Ficha Técnica: Título original: Kyokatsu Koso Waga Jinsei País: Japón Año: 1968 Duración: 90 mins Director: Kinji Fukasaku Reparto: Tetsuro Tamba, Hiroki Matsukata, Tomomi Sato, Eriko Sono, Akira Jô y Shinjiro Ebara Género: acción / yakuza eiga
Más conocida internacionalmente como Blackmail Is my Life (título que resume perfectamente el oficio con el que se ganan la vida los maleantes que aparecen en la función), la joya de la corona que presentamos es una de esas producciones niponas típicas de programa doble, ubicada en un Japón que ansiaba convertirse en la economía puntera mundial y que contradictoriamente veía acrecentar las diferencias entre la clase obrera y una clase alta, que se medía entre especuladores, mafiosos (no necesariamente del clan yakuza) y políticos corruptos. En este contexto exageradísimo de una realidad que no se ajustaba al cien por cien a lo que se mostraba en muchos largometrajes ociosos, se sitúa esta curiosa producción de Kinji Fukasaku, que por aquel entonces estaba inculcando las bases del yakuza eiga tal y como lo conocemos hoy en día. Vamos, que Fukasaku estaba firmando su edad de oro como cineasta. Y entre tan sofisticados argumentos, repletos de personajes secundarios que establecían linajes con clanes afines a sus intereses personales, decidió rodar un filme ligero que, sin huir del género con el que se sentía más cómodo, ofrecía un poco de distracción y acción, con algún que otro toque cómico ácido, muy ácido. Una cinta negra que mostraba a un grupo de estafadores venidos a menos y que decidían involucrarse en un caso de corrupción que implicaba a las altas esferas, concretamente, a varios miembros de la Dieta japonesa (o Kokkai, es decir, el equivalente al congreso de diputados). Chantajes políticos, respaldados por miembros de la yakuza, y varios enemigos del pasado, provocarán que el plan no salga como ellos esperan, dejando a su paso un reguero de cadáveres. En este aspecto, y viendo que la afrenta que tienen por delante es un suicidio anunciado, el título que eligieron los franceses para su estreno, es decir, Kamikaze Club, resulta mucho más subyugador, definitorio y comercial que no el que escogieron los distribuidores norteamericanos para su mercado.
Fukasaku no se limita a rodar de forma lineal lo que viene a ser un compendio estructurado en segmentos no continuados de cómo montar una estafa a gran escala (una estafa dentro de una estafa, porque los estafadores serán los estafados), sino que intenta desarrollar sub-tramas internas, vinculadas a los gloriosos pasados decadentes de los cuatro rufianes que han venido formando una alianza desde que se conocieron para practicar coacciones violentas a distintos niveles profesionales. Así pues, tenemos desde el galán del grupo y sus affaires amorosos (que le van persiguiendo durante todo el metraje), hasta un boxeador (por llamarlo de alguna manera) arruinado y que delinque para poder llevarse un par de platos a la boca diariamente. Personajes de los bajos fondos pues muy bien definidos siempre por el realizador, con un perfil que se ajustan perfectamente al jisturokusen eiga (cine anárquico y amoral en el que se mostraban los estamentos más bajos de la sociedad, aparentemente con relatos basados en personajes o situaciones reales).
El problema que conlleva un filme más ligero de estas características es que Fukasaku estaba triunfando (en taquilla; tenían que pasar un par de décadas para que la crítica le reconociera sus méritos) por sus batallas fílmicas entre mafiosos, y la trama de Kamikaze Club no termina nunca de definirse. La indefinición genérica (¿cinta de acción, trama de intriga, de espionaje o cine yakuza puro y duro?) provoca un cierto acomplejamiento a la hora de tomar partida en esas secuencias que marcan el tempo de la narración o que simplemente determinan el devenir de los personajes. Por suerte en el clímax final parece superar esa falta de determinación y, siguiendo sus cánones habituales, ofrece un sanguinolento pero sutil duelo en las bulliciosas calles del centro comercial de Tokio, cortado en ágiles planos rodados cámara en mano y ante la atenta mirada de los peatones que pasaban por allí (dudo mucho que en un primer momento supieran que se estaba rodando un filme).
No podemos afirmar que sea una producción atípica de Fukasaku, pero sí un intento por no estancarse en las odiseas mafiosas en las que se vio inmerso durante más de una década de su carrera como realizador. Tal vez sea un trabajo menor, pero es innegable que Fukasaku era el mejor rodando este tipo de productos evasivos (seguido de cerca por Yasuharu Hasebe y Teruo Ishii). Y por si aún no os convence su visionado, sólo falta añadir que, si le dedicáis una noche, podréis comprobar cómo lucía en pantalla la cínica mirada de Tetsuro Tamba, uno de los grandes desaparecidos dela Edad de Oro del cine nipón de serie B.
Lo mejor: Fukasaku 100%.
Lo peor: La falta de definición genérica y un poco más de desarrollo conceptual de la trama.
Valoración: 6,5/10
Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens