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Hasta pronto, Wang Xiaoshuai: tres horas de cine con mayúsculas

18/10/2019

No es fácil salir de una sala de cine, después de tres horas, con la sensación de que acabas de ver algo más que una película. Hasta siempre hijo mío, la última producción del realizador chino Wang Xiaoshuai es tan desgarradora que se convierte en el testamento fílmico de una época que abarca los treinta últimos años acontecidos en China. No me cabe la menor duda, nos encontramos ante una obra maestra.

El director de la sexta Generación recorre este camino a través de la historia paralela de dos familias que verán como su futuro se detiene una mañana en un embalse, en el momento en el que el hijo de uno de los dos matrimonios muera ahogado bajo las aguas. No busca ajustar cuentas Wang Xiashuai con su relato, sino acercarnos a la cotidianidad de unas vidas truncadas, a la que les cuesta despedirse del pasado, de lo que pudo ser, pero que no fue. Al tiempo, ambas familias, separadas y con secretos que les queman por dentro como fuego eterno, siguen tendiendo puentes a la esperanza de que ese ‘Hasta siempre’, del título, se convierta en un ‘Hasta pronto’.

Hasta siempre hijo mío

«Uno de los elementos claves que emplea el director con el objeto de enfrentar al espectador a este vaivén de cambios políticos y económicos, es el saltar continuamente en el tiempo, hacia delante y hacia detrás, sin aclararnos nunca, a priori, en que momento nos encontramos.»


Uno de los elementos claves que emplea el director con el objeto de enfrentar al espectador a este vaivén de cambios políticos y económicos, es el saltar continuamente en el tiempo, hacia delante y hacia detrás, sin aclararnos nunca, a priori, en que momento nos encontramos. Surge así la duda, la emoción al saber alguna cosa que en ese momento desconoce alguno de los protagonistas. O, simplemente, la evidencia de que los cambios macroscópicos que suceden en un país salpican de una forma directa a sus ciudadanos. Como si se trataran de un microcosmos, las dos familias protagonistas verán como los cambios económicos traerán consigo los primeros despidos en las fábricas, o cómo la política de un hijo por familia puede a veces convertirse en un yugo que eche el cierre a una nueva vida.

El recuerdo de una amistad, que un día se convirtió en una pequeña historia de amor, y que más tarde se verá recompensada con la sonrisa de un niño (tú hijo) que ríe en una conexión por Skype. Los cambios urbanísticos que no tienen piedad a la hora de ahogar el lugar donde perdiste parte de tu vida, o la tristeza de una mirada al ver la casa que abandonaste en un momento de tu vida.

Hasta siempre hijo mío

Para llegar alcanzar esa plenitud, el director se apoya en un plantel de actores que simbolizan a toda una sociedad. Dos sobresalen del resto: Wang Jingchun y Yong Mei. La pareja protagonista ganadores del Oso de Plata a la Mejor interpretación masculina y femenina en el Festival de cine de Berlín. Wang Jingchun, que empezó su carrera en 1998 ha trabajado con directores de la talla de Wang Xiaoshuai, Diao Yinan, o Zhang Yuan. Mientras que su mujer en la ficción, Yong Mei, captó la atención internacional al actuar en la película The Assassin de Hou Hsiao-sien, o en la dramática Aftershock, de Feng Xiaogang.


«Hay tres imágenes que me han quedado inexorablemente marcadas tras ver el filme: las tres tienen lugar en el mismo pasillo de un hospital, y los personajes que llegan son siempre los mismos».


Hay tres imágenes que me han quedado inexorablemente marcadas tras ver el filme: las tres tienen lugar en el mismo pasillo de un hospital, y los personajes que llegan son siempre los mismos. En estos tres momentos de la historia de una familia sencilla china, viviremos en primera persona cómo las políticas sociales llegan a afectar a la gente del pueblo. Tres clases de dirección de cómo se debe rodar un drama, captando su esencia y no amplificando el dolor.

Hasta siempre hijo mío

Llorar es catártico. Emocionarse también. Hasta siempre hijo mío resume un libro de historia, sin tomar partido. Simplemente narrando los hechos. Son las tres horas más desgarradoras que he vivido este año.

Una crítica de Enrique Garcelán

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