La ciencia dice que el agua es la fuente de la vida, pero los mares y océanos son otra cosa. Nos pueden dar sensación de paz y tranquilidad, pero si te atrapan no te dejarán escapar. El mar es mágico, y sus profundidades misteriosas. En Japón lo saben bien, están totalmente rodeados por él. Si en Mi vecino Totoro el bosque se convertía en el espacio que conectaba a los humanos con la magia de la naturaleza, en Los niños del mar su director Ayumu Watanabe hace algo similar al utiliza el mar como destino y origen de la vida. Su historia nos lleva desde la aventura adolescente a territorios mucho más profundos y de calado filosófico, engarzados en el imaginario que provee una animación de belleza arrebatadora y llena de sutileza. Hoy viernes 24 de enero se estrena en nuestros cines de la mano de Selecta Visión tras su paso por varios festivales nacionales.
El viaje de Los niños del mar comienza en un acuario, y, aunque no lo parezca por su punto de partida, es una película ambiciosa en su destino. La historia de Ruka, una adolescente con problemas sociales y también familiares, puede sonarnos ya familiar en la animación japonesa. A la protagonista no le van nada bien las vacaciones de verano, y después de tener un encontronazo con una compañera de clase, además de los recurrentes desencuentros con su madre, termina pasando los días en el acuario donde trabaja su padre. La conexión de Ruka con el lugar se traslada hasta su infancia, donde recuerda haber visto a una figura misteriosa. En el presente le aguarda otra sorpresa, allí encontrará a Umi (en japonés, Mar), un niño más o menos de su edad, que al haber sido criado por dugongos (animal marino) se ha adaptado mejor a la vida dentro del agua que fuera de ella. Ruka y Umi, junto a su hermano Sora (en japonés, Cielo), que guarda sus mismas características, pero con un carácter mucho más serio, tienen una conexión que les une, y es que los tres son capaces de escuchar una llamada que está removiendo el ecosistema marino. Algo importante está a punto de suceder.
La película avanza con paso firme desde el costumbrismo fantástico de su inicio a la pura aventura trascendental, al descubrir que los dos jóvenes reciben cuidados por parte del acuario, donde además de controlar su compleja salud estudian ese evento marino que se acerca, algo de lo que un sector de la Marina nacional también está al tanto. La llamada de las estrellas no tarda en llegar, llevando a la historia a cotas cada vez más filosóficas. La película nunca pierde de vista a la auténtica protagonista del film, Ruka y su crecimiento personal, pero en su viaje de autodescubrimiento aumenta la simbología mística y filosófica. Lo hace a lomos de la extraordinaria animación de la película hasta llegar a su tramo final, lleno de imágenes sugerentes en un viaje comparable al de Dave, aquel astronauta de 2001: una odisea en el espacio de Kubrick, en una auténtica explosión de creatividad. El único pero que se le puede poner a la película quizás venga impuesto por tratarse de una adaptación del manga del multipremiado Daisuke Higarashi (editado en España por ECC), con una narrativa un tanto episódica, especialmente con la entrada de algunos personajes secundarios y subtramas.
La película avanza con paso firme desde el costumbrismo fantástico de su inicio a la pura aventura trascendental
El trabajo de Studio 4C en la animación de la película es simplemente apabullante. Estamos acostumbrados a ver en sus proyectos esa visión artística tan particular, pero esta vez se superan a sí mismos con el que quizás sea su trabajo más espectacular, aunando una vez más animación digital y tradicional con una naturalidad pasmosa. Los años empleados en el estudio del ecosistema marino dan sus frutos con escenas para el recuerdo como la aparición de la ballena, o el desfile de siluetas de criaturas del mar que atraviesa el camión en que viajan los protagonistas. El detallado diseño de personajes respetando la estética del manga original aporta un tono más realista, que contrasta con la fantasía de punto surrealista al que llega la película.
Mención especial merece la música de Joe Hisaishi, que con su partitura eleva las imágenes en una sincronía perfecta. Su música suele producir ese efecto, pero en este caso lo hace en un sentido cercano al de sus trabajos con Ghibli, provocándonos un torrente de sentimientos. Su partitura es luminosa, llena de la pura épica a la que es capaz de llegar la naturaleza, pero también con momentos de delicada sensibilidad.
El viaje de Los niños del mar sumerge al espectador en una búsqueda de las grandes preguntas de la humanidad. Un viaje al origen del todo, a la vida, y a la pura harmonía entre el hombre y naturaleza, que resulta una experiencia cinematográfica extraordinaria. Pocas veces tenemos oportunidad de disfrutar de proyectos de animación japonesa tan ambiciosos, arriesgados y satisfactorios como en este caso.
Un texto de Víctor Muñoz