Ficha Técnica: Título original: Kedamono no Ken País: Japón Año: 1965 Director: Hideo Gosha Reparto: Mikijiro Hira, Go Kato, Shima Iwashita, Yasushi Nagata, Kunie Tanaka. Género: Chanbara Duración: 85 mins
Los “jidai geki” (cine histórico, cuyos acontecimientos transcurren antes de la Restauración Meiji) que ideó Hideo Gosha (y por extensión los “chanbara” que filmó) son igual o superiores a los que Akira Kurosawa rodó en vida. Cierto es que cuando se presentó en sociedad Sword of the Beast, el cine de samuráis se había vuelto a magnificar por varios motivos: el primordial, las fuerzas de ocupación norteamericanas se habían retirado, levantándose así la censura que se había impuesto a las producciones que exaltaban el espíritu patriótico al finalizar la Segunda Guerra Mundial; y de forma artística, el pasado feudal se revalorizó a través de la obra fílmica de un Kurosawa en estado de gracia. Atrás quedaban Los Siete Samuráis (1954) o Yojimbo (1961) y ese realismo alejado del jidai geki teatral, que se marchitó por el ocaso del cine mudo y por el conflicto bélico a mediados de los años 40; una manera de exaltar las hazañas heroicas de una casta mitificada que sin ninguna duda dejó huella a toda una serie de jóvenes con ganas de revolucionar la industria cinematográfica de su país. Nuevos estilemas narrativos y visuales se imponían en el género más conservador del cine nipón, en parte gracias a una nueva generación de cineastas preocupados por perpetuar el código del “bushido” en plena era del milagro económico (Masahiro Shinoda sin ir más lejos), y en parte porque la respuesta que dio la “nuberu vagu” (‘nueva ola’) impulsada por el Art Theatre Guild (de la que Kurosawa era fundador), distanciándose así del cine acomodaticio que practicaban estudios como la Shochiku, fue clave para que se contagiara en la manera de rodar, encuadrar o planificar cualquier trama de acción medieval. Y en este contexto truculento fue cómo Gosha, ese realizador novel que hasta pasado los treinta no había cogido una cámara, rodaba su segundo largometraje entre parajes montañosos y decorados minimalistas (e incluso podríamos decir que reciclados).
Sword of the Beast nos habla metafóricamente de ese Japón convulsionado mirando hacia su pasado, concretamente a 1857, justo cuando se estaban empezando a mover las fichas para demoler a los Tokugawa e imponer la apertura de la nación que luego desembocó en la era Meiji. En este clima de traiciones y conspiraciones se envuelve una trama muy esquemática, en la que un samurai de clase alta debe abandonar su clan, después de que haya ejecutado a uno de los consejeros por órdenes directas de un feudatario que pretendía reformar el grupo. Gennosuke (Mikijiro Hira), así se llama. Reconvertido en un “rônin”, perseguido por la hija del consejero, decide esconderse en las profundidades de los bosques, entre riachuelos y parajes rocosos inhóspitos, hasta que encuentra a otro fugitivo que, junto con su esposa, se dedican a custodiar todo el oro robado a su propio clan por motivos que poco a poco iremos conociendo y que están relacionados con las altas esferas del shogunato. Una trama política que por momentos deriva hacia ese jidai geki tan pulido, explicativo e incisivo en los acontecimientos históricos en los que hace hincapié, pero que no escatima en secuencias brillantemente planificadas en las que las katanas y las wakizashi se imponen a la racionalidad de unos hombres que han sido menospreciados por sus propios clanes, y que ahora se convierten en meras cabezas de turco de un sistema feudal que estaba llegando a su fin.
Tanto la fotografía como las secuencias marciales, rodadas de forma veloz pero con la suficiente pulcritud para que podamos contemplar los choques entre espadas sin marearnos, se anticiparon al estilo que luego perfeccionó Gosha en Samurai Wolf (aka Kiba Ôkaminosuke), un dueto fílmico en el que quiso rendir tributo a los viejos “chanbara” violentos del período mudo con un blanco y negro inmaculado. En cierto modo, que muchos cineastas con vena artística prefiriesen no aventurarse con la fotografía en color (1) no era tanto por revertir los códigos imperantes en el cine más moderno (léase, la incorporación inmediata de la nueva innovación técnica en todos los filmes comerciales para deslumbrar a las grandes masas), sino por preservar el sentimiento oculto que se escondían en muchas de esas tramas feudales basadas en hechos reales certificados por historiadores. Eso sí, siempre respetando a los viejos maestros del “kengeki” (un tipo de dramaturgia con espadas), pero insuflando sus propias ideas a un género que podía resultar muy repetitivo a consecuencia de las tramas redundantes en las que podían caer muchas de estas producciones. Gosha profundizó en este secretismo servil que se producía entre las distintas castas samuráis y la jerarquía que se establecía entre los miembros que las formaban. Sword of the Beast es una perfecta muestra de ello y, a pesar de no contar entre su reparto con estrellas muy reconocidas e ir directo al grano en lo que expone (sin profundizar en subtramas que se podrían haber desarrollado con más metraje, como hacía Kurosawa), no debe etiquetarse como un producto residual que ahora nos parece exótico por su envejecimiento y su banda sonora “demode”.
Un digno chanbara pues para un género majestuoso, que en ocasiones los prejuicios han querido que se vincule al cine que visionaban las clases obreras, y que Gosha supo exprimir con cierta originalidad y vena pasional.
Lo mejor: Su narración y los enfrentamientos en general.
Lo peor: Que la relación sentimental que se establece entre Gennosuke y la esposa del errante samurai que se encuentra en una choza, no esté lo suficientemente bien aprovechada como para que luego se intente profundizar en ella en ese giro dramático que Gosha pretende dar en los últimos veinte minutos.
Valoración: 7,5/10
Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens
Anotaciones:
(1) Aunque muchos consideren erróneamente que Asalto a la Tierra (Warning from Space / Uchûjin Tôkyô ni Arawaru, 1956) de Koji Shima fue la primera película japonesa rodada en color (sí, la primera de la extinta compañía Daiei), en realidad fue Carmen Vuelve a Casa (Keisuke Kinoshita, 1951) dela Shochiku quien tuvo ese honor.