Ficha Técnica: Título original: Kiryûin Hanako no shôgai. País: Japón. Año: 1982. Duración: 140 mins. Director: Hideo Gosha. Reparto: Tatsuya Nakadai, Masako Natsume, Kaori Tagasugi, Shima Iwashita, Tesurô Tanba. Género: yakuza eiga
Corrían malos tiempos para Hideo Gosha. Los años 80 no empezaban con buen pie para este cineasta que empezó su carrera profesional brindando algunos de los mejores jidai geki que se recuerdan de los años 60. Envuelto en algunos escándalos que lo habían llevado ante la justicia y atravesando algunos problemas de índole familiar, el espíritu inquebrantable de Gosha se hundió en una fuerte depresión que le condujo al ostracismo artístico durante tres largos años. Tal y como explica en una entrevista Yoshinobu Nishioka (un antiguo decorador de la Daiei, que a principios de los 80 fundó la sociedad Eizo Kyoto para salvaguardar el legado de todos sus camaradas), Gosha se estaba planteando seriamente abandonar el oficio de cineasta, después de que fuera rescindido de la Fuji TV. Por este motivo, y gracias a la ayuda financiera de Shigeru Okada (productor de la Toei) y de la productora Haiyuza Eiga Hoso, se le propuso hacerse cargo de la adaptación cinematográfica de una novela de Tomiko Miyao (una escritora tendencialmente feminista que estaba causando cierta sensación en la época, tal y como explica la hija del propio Gosha, toda un fanática de sus ficciones literarias). Esta unión, para nada casual, propició el rodaje de esta gran odisea yakuza, Onimasa, en la que el cineasta lleva su discurso dramático hasta límites obsesivos, estableciendo ese dualismo pugilístico que existe entre el sexo masculino y el femenino en este tipo de organizaciones secretas como son las de los mafiosos nipones. Una odisea que transcurre en la ciudad de Tosa (situada en la prefectura de Kôchi, en la costa sur de la isla de Shikoku) y que viene marcada por dos generaciones de un mismo clan yakuza, cuyas reminiscencias históricas nos transportan al funcionamiento de esos gumi (organización, sea de índole mafiosa o de otro tipo jerárquico) que durante la era Taishô (1912~1926) se debatían entre modernizarse y adaptarse a las costumbres de la nueva sociedad japonesa o mantener el valor feudal que hasta entonces aplicaban a sus códigos de funcionamiento interno.
Bajo esta disyuntiva se sitúa la familia del clan Onimasa, cuyo oyabun (un desbocado y divertido Tatsuya Nakadai, que participó en el filme por cortesía de la compañía Haiyuza) se encuentra en la cuerda floja por culpa de su inexplicable benevolencia y su pasión amorosa hacia su esposa. Por si fuera poco, y al perder repetidamente varias timbas legales con perros amaestrados para participar en combates, está perdiendo el rango y la credibilidad entre las agrupaciones de la zona. Entre este ambiente de decadencia moral, se decide hacer cargo de una niña huérfana apodada Matsue (Masako Natsume, en paz descanse, pues justo después de terminar este filme padeció una larga enfermedad que no pudo vencer). Con el tiempo, descubre que es la niña de sus ojos y decide arroparla como si fuera su hija natural, a pesar de que fruto de su relación con su esposa consigue tener una hija de sangre con la que mantener el linaje (ésta se llama Hanako, y el título original apela a ella y a su malcriada educación). Pero como consecuencia de esta cerrazón jerárquica, dominada por el machismo patriarcal, Matsue se rebela contra su progenitor y decide realizar estudios de magisterio y prosperar como mujer. No lo tendrá fácil, y más cuando un clan rival asesine a su futuro esposo y rapten a Hanako, acudiendo a su rescate el gran líder yakuza para descubrir que su propia hija le ha traicionado y lo ha organizado todo para acabar con la herencia de su padre, porque éste prefiere la coquetería natural y las buenas formas de Matsue. La venganza está servida a golpe de katana, pero Matsue no permitirá que el legado de Onimasa se eche a perder por la pataleta de una niña que sólo ha querido a su progenitor por su solvencia económica. Bastarda contra heredera: una disputa que, como una katana de filo invertido desgarrando a sus oponentes, terminará cortando imprevisiblemente la sabia de un clan domado por la modernización de los nuevos tiempos.
Así se podría resumir brevemente esta longeva historia coral, repleta de simbolismos que nos retrotraen al yakuza eiga más formalista, y en la que aparecen muchos personajes secundarios (las amantes de Onimasa, el sindicalista que es acusado de comunista y que ha robado el corazón de Matsue, etc.). Efectivamente, debería considerarse este renacimiento fílmico de Gosha como un clásico moderno del género yakuza, en parte porque huye de la anarquía visual y los códigos del jitsuroku eiga que una década antes invadían las pantallas de los barrios periféricos con las negrísimas crónicas violentas de Kinji Fukasaku, y por otra parte, porque tan solo hace treinta años de su estreno y debemos situar la edad del oro del cine japonés unas décadas antes. En su lugar, optó por reformular las viejas historias de mafiosos japoneses, sobre todo aquellas en las que la llama del amor acudía a los corazones de sus personajes (género conocido por ninkyo eiga o películas de caballerías), para concebir un tipo de largometraje que resultará innovador desde el punto de vista argumental. Por desgracia, ese clasicismo parecía reñido con las nuevas tendencias culturales que la juventud parecía arropar en ese momento; la cultura por el “punk” y el “cyberpunk” propició movimientos “underground” y sólo los espectadores veteranos parecían dispuestos a rascarse el bolsillo con esos largometrajes, en los que la melancolía por un pasado agridulce era el “leit motiv” central. Sin contar con que la crisis de público impulsada por una falta de ideas en la industria cinematográfica nipona hacía difícilmente taquilleras este tipo de gloriosas cintas de mafiosos románticos.
Gosha encendió con Onimasa un conjunto de producciones que se pueden agrupar temáticamente y que venían a remarcar los límites de la feminidad dentro del mundo del hampa nipona. De hecho, el título que escogieron los franceses, Dans l’Ombre du Loup, refleja mucho mejor el pulso sexual que durante el filme se da entre el patriarca y varias mujeres que están bajo su custodia obligada, así como las rencillas familiares existentes entre el padre y sus dos hijas, es decir, entre su malcriada hija de sangre y Matsue. Por lo tanto, los roles femeninos son muy importantes durante todo el longevo metraje (¡casi dos horas y media!) y expresan la otra cara de la misma moneda de un mundo dominado por tercos hombres que viven al margen de la ley. Esta bipolaridad territorial entre el género masculino y femenino dentro de la yakuza (que también podemos entenderla como una guerra de sexos en el seno de una de las organizaciones más peligrosas de todo el archipiélago japonés), Gosha decidirá seguir explorándola de forma más abierta en otras producciones, como por ejemplo en The Yakuza Wives / Gokudô no Onna-Tachi (1986). La diferencia entre estos largometrajes posteriores que rodó en la misma década y el filme que estamos desmenuzando es que huye de los convencionalismos sexuales que han convertido una parte del género en su razón de ser, mayoritariamente aquellas escenas de sexo forzado y dominación violenta. El cineasta prefiere huir de ellas y expresa la feminidad (más que el feminismo desbocado, que también) a través de las sinuosas siluetas de algunas amantes y prostitutas, así como la belleza que emana de sus pieles tatuadas. Sólo aparece en pantalla una secuencia, completamente justificada, para remarcar la jerarquía entre Onimasa y Matsue (además, y por motivos de contrato, la actriz Masako Natsume sólo podía mostrarse parcialmente desnuda porque por aquel entonces era la cara de una famosa marca de cosméticos, lo que limitó los ángulos de Gosha). Otra de las escenas de violencia verbal que sirve para marcar las posiciones entre ambos sexos es la que protagonizan padre e hija cuando el primero le comenta a la segunda, a medianoche, que ha recibido un telegrama que asegura que su prometido ha fenecido; Hanako, ante su incredulidad y frialdad, le responde que las palabras empleadas para comunicarle dicha tragedia parecen blasfemias de un demonio (en realidad, en el original japonés, se refiere a un tengu, es decir, un yôkai de nariz alargada del folklore shintoista que viene a expresar la perfidia, astucia y picardía, igual que el carácter de Onimasa). Es una escena bien curiosa porque por un lado deja entrever los motivos por el cual todo el mundo lo ha venido apodando Onimasa (“oni”, ogro del infierno budista), y por el otro, remarca esa indulgencia hacia el prójimo (en este caso hacia su hija) y que lo desvincula de la maldad que podría emparentarlo directamente con un ser diabólico según las creencias budistas. Una divergencia que curiosamente también se apoderaba de los personajes que interpretaron posterior y respectivamente Ken Takakura y Takeshi Kitano en Yasha (Yasuo Furuhata, 1985).
Estamos pues ante una obra compleja desde el punto de vista conceptual y de un sabor eminentemente clásico desde su lado narrativo, a pesar de que contenga un tempo medio, ya que los planos no se alargan en demasía pero saben respetar todos los movimientos y gestos de los personajes, gracias a los milimétricos encuadres de Gosha, que para la ocasión se dejó asesorar por uno de los grandes operadores de cámara de esa época, es decir, por Fujio Morita. Aún así no está exenta de polémica, suscitada por la pelea de perros real que filma al principio de la trama y cuyo desenlace sirve de metáfora para el carácter taciturno de Onimasa. Lo cierto es que la región de Tosa es de los pocos lugares en donde aún están permitidas estas prácticas de dudoso gusto folklórico, y Gosha quiso incluirlas en el filme como eje dramático que condiciona la actitud del propio clan yakuza y para mostrar (o denunciar, pues en posterioridad al estreno varias prefecturas prohibieron los combates entre canes) parte de las tradiciones de la isla. Obviamente la controvertida secuencia no está presentada de forma morbosa, pero para los que amamos a estos animales puede resultar un poco desagradable o dura de soportar. Aún así no es motivo para que no prosigamos hacia delante con el visionado de la cinta, pues se puede extraer de ella toda una carga alegoría entorno al mundo secreto de la yakuza. Dejando al margen esta polémica, lo cierto es que si se quiere profundizar en este género varonil, propiamente autóctono de la cinematografía nipona, Onimasa es una de esas producciones indispensables para conocer en profundidad las reglas internas del yakuza eiga y comprobar la majestuosa dirección de un Hideo Gosha revivido.
Como curiosidad y para finalizar: Onimasa fue presentada por la Academia Japonesa para concursar en la carrera de los Oscar como mejor película de habla no inglesa, pero finalmente no fue seleccionada.
Lo Mejor: La trama, la construcción de los personajes principales, los encuadres y un final evocador de los viejos ninkyo eiga.
Lo peor: La pelea de perros puede desconcertar a más de uno, aunque por suerte no se alarga demasiados minutos.
Valoración: 9/10
Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens