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Estreno en Filmin: Last Child (Shin Dong-seok, 2018)

06/05/2020

La pérdida como punto de partida. El duelo eterno, la incomprensión, el deambular por una realidad rota y sin sentido. Este es el sentimiento que envuelve a todos los personajes que aparecen en este drama coreano dirigido por el debutante Shin Dong-seok. El acontecimiento trágico ya ha sucedido, ahora se trata de establecer vínculos entre aquéllos que tuvieron algo que ver en el accidente que se cobró la vida del único hijo de un matrimonio a la deriva emocional. Los primeros pasajes del film nos muestran a ambos acompañados por separado de dos de los adolescentes presenciales de aquel fatídico día. Momentos inertes de búsqueda desesperada por asirse a un imposible. No quieren que el recuerdo se disipe, y van a hacer todo lo posible por mitigar la falta.

El ritmo es paulatino, vacío de contenido llamativo. La puesta en escena sobria y desprovista de cualquier oropel que pueda despistar sobre lo que ocurre a nivel de guion. El conjunto habría ganado enteros si no se centrara tan sólo en la actitud de los personajes, si intentara captar ese sentimiento en todas las cosas y en todos los detalles, pero aquí la apuesta es la del reconocimiento a través de la narración.

Aún así existe la curiosidad de conocer los derroteros por los que van a discurrir las ligazones iniciales, un juego de espejos donde se refleja el futuro proyectado. Entonces no existen culpables, tan solo inadaptados que buscan vindicación en la confusión. Cualquier esperanza es vana y se rompe en mil pedazos porque están condenados al fracaso vital.  Todo plan de tirar para adelante como sea se verá frustrado por la marca con la que hay que aprender a convivir.


La reapertura de una herida que había comenzado a cicatrizar empuja a todos de vuelta a sus respectivos rincones


Así, a base de desengaños y encubrimientos, llegamos a un punto en el que todo estalla en confesiones indeseables. La búsqueda obsesiva de la verdad oculta destroza el castillo de naipes muerto al nacer. La reapertura de una herida que había comenzado a cicatrizar empuja a todos de vuelta a sus respectivos rincones, ya que cada uno intenta procesar la situación a su manera particular, comenzando a resentirse ligeramente en el proceso. El metadrama se adueña de la pantalla y los puntos de fuga se dilapidan en aras de la certeza. La rabia se impone al duelo pero es tarde para exigir que se reinstaure el orden. Los intereses creados por la actitud despiadada de una sociedad que intenta defender lo suyo distanciándose y amparándose en el olvido para impedir males mayores abortarán cualquier intento de racionalidad. Esto se expresa en el film a base de arrebatos de cólera y situaciones de tensión que hasta el momento no habían aparecido. La calma del primer acto deviene nervio en el segundo. La sombra de la venganza, marca de la casa del reciente cine coreano, parece atisbarse en el horizonte, pero no será hasta la secuencia final, cuando lo esencial conviva en la indefinición de los espacios de la fatalidad, que se nos muestre la carne viva de unos personajes al límite de la locura.

Quizás también haya que apuntar en el debe de la propuesta la progresión acelerada de giros de guion. Habrá quien los encuentre lógicos y consecuentes y quien crea que se opta por el tremendismo más efectista. Lo único cierto es que no se trata de una película redonda. Se hubiera requerido más empeño por dinamitar lo convencional. Las prisas suelen ser malas consejeras, y llega un momento en el que a los personajes no se les permite respirar. Seguramente una vuelta al origen del drama interior hubiera sido más efectiva que la exteriorización explícita de la ira contenida. O al menos que la consecuencia fuera el fruto de un nudo mucho más desarrollado. Pero estos serían pequeños defectos que no deberían ensombrecer un trabajo más que correcto a contracorriente de los productos manufacturados que se suelen servir desde el país asiático más de moda en el universo cinematográfico actual. Además, las imágenes transmiten a la perfección la desolación sin fin, evocada hábilmente por la ausencia casi total de música, y el pulso de la acción mantiene el vilo que nos oculta con sutileza si al final imperará la lógica de la bondad humana…o no.

Como primera piedra de toque de su director hay que tenerla en cuenta, y haremos bien en seguirle la pista en futuras producciones como hicimos en su día con los prometedores debuts de los grandes maestros (Park Chan-wook, Lee Chang-dong, Bong Joon-ho) que ahora sirven como modelos mundiales. 

Una crítica de Francisco Nieto

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