerarse como la puerta de entrada más popular a la hora de adentrarse en el universo tan particular del escritor. Si a esto le añadimos que Murakami siempre ha sido reacio a permitir que se adaptaran sus novelas a la gran pantalla, la cita se convierte en ineludible.
El escritor japonés no ha podido negarse ante la propuesta del vietnamita Tran Anh Hung, que nos emocionó con El Olor de la Papaya Verde o Cyclo, en un proyecto lleno de estrellas tanto en la parte técnica como en el apartado actoral, con una de las parejas de actores más populares de Japón, Kenichi Matsuyama y Rinko Kikuchi. El resultado es muy positivo, consiguiendo lo que probablemente fuera lo más difícil: trasladar esa ambientación tan personal de la novela de Murakami a la gran pantalla.
Toru Watanabe (Kenichi Matsuyama) es un joven universitario que casualmente un día se encuentra con una amiga del pasado, Naoko (Rinko Kikuchi). Ella fue la novia de su mejor amigo de la adolescencia, pero el suicidio de éste, les distanció. Comienzan entonces a recuperar su amistad perdida, pero entonces Naoko, con el recuerdo indeleble de Kizuki, su novio fallecido, tiene que ser internada en un centro. Poco después Toru conoce a Midori (Kiko Mizuhara), una compañera de clase mucho más sociable y decidida. Es entonces cuando Toru comienza a sufrir un debate interno, al no querer dejar de intimar con Naoko, con la que le une un fuerte vínculo a través de la pérdida de su amigo, pero tampoco quiere dejar escapar a una mujer tan vital como Midori.
Tokio Blues retrata ese momento en que los golpes de la vida nos hacen pasar de ser adolescentes a adultos, además de ser un recuerdo nostálgico del primer amor, en este caso un amor difícil y doloroso ya que surge de la pérdida de un ser querido. Esta no era una adaptación fácil, trasladar al celuloide la ambientación del libro, ese sentimiento nostálgico lleno de tristeza y pérdida, pero también amor y pasión, podía dar lugar a un autentico chasco teniendo en cuenta las altas expectativas creadas tratándose de una novela tan importante. Mayor es pues el mérito de Tran Anh Hung, que consigue meternos en una historia de amor y aflicción absolutamente arrolladora, de ritmo pausado pero con una intensidad palpable, y hacerlo de una manera visualmente majestuosa, al más puro estilo de Wong Kar-Wai.
La pareja protagonista, el cada vez más deseado Kenichi Matsuyama y una de las caras más conocidas del cine japonés en Occidente, Rinko Kikuchi, están simplemente magníficos en sus respectivas partes, luciendo especialmente Kikuchi en una actuación llena de intensidad y fragilidad, tal como requería un personaje tan complejo, confundido, sensual y sensible. Matsuyama está en su línea habitual, sólido y mostrando una madurez cada vez mayor en una carrera que muestra su versatilidad y que le convierte en uno de los actores jóvenes con un futuro próximo muy prometedor. Tampoco lo hace nada mal Kiko Mizuhara, la jovencísima modelo novata en el cine que da vida con absoluta naturalidad a la jovial Midori. Queda como testimonial la actuación de otra de las caras jóvenes con más futuro del cine nipón, Kengo Kora, que interpreta brevemente a Kizuki.
El director sigue al pie de la letra la historia del libro, a excepción del punto de partida: nos ahorra la escena en la que un Toru adulto escucha en un aeropuerto, por casualidad, la canción de los Beattles que da título al libro, recordando entonces su adolescencia y su relación con Naoko y Midori. En el libro la escena representa el inicio de un gran flashback, pero en la película se ha optado por empezar directamente la historia en los años 60, evitándonos una posible escena de Matsuyama maquillado como un cincuentón. El sentimiento nostálgico de recordar una historia dolorosa del pasado está ahí gracias a la voz en off que aparece de vez en cuando, y la canción de los Beattles suena dos veces en el film, además de algunos otros éxitos de la época. Aparte de esto, los únicos cambios que se le pueden echar en cara al director es que los personajes secundarios no tienen tanto protagonismo como en el libro, en especial Nagasawa (Tetsuyi Tasmayama), el amigo ligón universitario de la alta sociedad, y Reiko (Reika Kirishima), la compañera de habitación de Naoko en la residencia.
La película está completamente centrada en el doble triángulo amoroso, y por lo tanto se pierde un poco del modo de vida de la época, aunque se mantienen algunas escenas de las protestas estudiantiles en la universidad en la que estudian Toru y Midori, pero son más bien testimoniales. Todos estos cambios con respecto al original son perfectamente comprensibles, puesto que la película ya se va hasta las dos horas y veinte.
Hay dos aspectos técnicos que sin duda hay que destacar, empezando por el magnífico trabajo del director de fotografía, Ping Bin Lee, que consigue que el film visualmente sea un prodigio, con una viveza espectacular en los colores, creando imágenes simplemente maravillosas. La película luce especialmente en las escenas de exteriores, en las que la naturaleza también refleja el estado anímico de la pareja protagonista, y tiene su parte de importancia. A nivel de la ambientación de la época quizás sea un poco exagerada a la hora de mostrar que es una película ambientada en los sesenta (esas camisas psicodélicas de Toru), pero no es nada en comparación con lo maravillosamente que está rodada.
Otro apartado que hay que destacar es la música, que corre a cargo de Johnny Greenwood, el guitarrista de la banda británica Radiohead. Éste se inició en el mundo de la bandas sonoras con su magnífico trabajo en There Will Be Blood de Paul T. Anderson, y esta vez vuelve a tener una influencia fundamental, procurando una ambientación más tranquila con sus piezas de guitarra, pero sobretodo magnificando esos sentimientos épicos de Toru y Naoko, con piezas de orquesta en que los chelos y los violines gritan y lloran por el amor y la pérdida de la pareja. Pura emoción que cuaja un binomio perfecto con lo que vemos en pantalla.
En definitiva, una gran adaptación cinematográfica del libro de Murakami que consigue captar todos los elementos de la novela: la nostalgia, la pérdida, la pasión, el amor puro y la madurez, y trasladarlos a la gran pantalla, en un film apasionante y bellísimo.
Lo mejor: Una historia de amor arrebatadora, con una factura visualmente impresionante. Rinko Kikuchi. La banda sonora.
Lo peor: Que probablemente no todo el mundo conecte con los personajes y la historia de la película.
Víctor Muñoz (El Pozo de Sadako)
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