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Introducción al cine de animación surcoreano (Parte II)

16/05/2014

Milenio animado

Antes de que todos quedásemos rendidos con los primeros thrillers o las primeras películas de terror surcoreanas, una pizpireta niñita creada especialmente para el servicio postal electrónico desembarcaba en forma de serie de animación realizada exclusivamente con el programa Adobe Flash. Su nombre: Pucca, una indescriptible e irreverente moza de tonalidades rojizas nos hacía sonreír mientras intentaba enamorar a un ninja llamado Garu. Pensada inicialmente como una serie de cortos para luego evolucionar en una longeva serie de televisión, su aceptación internacional fue tal que propició que Vooz, la empresa responsable de su creación, cediera los derechos a la compañía de Vancouver Studio-B Pro para su propulsión definitiva a los mercados occidentales. De resulta: cantidades incontables de “merchandising” y la primera vez que un “cartoon” surcoreano conseguía supeditar a las series infantiles niponas del momento (por ende, Pokemon y Digimon).

PororoY en 2002 un pingüinito creado íntegramente por ordenador conquista el corazón de millones de niños por toda Asia: Pororo, the Little Penguin. Se trataba de capítulos de corta duración (de entre 5 y 11 minutos) en la que un grupo de animalillos de hábitat polar vivían en una isla aislados de cualquier atisbo de civilización humana. En cada episodio se daba algún conflicto moral que debía resolverse de la forma más diplomática posible. Una serie didáctica para los más pequeños de la casa.

Aún así, y exceptuando Francia, una pequeña joya del cine costumbrista, pero realizada con distintas técnicas de animación, pasó inadvertida por todo el mundo: Mari Iyagi (2002). Su realismo mezclado con las imágenes fantasiosas, de puro onirismo, para rememorar de forma melancólica esos tiempos que se fueron y nunca volvieron, enamoraron a más de uno. Su devenir melancólico, la reminiscencia estacionada en el tiempo de dos viejos amigos de infancia que agotan sus últimas horas en un pueblo costero mientras se dejan atrapar por el alma de un faro abandonado, emocionaba por la sencillez y los regalos que enseñaba que la vida te puede deparar. Ópera prima de Lee Sung-gang, se llevó el gato al agua como mejor filme en el prestigioso Festival de Animación de Annecy (uno de los más importantes de esta categoría a nivel mundial, por no decir el que más), abriendo la caja de Pandora y derribando, por fin, ese estereotipo racial de que los surcoreanos no sabían hacer películas (ya no solo de animación). De hecho, son significativas las cifras estadísticas de esos tres primeros años del nuevo siglo: hasta 200 nuevos cortometrajes realizados por estudiantes universitarios intentan buscar lugar en festivales especializados. El cénit de la animación surcoreana no había hecho más que empezar. El interés por la “aenimeisyeon” era similar al que vivió el “anime” a principios de los años 90, sólo que aquí, como siempre, no nos enterábamos.

Taekwon VEl gobierno coreano, más listo que un lince, no era ajeno a este fenómeno. Veía la animación como el nuevo valor cultural del país, convirtiéndose en todo un patrimonio de Corea del Sur. Casualmente es en 2003 cuando, después de rebuscar en filmotecas y roñosos almacenes de obsoletas salas de cine pendientes de derribo, se encontraron los negativos perdidos del primer filme de Taekwon. Y la Korean Film Council, ni corta ni perezosa, decidida a convertir al robot cafetera en un símbolo cultural del país y protegerlo de las amenazas de querella por plagio que habían planeado desde su nacimiento, decide invertir la friolera de 2 billones de wons en una completa restauración. Contrataron a 72 expertos animadores profesionales para que pudieran restaurar a mano, fotograma a fotograma, los más de 108 mil acetatos de los que se compone el largometraje. Y así, después de dos años de arduo trabajo, en Octubre de 2005 se presentaba en el Festival Internacional de Cine de Pusan la versión definitiva del Robot Taekwon V.

wonderful daysJunto con los recientes éxitos nacionales, destacaba por encima de los demás Wonderful Days (2003), que pretendía ser un poco el nuevo Akira asiático, si bien técnicamente, así como sus personajes, nos recordaban (demasiado) a los mundos nihilistas del dibujante Tsutomu Nihei. Eso no quitaba la espectacularidad de sus gráficos y un bienintencionado formulismo del cyberpunk de nueva cuña. A pesar de sus intenciones megalómanas, esta cinta de Kim Moon-saeng fracasó estrepitosamente en taquilla (2 millones de dólares frente a los 10 que costó). Tuvo más suerte equitativamente hablando entre “budget” y recaudación Oseam (Seong Baek-yeob, 2003), una emotiva y amable producción en la que a través de dos huérfanos que son acogidos en un templo budista nos permitía adentrarnos en las enseñanzas básicas de esta religión que actualmente practica el 22% de la población surcoreana. Estas dos eufonías animadas, además de demostrar que los coreanos también pueden tocar todos los palos posibles desde la animación (y añadiría que también a través de sus cómics), son las que pusieron la industria surcoreana en el punto de mira internacional.

En 2004 nos llega Hammerboy, de Ahn Tae-geun, una película cerrada de aventuras al más puro estilo Dragon Ball. Ubicada en un futuro post-apocalíptico, en el que la mayoría de continentes han quedado sumergidos bajo los océanos, tenemos a un mocoso apodado Mangchi que tiene un martillo mágico con el que desenvuelve cada vez que se ve en algún apuro. Las casualidades lo cruzarán con una princesa de un reino que vive asediado por otro feudo. La película estaba eminentemente destinada al público infantil y se basaba en un exitoso “manwha” de Ha Yeong-min.

DR.Movie por su parte, aliándose con la mítica productora nipona Tatsunoko (la creadora de Comando G), acepta el encargo de la compañía norteamericana Harmony Gold, y presenta una de las mejores animaciones fílmicas de esa década: Robotech – The Shadow Chronicles (2006), que fue orquestada a cuatro manos por dos realizadores coreanos (Tommy Yune y Lee Dong-wook) bajo la atenta supervisión a distancia de la Tatsunoko. A estas alturas de la película sobra recordar que Robotech fue el invento serializado que el desaparecido e ingenioso productor obsesionado por la scifi nipona Carl Macek hizo mediante el  remontaje de 3 animes (Macross, Mospeada y Southern Cross). Este largometraje lanzado “direct-to-video” prosigue lo hechos que quedaron en el aire después del episodio 85, y lo hace con una sofisticada animación (uso combinado de 2G con 3G infográfico y CGIS para las batallas espaciales) y una intricada trama pacifista en la que destacan la minuciosa caracterización de todos los protagonistas animados y grandes diálogos en los que te pierdes ante tantos tecnicismos. El mundo de los “Protoculture” y los “Invids” no sería lo mismo sin esta magna opus que por aquí pasó muy desapercibida, incluso por los fans de la serie original. La saga proseguiría con Robotech: Love Live Alive (2013), realizada íntegramente por la Tatsunoko, pero con guión del coreano Tommy Yune.

Aachi & SsipakParalelamente, y como curiosidad arquitectónica, en 2006, coincidiendo con el trigésimo aniversario del primer filme de Taekwon V se proyecta una escultura; ésta finalmente consigue alzarse un año más tarde en pleno centro de Seúl.  Asimismo se anunció a bombo y platillo una adaptación a imagen real del personaje valorada en 20 millones de wons, y que debería ser dirigida por Won Shin-yeon (¿alguien se acuerda de The Wig, ese filme de fantasmonas que necesitaba de peluquines para disimular su alopecia?). A día de hoy, y a pesar de algunos espectaculares teasers, no se ha llegado a materializar. También de 2006 es la producción más argumentalmente osada que hasta la fecha habían impulsado desde el terreno de la animación: Aachi & Ssipak, de Jo Beom-jin. Estamos ante una inclasificable amalgama de burradas animadas, ante una sinfonía de cyberpunk en que las defecaciones humanas se convierten en el nuevo combustible mundial y el gobierno controla la cadena alimenticia con unas deliciosas barras energéticas que causan adicción (¿sacó Bong Joon-ho de aquí la idea para las asquerosas barritas con las que se alimentan los proletarios en Snowpiercer?). Poco a poco, los humanos han ido mutando en ‘pitufos’ por culpa del consumo excesivo de las mismas, al mismo tiempo que van armándose en un escuadrón suicida cuyo objetivo es la de derribar el gobierno corrupto.

YobiYobi, the Five Tailed Fox es la mejor película de animación del 2007. Lee Sun-gang vuelve a sumergirse en la fantasía amable, respetuosa con el público infantil y viene a demostrar que trata a los niños como lo que son: personitas adultas. La historia envuelve a un zorrito aprensivo con los humanos con un grupo de alienígenas que lo único que quieren es reparar su nave para volver a su planeta natal. Cuando uno de estos extraterrestres termine en un parvulario, no le quedará más remedio que adoptar forma humana para rescatarlo.

Revitalización de la industria: Yeon Sang-ho  y The Fake

Hubo un vacío de un par o tres de años; la animación surcoreana necesitaba oxigenarse y volver a recuperar el beneplácito de los distribuidores internacionales. Hasta que llega Yeon Sang-ho y con su furia reprimida decide dinamitar las audiencias surcoreanas con dos producciones que tocan temas delicados con una ferocidad cuanto menos sorprendente. En King of Pigs lo hace de forma directa, como las patadas que reciben en el estómago los estudiantes marginados y oprimidos de un instituto cualquiera en el que la violencia viene justificada por el grado de competitividad y posición social de sus alumnos (tema hartamente discutido en los medios de comunicación en los últimos años con respecto al sistema educativo de Corea del Sur). Esta crítica al sistema educativo se saldó con tres premios otorgados en el Festival de cine de Busan de 2011. En The Fake no suaviza la bestialidad gráfica (hay secuencias desgarradoras que sobran), pero introduce de forma subversiva ciertas reflexiones sobre el grado de enfermedad que parece padecer la sociedad coreana en su colectividad (o esa es la imagen que se da viendo filmes como éste), evidenciando la corrupción y el arte del engaño que existe en muchos estamentos de la sociedad surcoreana (¿un poco como aquí?). El peor que sale parado en esta cruda descripción de la realidad distorsionada surcoreana es el estamento religioso. Sang-ho nos muestra cómo en la última década han aparecido decenas de falsos predicadores por todo el país con el objetivo de enriquecerse a costa de la débil fortaleza mental de muchos ciudadanos; también cómo muchos padres pueden arruinar las vidas de sus hijos.  The Fake es la quintaesencia de la animación de este país eminentemente budista, que aquí pretende demostrar cómo el catolicismo la está haciendo retroceder. El grado de depuración gráfico es máximo y en todo momento nos parece asistir al visionado de una película de imagen real, pues los movimientos naturales que se han conseguido de los personajes animados denotan comportamientos de actores de carne y hueso (¡y eso con una paleta de colores amables, sin recorrer al CGI o a la infografía recargada!).

the fake_cartelActualmente se contabilizan unas 120 compañías nacionales que, más allá de realizar sus propios productos, se encargan de servir capítulos enteros de series planificadas en Estados Unidos o Japón. La mayoría son pequeñas o medianas empresas que de una forma muy eficaz, a precios muy ajustados con el PIB nacional y con una calidad incuestionable, logran entregar a tiempo las exigencias de estas compañías extranjeras. Las nuevas técnicas de animación, apoyadas por el uso de la infografía, han permitido que los surcoreanos (como los filipinos o tailandeses, aunque éstos en menor medida) se conviertan en una de las tres piedras angulares del extremo asiático en cuanto a animación. Y esto no ha hecho más que empezar. La globalización, mezclada con la aptitud y competitividad del mercado, una buenas universidades dedicadas al medio audiovisual y el espíritu de sus licenciados por creer y preservar el sentido figurado del término, han engrandecido la animación surcoreana como se merecía.

A expensas del nuevo Taekwon V nos quedamos. Y mientras soñamos con la reconstrucción definitiva del símbolo robótico nacional surcoreano, podemos seguir visionando el pretérito y extenso catálogo de “aenimeisyeon”, al mismo tiempo que nuevas obras van ampliando los legajos de ésta inabarcable fábrica de sueños. De momento, The Fake aterriza en los cines españoles este fin de semana.

Por Eduard Terrades Vicens

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