Cien años después de la primera proyección cinematográfica pública, China afronta una nueva encrucijada, con el legado dela Quinta Generación repicando en tambores lejanos, la laxitud de la Sexta diluyéndose en su escasa identidad de grupo, y los albores de una industria heterogénea, que ha aprendido de Hong Kong y de la vecina Corea a hacerse fuerte dentro y fuera, que renuncia a dar batalla al poder y parece haber olvidado el espíritu de Tiananmen.
La intelectualidad china es un fantasma, un espectro ideal omnipresente, una utopía. Instrumentalizados como una apisonadora más al servicio del poder, los letrados legistas y confucianos han orbitado desde la noche de los tiempos en torno al aparato propagandístico imperial como meros jornaleros de una ideología del dominio que salpica en todos los niveles de la pirámide. La pelea de Chen Kaige y Zhang Yimou, hijos pródigos dela Quinta Generación, no es sólo la de constituir un lenguaje cinematográfico sin pinzas, una fisionomía estilística rupturista con la cultura de la mordaza del cine chino continental post 49, sino el ensayo a tientas, multidisciplinar (las ramificaciones subversivas se extienden en idéntica proporción por el mundo de la literatura, y no sólo), de un modelo de intelectualidad específicamente chino. El ideal es enterrar en el olvido la filosofía mercenaria de compra-venta de plumas y cabezas pensantes al estado. El objetivo del gobierno dela República Popular de China, como antes el dela China nacionalista del Guomindang, es perpetuar el modelo imperial de relación entre la élite gobernante y la élite “pensante”. En ésas, después de los campos de reeducación, las purgas mil, la falacia-espejismo de las Cien Flores (“Que cien flores florezcan y cien escuelas discutan”), las obscenidades persecutorias dela Revolución Cultural y la vergüenza de aquel maldito 4 de Junio de 1989, el de los tanques en Tiananmen, son el caldo de cultivo del divorcio de la intelectualidad secuestrada, como fuerza social, y el gobierno. La Quinta Generación es la revuelta, el hasta aquí hemos llegado de una industria, la del cine, que quiere exorcizar viejos fantasmas y dejar de ser una telaraña de letrados confucianos para renacer como una intelectualidad en guerra contra el cine de Partido y las verdades incontestables.
Los Chen Kaige y Zhang Yimou de Adiós a Mi Concubina y ¡Vivir! –cénit contestatario de la Quinta Generación- son primos lejanos de estos otros, los de Together, The Promise por un lado y Hero, La Casa de las Dagas Voladoras y La Maldición de la Flor Dorada por otro. La China de Deng Xiaoping y Jiang Zemin, espartana defensora de los insostenibles principios revolucionarios, no es la China de Hu Jintao, una China ésta de apabullantes contrastes y disfunciones, una China de norte difuso y rasgos identitarios balbuceantes. Contrariamente a las coordenadas tajantes del imparable crecimiento económico y la certeza de que el dragón despierta al fin de su secular letargo mientras resuenan con eco las proféticas palabras de Napoleón: “Dejad dormir a China porque cuando despierte el mundo temblará”, China se pregunta dónde va y de dónde viene, caminando entre dos aguas y empantanada en las paradojas del reubicado “Un país, dos sistemas”. Los cineastas de la Quinta Generación ya no muerden, no lanzan recados al poder, los de la Sexta siguen yendo a su bola, como siempre y los de la séptima, que no existe, se han reconciliado con la censura, disparan balas de fogueo y se diluyen encantados en la heterogeneidad, en el individualismo, como punto de partida y sujeto estilístico-conceptual. ¿Vuelven los cineastas chinos a ser letrados o, sencillamente, evolucionan naturalmente hacia posturas autocomplacientes? ¿Es de recibo exigir al cine chino la escopeta cargada a perpetuidad y no desperdiciar la cosecha ya exhausta del legado de la Quinta Generación? Y es que los números juegan lo suyo en el negocio del cine. ¿Cómo poner peros a un país que cierra el ejercicio cinematográfico con un espectacular 60% de cuota de pantalla? La industria del cine amasó el año pasado en China (y en su expansión a mercados internacionales) un total de 595 millones de dólares, es decir, 148 más que en el ejercicio anterior. Una salvajada, vamos. The Promise de Chen Kaige, tiene el honor de cerrar el curso como el film más taquillero del mismo con 19 millones de dólares, ocho más, nada menos, que lo recaudado por Harry Potter y el Cáliz de Fuego.
China está empezando a hacer industria antes que arte y ensayo, es decir, lo mismo que hacen Hong Kong y Corea desde hace un puñado de años. Se acabaron las generaciones, el gobierno tiende a abrir la mano de una industria cien por cien nacionalizada hasta hace, como quien dice, cuatro días, aplicando un proteccionismo salvaje que no deja sitio prácticamente a la competencia hollywoodiense. Hay, parece, una suerte de acuerdo tácito entre el colectivo cinematográfico y el estado, un pacto de no agresión que ha dejado en cenizas y astillas los fundamentos incendiarios de la Quinta Generación, las semblanzas de cine-herramienta y de instrumento metafórico antisistema. La séptima generación nunca será tal, no en un mercado que ha palpado la gallina de los huevos de oro. Hace diez años relacionar el término blockbuster con la industria china era un disparate. Hoy Zhang Yimou prepara su nueva incursión en el wuxia, la citada La Maldición de la Flor Dorada, con un presupuesto asignado de 44 millones de dólares, el más grande de la historia del cine chino, y no es en absoluto la excepción que confirma la regla.
Cintas como La Patrulla de la Montaña (Ke Ke Xi Li) de Lu Chuan, The Green Hat de Liu Fendou, The World de Jia Zhangke, Memorias de China de la jovencísima Xiao Jiang o “clásicos” modernos como South of the Clouds de Zhu Wen, A World Without Thieves de Feng Xiaogang o Carta de una Mujer Desconocida de Xu Jinglei, premiada en el Festival de San Sebastián, son el legado de una generación sin manifiesto ni compromiso, más allá de la coherencia con sus propios lenguajes y puntos de vista. Hay excepciones: la soberbia Blind Shaft, por ejemplo, de Li Yang, crónica de uno de los mil agujeros negros del sistema, las minas clandestinas, bambalinas de un país obsesionado con multiplicar la producción hasta el infinito. Pero Li sí es excepción que confirma la regla, su cinta se censuró, no la vio ni Dios en China y se salvó gracias a la exhibición en el Festival de Berlín y, en España, en el Baff de Barcelona. Blind Shaft es un estertor anacrónico de la Quinta Generación, un homenaje a su espíritu contestatario y revolucionario que ha seguido el mismo camino que seguían las grandes películas chinas hace una década: censura, reprimenda, exilio y olvido. Pero Li Yang está solo, es un lunático que violó el status quo. Un artista infiltrado en una industria cada vez más pesada.
Li Yang se habría sentido como pez en el agua en la Academia de Cine de Pekín, con los camaradas correligionarios del 82, la primera promoción posterior a la reapertura (los candados se echaron en los albores de la Revolución Cultural), los hijos de la Primavera de Pekín, quien más quien menos conocía los rigores sectarios y monolíticos del maoísmo. Los que no habían defendido a la fuerza las casacas militares de la República Popular, habían nutrido campos de reeducación o habían sido empujados a trabajar codo con codo con los campesinos para llenarse los pulmones de ardor revolucionario. Con el impulso de uno de los próceres de la Cuarta Generación, la del cine propaganda de exaltación patriótica, Wu Tianming, director de El Río Salvaje o El Rey de las Máscaras, se forjó sobre las cenizas concesionistas de la generación precedente la Quinta Generación, la que sacó a China del baúl del olvido y la dinámica de un letargo con visos de eternizarse. Con Zhang Yimou y Chen Kaige a la cabeza, los Tian Zhuangzhuang, Zhou Xiaowen, Hu Mei o Wu Ziniu metieron al cine chino en la órbita histórica del cine universal. Lejos del entreguismo inoperante del realismo socialista, de la propaganda fílmica bucólica, henchida de rostros recios y manos entregadas con fervor religioso a la causa revolucionaria, al calor de una desazón incontenible, extendiéndose como un polvorín por el país entero, los recién graduados movieron ficha y desafiaron al totalitarismo imperante.
La Quinta Generación arranca pletórica con Uno y Ocho de Junzhao Zhang y la portentosa Tierra Amarilla (1984), bandera, insignia y estandarte del movimiento, con Chen Kaige detrás de las cámaras y Zhang Yimou en labores de dirección de fotografía. El listón de la crítica está por los suelos, por eso, en un primer momento, los “hijos” de la Quinta Generación tratan de esquivar el rodillo censor del Partido formulando odiseas metafóricas e hilvanando su demoledor discurso desde una abstracción estratégica que les dé vidilla para hablar del ahora escondiéndose en el contexto de la China pre-socialista. Semilla de Crisantemo y La Linterna Roja, dos de las obras más representativas del legado de Zhang Yimou, plantean ese juego de sombras, la proyección de dislates contemporáneos a través de lecturas extrapolables del pasado. Pero ni con ésa, los censores andaban al acecho y también entendían de sinécdoques. Al margen de la radicalización ideológica del discurso, el cine de la Quinta Generación implica una formidable revolución estética y formal ultramoderna, de raigambre dudosamente china según aquellos que sostienen el carácter pro-occidental del celuloide de Zhang, Chen y compañía, que estudia y abunda en las simbologías del color, jugando con los contrastes a la manera de un Kurosawa, con una mirada mixta sobre el objeto, entre el lirismo exacerbado de la manipulación esteticista de las tonalidades y los matices cromáticos de la naturaleza, y el naturalismo límpido del objetivo de un documentalista. Sorgo Rojo, la cinta más “patriótica” del Zhang Yimou de la Quinta Generación (porque hay otro después como hemos visto), adaptación visualmente explosiva de la celebérrima novela homónima de Mo Yan, pasando por El Ladrón de Caballos de Tian Zhuangzhuang o la ruptura estética, a la par que ideológica de la Tierra Amarilla. Oficialmente Tiananmen es considerado el acta de defunción de la Quinta Generación, pero lo cierto es que la recogida de frutos y el cénit de los preceptos recogidos en el manifiesto constitutivo del colectivo, alcanzan su madurez y significado en la década de los noventa. Acaso la cinta más abiertamente antisistema pre Tiananmen, sea El Rey de los Niños de Chen Kaige, instantánea de la alienación del individuo devorado por el sistema, pero son fundamentalmente: Qiu Ju, una Mujer China (1992) y ¡Vivir! (1994) de Zhang Yimou; Adiós a Mi Concubina (1992) de Chen Kaige y La Cometa Azul (1993) de Tian Zhuangzhuang, los zarpazos más memorables de aquel heterogéneo colectivo de cineastas cabizbajos y unidos frente al desencanto. Zhang Yimou planta cara ya sin metáforas espacio-temporales, con Qiu Ju, o la desesperante soledad del ciudadano medio ante una marea de tecnócratas y burócratas militarizados, y sobre todo ¡Vivir!, que es junto con la monumental Adiós a Mi Concubina, el ataque más frontal a los dejes tiránicos del maoísmo de la historia del cine chino. Zhang no dejaba ni las gotas en el tintero. La épica odisea de supervivencia de una familia desde los albores de la guerra civil hasta el final dela Revolución Cultural son el canal propicio para hacer inventario de todas las barbaridades, excesos, humillaciones y tropelías perpetradas durante más de tres décadas en nombre de la revolución, la libertad y otras utopías manchadas.
Fue el propio Tian Zhuangzhuang el que hizo de Wu Tianming una década después. Con la Quinta Generación dando sus últimos coletazos (y sin olvidar que el surgimiento de una nueva no implica la extinción fulminante de la anterior), saludando los augurios de aperturismo sucesivos a la muerte de Deng Xiaoping y la llegada al poder de su delfín Jiang Zemin, con la reconciliación, onerosa para algunos, de la alta política china con el activismo anti gubernamental de los Zhang Yimou y compañía. Una nueva hornada de cineastas despuntaba en la Academia de Pekín, la de aquellos alumnos graduados que debutaron tras las cámaras entre 1993 y 1995. Reñidos por principio con el entramado industrial que los miraba con recelo por su implicación más o menos directa en las protestas estudiantiles pre y post Tiananmen, independientes, urbanitas y eclécticos hasta el tuétano, se buscan la vida como buenamente pueden para financiar sus proyectos siguiendo, en ese sentido, la estela de los miembros de la Quinta Generación, de buscar alternativas financieras foráneas para costearse sus películas absolutamente al margen del sistema. A la estela de Zhang Yuan, enfant terrible de la camada, firmante de Mama (1990), primer film independiente de la historia de China y autor de Beijing Bastards (1993), catalogada por la mayoría como puesta de largo oficiosa del difuso movimiento, la Sexta Generación rompe estilística y conceptualmente con la Quinta. Si el slogan de Zhang, Chen y demás colegas de promoción, era romper con el pasado, el de Zhang Yuan y compañía era romper con la Quinta Generación, por mucho que el camino andado por aquellos, fuese la pista expedita en la que los nuevos cachorros del cine chino habían clavado pica. El testigo lo recogían Wang Xiaoshuai, Jia Zhangke, Lou Ye, Zhang Yang y compañía. Nihilistas, individualistas, desorientados como desorientada andaba y anda la China continental, constituyen a mucha honra el underground de la cultura cinematográfica china. Su militancia en una presunta Generación de outsiders con patrones compartidos es cuestionable, tal es la heterogeneidad del movimiento. Curados de espanto, escépticos por naturaleza y en la onda del cinéma vérité, más que en la de sus ilustres predecesores, más discípulos de Kieslowski o Cassavetes que de Zhang Yimou o Chen Kaige, sus películas forman, si lo hacen, un corpus tan forzado como heterogéneo. La Ducha de Zhang Yang, La Bicicleta de Pekín de Wang Xiaoshuai, Plattform de Jia Zhangke o Suzhou River de Lou Ye, son un cajón de sastre excesivamente laxo como para dar a este supuesto colectivo la carta de naturaleza que unánimemente se otorga a la Quinta Generación. Diluida, disuelta en un limbo de indefinición muy permeable a los dictados del contexto sociopolítico, mimada por los mismos festivales que entronizaron a Chen Kaige y Zhang Yimou que se han pasado al formato blockbuster sin atisbo de sonrojo, se evapora.
El cine trinchera ya es historia y la identidad cultural del cine chino se destruye o se transforma, según el color del cristal con que se mire. La séptima generación ya no será tal, no existe ni existirá sobre las evanescentes cenizas de la Sexta. Chinatiende cada vez más, como el resto del continente, a la definición de un espacio transnacional, una red de puentes con Taiwán, Hong Kong, y no sólo, plenamente dentro de la corriente panasiática que traduce los anhelos de una nueva generación de directores asiáticos cuyo inconsciente histórico-colectivo es una anécdota en su ADN. China, no obstante, aún camina a tientas entre los tentáculos desnutridos de un régimen totalitario. Los cineastas de la Quintay la Sexta Generaciónhan vivido en carnes la impresentable intransigencia del látigo censor. Que China haga negocio con el cine, industria y mercado, es de cajón. Pero el armisticio entre el cine y el poder, para eludir las implacables tijeras del censor de turno, el overbooking de swordsplay y cine nostálgico-complaciente, que mira al pasado con ojos de turista, la proliferación de un star-system con toneladas de glamour a cuestas capaz de declamar en inglés con kimono japonés, son debilidades, concesiones necesarias. Lástima, sin embargo, que Zhang Yimou ya no sea tal, lástima que el cine ya no se acuerde de Tiananmen, maldita neutralidad que diría Gabriel Celaya, malditos los versos de quien no toma partido hasta mancharse.
Artículo extraído del reportaje publicado en la revista CineAsia Vol.10: “Las generaciones del cine Chino: de Tiananmen al Blockbuster”.
Artículos Relacionados:
La frase de la semana Amor Bajo el Espino Blanco y Zhang Yimou