Ficha Técnica: Título Original: Kâbê País: Japón Año: 2008 Director: Yôji Yamada Reparto: Sayuri Yoshinaga, Keiko Toda, Rei Dan, Mirai Shida, Tadanobu Asano & Miku Sato Género: Drama bélico Duración: 133 mins.
Después de tres jidai geki consecutivas, Yoji Yamada regresó al género con el que mejor se desenvuelve, es decir, el gendai geki, en un relato que bebe directamente de los dramas clásicos de la Shochiku (concretamente de los facturados en el legendario estudio Ofuna, donde Yamada desarrollaría las empalagosas pero entrañables Otoko wa Tsurai Yo con su estrella Kiyoshi Atsumi). De hecho fue esta productora la encargada de financiar el que supone su antepenúltimo largometraje (terminado y estrenado, pues actualmente Tokyo Family, su último proyecto, se encuentra en fase de preproducción) como cineasta, siendo un evidente cambio de registro temático después de sus brillantes alusiones al pasado feudal. Y lo es porque no solamente ubica su historia en el siglo XX, sino porque la viste de polémica al reconsiderar todas esas valoraciones nacionalistas extremas que pusieron en jaque al pueblo nipón durante la Segunda Guerra Mundial. Las leves críticas que efectúa con cierta sorna dudo que ofendiesen a nadie, pero su discurso sí se podría emparentar ligeramente con el de escritores como Kenzaburo Oe o Masuji Ibuse, grandes humanistas y sociólogos cuyas visiones reflexivas entorno al conflicto bélico que hundió a Japón en la miseria siempre han suscitado cierta controversia. En todo caso el objetivo de Yamada no era encender la mecha de la polémica, y sí establecer un puente de diálogo con el espectador a través de los personajes que aparecen en el filme. Se aparta pues de las misivas incendiarias que pueda contener subversivamente este relato que pretende rememorar un pasado muy oscuro mediante un guión muy elaborado y unos diálogos solemnemente trazados. Y teniendo en cuenta que la rodó con 76 añitos, se podría decir que fue todo un reto para él.
Kabei-Nuestra Madre (o Kâbê) respalda la figura ancestral de la madre como individuo que en el estamento familiar japonés tiene un papel fundamental, no solamente porque en muchas ocasiones lleva el peso de la familia, sino también porque debe lidiar con el esfuerzo significativo de ocuparse de la educación de los hijos (y más en los tiempos en los que se contextualiza el filme). Además, su título es un apelativo cariñoso que utilizan las dos chiquillas que aparecen en pantalla para referirse a ella, teniendo en cuenta que la palabra Okaasan / お母さん sirve para designar a las madres de los demás y Haha / 母 a tu propia progenitora. Mientras que para el padre hacen servir el mote de Tobei (Otoosan se referiría al de los demás). Un juego semántico que Yamada elude por razones evidentes (él es japonés y la película está pensada únicamente para el público de su país), pero que desde el minuto uno queda muy bien definido el rol de cada miembro. Una introducción perfecta para ubicarnos en una producción que, a pesar de estar rodada en un gran plató, entre casas prefabricadas, callejones sin salida recreados con precisión histórica y con una puesta en escena a veces minimalista, nos traslada a un momento muy concreto de la historia japonesa como si la cámara de Yamada y todo el equipo técnico hubieran viajado en el tiempo para poder filmarla sin anacronismos temporales ni limitaciones presupuestarias (la película se rodó entre Iida -prefectura de Saitama- y Nagano, con algunos decorados naturales y otros creados para la ocasión tal y como se puede apreciar ya en las imágenes iniciales).
Yamada ofrece pinceladas directas de shomin geki en su estado embrionario, es decir, ese tipo de cine que hablaba de la clase trabajadora y que, en cierto modo, era apreciado por las mismas en los cines de barrio. Y, ¿por qué decimos en su estado embrionario? Pues sencillamente porque el shomin geki cobró fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, como una especie de neorrealismo a la japonesa, y toda producción previa podría considerarse como tal, pero sin las señas de identidad que la definieron después de los lanzamientos de las dos bombas atómicas. Yamada sitúa la historia en el Japón de 1940, en pleno conflicto bélico, en el seno de una familia acomodada de Tokio: al padre de familia, Shigeru, lo acusan de comunista y es detenido. Aquí empieza el calvario de una esposa (una inmensa Sayuri Yoshinaga) que debe hacer frente a los ataques de las fuerzas norteamericanas, trabajar de sol a sol para poder alimentar a sus dos hijas y aguantar los insultos de sus compatriotas al tacharla de traidora. Sólo la hermana y un ex-estudiante de Shigeru (un irreconocible Tadanobu Asano en un papel bobalicón) le darán apoyo anímico, aguardando en su corazón un halo de esperanza ante la posible liberación de su marido por interpelación de su padre, un inspector con ideas conservadoras y nacionalistas que intentará convencerlo de que el mejor camino a seguir es la reeducación entre rejas.
Con esta historia, el octogenario cineasta adaptó las vivencias de Teruyo Nogami cuando era una cría: una escritora que había trabajado en la industria japonesa principalmente revisando guiones (destaca por haberse puesto a las órdenes de Akira Kurosawa en varias ocasiones), y que mediante este film teñido de dramatismo quedaron reflejadas las miserias de su infancia. Y es que, si algo no le sobra al relato, son escenas dramáticas, teniendo en cuenta que el contexto en el que se desenvuelve, pocas son las alegrías que reciben esos pobres ciudadanos que luchan simplemente para llevarse algo a la boca (Japón estaba sumido en la peor contienda bélica que nunca podría imaginar, en pleno desarrollo táctico militar y con cinco años por delante antes de la rendición, y por si fuera poco se obligaba a los ciudadanos a depositar todo el oro del que dispusieran para poder fundirlo y aprovecharlo para el armamento bélico). Ningún organismo oficial valoraba el esfuerzo social que significaba para los ciudadanos japoneses esas medidas extremistas adoptadas con tal de hacer frente al enemigo. Si a eso le añadimos las paranoias típicas de las guerras, traducidas aquí en dar caza a los comunistas afincados en territorio japonés, resulta evidente la asfixia física y psicológica del pueblo nipón en este triste período de la historia japonesa. Algo que Yamada refleja por su veteranía como realizador y por edad, pues en cierto modo todo lo que se expone en fotogramas lo vivió en sus propias carnes cuando era un chaval.
Una visión única pues que denota una cierta vocación por preservar la memoria histórica de su país a través de unas imágenes precisas de un momento convulso, expuestas sin demasiado maquillaje ni pomposidad, y que son válidas para complementar las visiones distorsionadas que muchas veces los propios nipones dan de la Segunda GuerraMundial. Yamada no deforma, sólo recuerda, inmortaliza con su cámara tristes hechos de un pasado disfrazado de patriotismo exasperado.
Lo mejor: El día a día de las niñas, las conversaciones meditadas de todos los personajes, la tensión sexual que poco a poco se va dando entra la esposa y el ex-estudiante de su marido, la recreación del Japón de los años 40 y, en definitiva, la sensación de que arropamos a esta familia con ideas comunistas gracias a la sensibilidad de un Yamada que pretende emocionar sin llegar al llanto.
Lo Peor: Cierta precipitación en los últimos veinte minutos, en los que transcurren demasiados años de golpe. Tal vez falte una mayor concreción en la resolución final.
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Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens