A pesar de que Hirokazu Kore-eda es un director que ha estado en activo desde mediados de los años noventa y sus producciones se han acercado al público occidental a través de festivales, hay una fecha que marca la explosión del director hacia el gran público. El estreno de su cinta Still Walking (Caminando) en el año 2008. Desde CineAsia hemos analizado a través de varios reportajes la primera etapa del director, emparentada al minimalismo de las primeras obras de Jia Zhangke, con un regusto por el género documental y con una austeridad gramatical a la hora de presentarnos sus obras. Con el motivo del estreno en España el próximo 23 de marzo de Nuestra hermana pequeña queremos acercarnos a la figura de ese otro/tal vez el mismo Kore-eda que ensaya obra tras obra acerca de la naturaleza humana, y, por encima de todo, acerca del núcleo familiar.
En el camino
De la misma manera que se puede narrar un día cualquiera de la vida de alguien sin que una nota resulte demasiado estridente por encima de la otra, Kore-eda pincela en Still Walking (Caminando) el ecosistema de la familia japonesa. Un día de verano en el que unos hijos ya adultos visitan a sus ancianos padres, que han vivido durante décadas en la residencia familiar. El hijo y la hija vuelven, junto con sus respectivas familias, para una reunión inusual con el fin de conmemorar la trágica muerte del hijo mayor, que se ahogó por accidente quince años atrás. Aunque la casa y el menú de la madre apenas hayan variado con el paso de los años, se aprecian ligeros cambios en cada uno de los miembros de la familia. «La memoria es una cosa muy importante. La memoria interna de una persona en concreto no me interesa para nada. La que realmente me interesa es la parte de memoria que compartimos cuando nos relacionamos con alguien. La memoria pues, es un tema fundamental: no lo que cada uno tiene dentro, sino lo que compartimos con otras personas para establecer las relaciones humanas. Uno de los proyectos que barajo para el futuro trata el tema de la memoria”. A pesar de que nada parece haber cambiado, los pequeños detalles serán los que demuestren el paso del tiempo: ese hijo que marchó prematuro y esa culpabilidad repartida, el aroma de una comida que nos despierta la memoria de un tiempo pasado. Kore-eda desgrana con un estilo que lo acerca a los clásicos una obra que nos habla de la familia: de la misma manera que lo hiciera Ozu a lo largo de toda su filmografía.
El poder de la fantasía y del manga
Del análisis clásico de la familia, Kore-eda da un salto hacia el fantástico en su siguiente película, Air Doll. Tomando prestada una historieta (manga) de poco más de veinte páginas dibujada por el conceptualista mangaka Yoshiie Goda, el realizador japonés la convierte en una película sobre la pérdida de la esperanza dentro de la sociedad en la que vivimos. Érase una muñeca hinchable que vive en un barrio residencial de Japón, con la única función de servir de desahogo sexual para su propietario. Pero este ser inanimado, y con una función tan bien delimitada, un día toma conciencia de sí mismo, y pasa a cuestionarse su existencia. Un amplio abanico de posibilidades se abren de repente para ella: puede descubrir que existe fuera de las cuatro paredes de la habitación en la que vive, relacionarse con la gente, incluso, por un momento, permitirse el lujo de respirar ese aire inerte, que es lo único que la compone. Con una mirada entre poética y desgarradora Kore-eda permite a la muñeca descubrir los sentimientos humanos: del amor a la crueldad y a la tristeza. Como si se tratara de un humano que ha de pasar sucesivamente por las diferentes etapas de la vida: niñez, adolescencia y madurez, la muñeca asiste a este proceso llegando al desencanto de la madurez y a la resignación de la vejez. Kore-eda maneja con exquisita sensibilidad el elemento fantástico y lo mezcla con el drama ordinario para evocar una balada triste que nos lleva desde la calidez de una caricia hasta la melancolía que convoca la presencia de la angustia existencial en nuestro interior. Mágica y terrible al mismo tiempo, como la vida misma.
Los milagros existen
Con Kiseki (Milagro) el cineasta nipón vuelve en parte a la senda de Nadie Sabe, empleando a niños como protagonistas y construyendo con ellos y sobre la marcha las diferentes escenas, en lo que Kore-eda ha denominado un «proceso interactivo». Sin embargo, los temas y el tono son otros. En Kiseki se nos cuenta la aventura de dos hermanos distanciados a causa de la separación de los padres; su mayor deseo es el de volver a vivir juntos, y para conseguirlo no dudan en embarcarse en una temeraria aventura, consistente en ir al encuentro del lugar en que dos líneas del tren de alta velocidad se cruzan, pues les han dicho que la energía liberada por el efecto de la velocidad tiene la propiedad mágica de hacer que los sueños se cumplan; en el viaje les acompañarán varios compañeros y amigos, cada uno con su propio deseo.
A pesar de su apariencia de cine familiar demasiadas cosas en el film se desmarcan de este género, al menos en su (banal) formulación ‘disneyana’. La cinta es amable, no hay duda, pero sólo tanto como puede serlo hablando de familias desestructuradas y sueños frustrados. Además, una voluntad realista domina las imágenes, la cual se sustancia, en primer lugar, en el semidocumentalismo estilístico propio del cineasta (extraordinarias, por cierto, las interpretaciones que Kore-eda extrae de los niños protagonistas, llenas de veracidad), así como en una historia que esquiva el idealismo más ramplón (la aventura de los niños acaba por tener un carácter más cotidiano que extraordinario, mientras que el apunte de optimismo final no es más que eso, y parece legítimo).
La cinta también se aleja del relato convencional a través de la desdramatización, que otorga a la dimensión narrativa un papel secundario: la odisea infantil se retarda, dando tiempo a la composición de un retrato de los chavales y su entorno, con lo que el interés de la historia se localiza fuera de la acción propiamente dicha. Cuidado, no es que se trate de una fría y calculada obra minimalista; al contrario, la película destaca por su gran emotividad (que no sentimentalismo), respaldada por una sencillez formal que la acerca a la experiencia del espectador. Divertida, inteligente, delicada, palpitante y conmovedora, esta joya que es Kiseki es un producto para todos los públicos, en el mejor sentido del concepto.
Cómo ser padre y no morir en el intento
Uno de los atractivos que tiene la programación del Festival de cine de San Sebastián es ver pasear a Hirokazu Kore-eda por la Concha después de haber recibido algún premio en Cannes. Eso fue lo que aconteció en el año 2013, cuando tras recibir el Premio del Jurado en Cannes por De tal padre tal hijo, el director obtuvo el Premio del Público en San Sebastián.
Supongamos por un momento que dos familias que han criado a lo largo de seis años a dos niños que nacieron el mismo día, un buen día son llamados por el hospital donde vinieron al mundo para informarles que ha habido una equivocación y que los niños fueron cambiados. ¿Cómo solucionamos la situación? Con este sencillo pero contundente argumento Kore-eda enfrenta a la genética con el medio ambiente. Una frase pronunciada por uno de los dos progenitores al principio de la película nos da la pista, un arquitecto obsesionado por el trabajo y por el éxito profesional. Unas palabras proferidas al hablar de su hijo Keyta un muchacho educado, que no sobresale en ninguna disciplina, pero que tiene la capacidad de alabar la interpretación de piano de una niña, después de su actuación más bien modesta: «La bondad hoy en día es una debilidad«.
Una frase que poco a poco irá calando en el espectador que asiste a una puesta en escena en la que ambas familias inician un proceso de acercamiento para que los niños se vayan conociendo. ¿Serán capaces de cambiarlos? ¿De renunciar a los años de contacto con el fin de aceptar a los niños «correctos»? La paternidad (sobre todo la figura paterna) es uno de los temas recurrentes en la filmografía de Kore-eda. Y es un tema que planea a lo largo del metraje de la película donde los pequeños detalles serán los que, otra vez, hagan grande a una de sus producciones: el momento en el que Ryusei (uno de los pequeños) deja una pajita en la misma posición en que la ha dejado previamente su padre. O el resumen fotográfico de Keyta, que a pesar de pasar poco tiempo con su padre (éste siempre encuentra un tema profesional que lo aleja), es capaz de fotografiar una y otra vez a su padre… durmiendo en el sofá, estirado en la cama…
En De tal padre tal hijo Kore-eda vuelve de nuevo a recurrir a un tema que le preocupa y le atrae a la vez: los vínculos familiares, pero no los de sangre sino los relacionales. Grandes cuestiones se plantean en la película como por ejemplo: ¿es más hijo aquél que lleva tu propia sangre o aquél que te conoce, quiere y lleva viviendo contigo toda su vida? ¿Son más fuertes las relaciones consanguíneas o las relaciones humanas establecidas a lo largo de los años? El tiempo y los lugares comunes como parte de los vínculos relacionales, como elementos que configuran tu memoria, no solo perceptiva sino emocional y relacional. Unos temas, los lugares y el tiempo, que también explora en la que es por el momento su última película, Nuestra hermana pequeña, que se estrena en nuestros cines la próxima semana.
De nuevo el público del Festival de San Sebastián
Aunque esta vez no obtuvo ningún premio en el Festival de Cannes donde participó en la Sección Oficial a concurso, Kore-eda volvió a obtener el beneplácito del público de Donosti: Nuestra hermana pequeña, que participaba en la Sección Perlas del Festival, recibió el Premio del Público (cosa que ya había pasado el año anterior con la penúltima película del realizador De tal padre tal hijo), además de alzarse con 5 galardones (dos de ellos Mejor Película y Director) de la Academia de Cine japonesa.
Vuelve Kore-eda a recuperar su tema preferido, el de las relaciones familiares, a través de tres hermanas que acuden al funeral de su padre, al que no han visto en muchos años, para descubrir que éste formó una nueva familia y que ahora tienen una “medio-hermana” pre-adolescente. Basada en la novela gráfica Umimachi Diary de Akimi Yoshida, para Nuestra hermana pequeña el director japonés volvió a contar con la colaboración del director de fotografía Mikiya Takimoto para ambientar la ciudad de Kamakura, lugar donde transcurre la historia, que se acabará convirtiendo en un personaje más, pues como habíamos comentado anteriormente, los lugares comunes y el paso del tiempo cobran, esta vez, mayor sentido en el establecimiento de las relaciones inter-personales de los protagonistas del film. Como el mismo Kore-eda afirma: “es la belleza que nace cuando comprendemos, sin melancolía y abriendo nuestros corazones, que solo somos granos de arena que forman parte de un todo, y que la ciudad, el tiempo de la ciudad, seguirá adelante aunque nosotros ya no estemos.”
El recuerdo, el perdón, el tiempo vivido, el tiempo por vivir, la muerte, la redención, el amor… Nuestra hermana pequeña, sin estridencias ni sentimentalismos fáciles, pasa como una tarde de verano en la orilla de un río. Entrañable, del mismo modo que resultó la entrevista que mantuvimos con el director japonés a lo largo de una mañana en el Festival de cine de San Sebastián. Una entrevista que junto a la premiere de la película publicaremos la próxima semana como anticipo del estreno de Nuestra hermana pequeña el miércoles 23 de marzo.
De momento os dejamos en manos de este director, quizás la mirada más humanista del cine japonés contemporáneo.
Un reportaje de Gloria Fernández y Enrique Garcelán