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Outrage (Japón, 2010)

08/03/2011

Director: Takeshi Kitano

Año: 2010
País: Japón
Género: Yakuza-eiga
Duración: 109 mins.
Repartos: ‘Beat’ Takeshi, Kippei Shiina,
Ryo Kase, Renji Ishibashi.
Probablemente si Outrage (Autoreiji / アウトレイジ en katakana) hubiese desembarcado por nuestras latitudes diez años antes sería mejor aceptada, en parte porque Kitano estaba de “moda”, y encima el neo-yakuza eiga, propiciado por cineastas como Takashi Miike o Rokuro Mochizuki, empezaba a estar en boca de todos esos culturitas que ni tan siquiera sabían el significado real de los tatuajes que lucen en sus espaldas esos hombres rudos, y que pretenden seguir el código de honor de los samuráis. Curiosamente, en esta manierista representación fílmica del mundo criminal japonés, Kitano ha optado por desacralizar la mística del yakuza tatuado, apareciendo el emblema del proscrito en todo su esplendor en una única secuencia justificada al acontecer en unos onsen públicos. El showman ha preferido centrarse en la clásica historia de bandas rivales, pero adaptada al siglo XXI, partiendo siempre de un patrón que ejerce de Mesías por encima de los otros clanes adyacentes. A través de varios personajes, con los que mejor no encariñarse, describe con impasibilidad cinética los movimientos de las distintas manadas, poniéndonos al día del funcionamiento interno de la yakuza 2.0 (aunque para ellos Internet sigue siendo un bicho raro). Eso sí, añadiéndole su característico toque violento que, en algunas escenas (como la del dentista o el soborno a una embajada africana), se acerca al paroxismo de nuestro querido Miike.  
Pretender comparar Outrage con otros largometrajes de Kitano resulta absurdo: demuestra una preocupante ignorancia ante la evolución natural que ha sufrido su discurso fílmico a lo largo de su trayectoria como cineasta. Es como si se tacharan de repetitivos el dueto fílmico que conforma Election de Johnnie To, y se acusara al director hongkonés de repetir fórmulas del pasado. De hecho, puede que Outrage siga el mismo patrón que Election (ya está confirmada la secuela). De no ser así, se convertiría en un producto típico del V-Cinema y la diferencia entre el filme de Kitano y la abundante producción doméstica dedicada al mundo yakuza, es que Outrage pretende reivindicar su autoría implicándose más allá del género, ofreciendo un catálogo actualizado del mafioso japonés con pocas concesiones a la gratuidad artificiosa. De hecho, no es más violenta ni cruel que otras; craso error pues compararla con Brother (en la que no respetaba el clasicismo del subgénero, limitándose a compendiar los ritos yakuza para extrapolarlos en territorio yanki).
Outrage es un completo y complejo recorrido por los códigos de conducta de la mafia japonesa, donde se explora toda la terminología de forma rigurosa: oyabun / kobun (patrón / subordinado), la figura del senpai (el decano, no exclusiva del mundo yakuza), giri-ninjo (el deber personal enfrentado a las obligaciones del grupo y las emociones contradictorias que se desprenden de la fuga moral), la figura del chinpira (el matón a sueldo), jerga vulgar (como temee / てめえ, utilizado para amenazar), así como otros términos, expresiones y patrones de conducta (por lo que recomendamos enérgicamente visionarla en versión original).
Kitano es un director que nunca baja del 7 (Sonatine). Sus filmes normalmente fluctúan entre un 8 (Zatoichi o Aquiles y la Tortuga) o un 9 (Dolls) y algún que otro 10 (Hana-bi). En esta ocasión le damos un 8,5, más que nada por la poca profundidad que imprime a todos sus personajes (algo que suele ser frecuente en muchas yakuza-eiga, en las que las emociones quedan relegadas a las expresiones amenazantes de sus rostros) y por la exageración en demasía de algunos picos de violencia “gran-guiñolesca” (como el inserto de los hashi en la oreja de cierto cocinero, algo que ya había puesto en práctica en Hana-bi pero fuera de encuadre y en los ojos de un pringado). También porque algunas secuencias parecen más propiamente rodadas por Rokuro Mochizuki (personalmente la secuencia del traficante que va trapicheando por las callejuelas de una zona residencial me recuerda a la manera como Mochizuki retrata las viejas calles del Osaka marginal en A Yakuza in Love).
Si atendemos al estilo musical, podemos afirmar que es una película “grunge”, pues la violencia extrema estalla sin glamour como sarpullidos en la dermis (nunca mejor dicho viendo el primer contraataque del clan que lidera ‘Beat’ Takeshi). Pero en general la violencia está muy delimitada por el tempo secuencial, apareciendo y desapareciendo en pocos segundos en función de los arrebatos violentos de las distintas facciones enfrentadas por un malentendido, tejido por el gran padrino que aglutina a varias familias rivales. Fragmentos de pura agresividad sensorial que se apoderan de la pantalla para romper el molde academicista, aun siendo una película que emana clasicismo desde principio a fin. Un modelo que no ha quedado obsoleto y que muy probablemente satisfará a los que aprecien esas películas de los años 80 que de forma precisa reflejaban el código interno de la yakuza (como Onimasa de Hideo Gosha), pero que aburrirá a todos esos espectadores que cuando ven una cinta asiática con mafiosos no saben diferenciar un triádico de Hong Kong de un mafioso japonés. Naturalmente, la inmensa mayoría que consideramos a Kitano un genio delante y detrás de las cámaras, aún sabemos distinguir entre un gangster nipón y un mafioso de Hong Kong. ¿Qué sucederá el día en que se estrene en nuestro país, si es que llega ese día, con el público general? ¿Será la crítica un poco más benevolente con ella que cuando se presentó en el pasado Festival de Cannes?
Lo Mejor: Desde la compleja red familiar que tiñe de violencia la zona de Ibaraki, pasando por las ritualizadas interpretaciones. 
Lo Peor: Que no se la reconozca como una de las mejores producciones de Kitano.
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