Año: 2012 País: Canadá, UK. Directora: Deepa Mehta. Duración: 146 m. Género: Drama. Actores: Satya Bhabha, Shahana Goswami, Rajat Kapoor, Ronit Roy, Charles Dance, Zaib Shaik. Más información: http://www.imdb.com/title/tt1714866/
Sinopsis: A las doce en punto de la noche del 15 de Agosto de 1947, en el preciso instante en quela India se independiza de Gran Bretaña, en una clínica de Bombay nacen dos bebés que son intercambiados por una comadrona. Saleem Sinai, hijo ilegítimo de una mujer pobre, y Shiva, retoño de un matrimonio rico, truecan así sus destinos. Pero sus vidas se entrelazan de forma misteriosa y quedan vinculadas indisolublemente a la tumultuosa historia dela India, jalonada por victorias y desastres.
Crítica: Vaya por delante que el reto asumido por la directora india Deepa Mehta a la hora de trasladar a la pantalla esta novela de Salman Rushdie no es cualquier cosa, ya que algunos realizadores (incluyendo al mismo escritor) tiraron la toalla ante la imposibilidad de aunar el relato del difícil pasado colonial de la India con el realismo mágico estimulante que impregna el libro. Mehta ha optado en esta ocasión por mantener una experiencia cinematográfica formativa sin que parezca en ningún instante que el espectador asiste a una aburrida clase de historia. La película hace propia la amplitud de miras de la novela frente a semejante momento histórico que vive el país apoyada en una fotografía impresionante, obra de Giles Nuttgens (quien ya había trabajado de operador para Mehta en Cielo y Agua), aunque su afán por servir al respetable un espectáculo tan colorido y grandilocuente puede acabar por embriagar e incluso apelmazar, ya que asistimos atónitos a una puesta en escena tan elegante como excesiva. Parece que la directora india disfrute sobremanera del artilugio que tiene entre las manos, y no repare, como suele ocurrir en estos casos, en que la trama nunca debería ir supeditada al engranaje formal, dando como resultado escenas brillantes en cuanto a su ornamento externo pero tremendamente bostezantes en lo argumental. Es una pena la poca predisponibilidad (un mal que acucia a muchos cineastas de nuestro tiempo) a utilizar la tijera en el montaje (del que se ha encargado Colin Monie, quien ya había trabajado con Deepa Mehta en 2005 en su película Agua), doten al estirado resultado final de casi dos horas y media de metraje de un aire de superficialidad del que no se puede desprender en ningún momento. Si bien existen escenas exquisitas y sublimes, con imágenes tan bellas como las que cubren el trayecto en tren desde Agra y Bombay, pasando por Pakistán y Bangladesh (países que también luchan por su independencia), y se mantiene un tono alegre y ligero que permea durante todo el recorrido cronológico de la trama, se tratan de aciertos aislados de precisión que, por desgracia, no se vuelven a repetir en demasiadas ocasiones.
Al final, y como no podría ser de otra forma, se opta por contentar a todos aquellos que están familiarizados con los niños en su forma literaria con una pretendida racionalización del realismo mágico imperante en esta dickensiana historia. Mientras Salman Rushdie basó la estructura de su escrito en el peso emocional e intelectual dando cabida a mínimos detalles poéticos aislados de los personajes, aquí no hay tiempo material para esos pequeños puntos de fuga, o al menos parece el resultado de un desprendimiento calculado de lo que puede acotar o resultar marginal para el desrrollo de los acontecimientos y la narración de los hechos históricos.
Tanto el libro como la película siguen los avatares de Saleem Sanai, hijo de un indigente que nace exactamente la misma noche en que la India consigue su independencia del imperio británico y quien, gracias al buen samaritanismo de una enfermera que no ve justo que el niño crezca en la extrema pobreza, no le duelen prendas a la hora de intercambiarlo en el hospital por otro niño de noble cuna. Este otro chico es Shiva, quien ahora crecerá en los barrios bajos de Bombay, aunque de su peripecia poco sabremos, centrándonos más en la educación privilegiada que recibe Saleem por parte de una rica familia musulmana. A partir de ahí se nos explica de manera detallada el recorrido de un hombre dotado de unas facultades telepáticas insólitas que aquí no revelaremos (aunque seguramente constituya la parte más atrayente de todo el film) y de su generación, componiendo un mosaico completo de toda una época y toda una cultura. A resaltar también el fascinante momento en el que la nodriza debe confesar su tropelía cometida hace años a la familia, con unas interpretaciones de todo el elenco actoral que rayan a gran altura. Es una pena que todo el fragmento inicial que gira entorno al niño protagonista no gane enteros por culpa de los limitados registros del mismo intérprete, aunque el interés por el personaje va creciendo paulatinamente en cuanto adquiere la fisonomía del guapo Satya Bhabha, quien ya ha hecho sus pinitos en producciones hollywoodienses como Caza a la Espía o Scott Pilgrim contra el Mundo.
En definitiva, un film deslumbrante en cuanto a estética se refiere, pero que comete el error de perpetuar una trama que da como resultado el progresivo desinterés por el devenir de los acontecimientos. Suponemos que mucha culpa de esto sea debida a la confianza depositada al mismo Salman Rushdie para que se hiciera cargo del guión, y es que resulta complicado que la misma persona que ha parido el libro tenga la capacidad de prescindir o acortar aspectos innecesarios que apelmazan y vuelven tedioso su obsesión por el subrayado.
Lo mejor: Existen un puñado de momentos impactantes por los que ya vale la pena pagar la entrada.
Lo peor: Al final te queda la sensación de que te has leído una por una las setecientas páginas de las que consta el libro.
Por nuestro colaborador Francisco Nieto