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Premiere. Un asunto de familia: el Japón que no se ve

21/12/2018

Aunque hace más de diez años que el director japonés Hirokazu Kore-eda lleva dándole vueltas a los mismos temas en sus películas (el dolor de la pérdida, los lazos familiares, los individuos frente a la sociedad…), dos de sus films principalmente son los que sientan los cimientos de su nuevo trabajo, Un asunto de familia. Por un lado, su película Nadie Sabe (2004), el primero de sus films estrenado en nuestro país, que nos adentraba en la odisea de un grupo de hermanos abandonado por su madre a su suerte: una historia (basada en un caso real ocurrido en Japón en 1988) que nos abría los ojos acerca de la indefensión del individuo ante una sociedad que se niega a ver, y ante un gobierno que no tiene medidas de detección o solución a este tipo de situaciones. Por otro lado, en 2013, Kore-eda filmaba De tal padre, tal hijo en la que dos parejas se enfrentaban al descubrimiento de que sus hijos respectivos de seis años no eran biológicamente suyos (por una negligencia hospitalaria, los niños fueron intercambiados en el momento de su nacimiento). En este caso, el director nipón nos apremiaba a responder a la pregunta: ¿son los lazos de sangre los que realmente definen a una familia?

En Un asunto de familia, no son unos niños abandonados o intercambiados los protagonistas, sino que asistimos al día a día de una familia compuesta por distintos miembros: una abuela, un padre, una madre, una hermana mayor, dos pequeños… solo que no es una familia “real”, aunque actúen como tal. Una familia que sobrevive como puede, con trabajos ocasionales y mal pagados y realizando pequeños hurtos para la subsistencia de cada día. Todos y cada uno de ellos juegan el rol que les toca dentro del seno familiar, cada uno de ellos se siente comprometido con el otro. Pero… ¿hasta cuándo podrán aguantar esta situación?

Hirokazu Kore-eda, considerado ya uno de los grandes directores humanistas de Japón, comparado siempre con Yasujiro Ozu (aunque él siente más afinidad con Mikio Naruse), nos habla, con esa manera de hacer sutil y elegante, de la esencia del ser humano, una esencia que no nos permite vivir en soledad y que constantemente nos induce a buscar nuestro lugar entre semejantes y, en definitiva, en el mundo. El ser humano es esencialmente un animal social y el sentimiento o el sentido de pertenencia es innato a él. Apunta Kore-eda con su película directamente al corazón del Japón invisible, de un Japón lejos de los barrios bulliciosos de las compras y el consumismo, y nos arrastra a darnos de frente con la miseria, digna, pero miseria al fin y al cabo, y lo más importante, nos interpela y casi nos obliga a tomar partido y decidir en qué bando estamos: ¿en el de esa sociedad frígida de emociones o en el de la calidez y la felicidad (finita) de una “deshonesta” familia de clase baja?

Por esto y por muchos otros motivos, es necesaria la película de Kore-eda, pero entre aquellos a quienes les gusten las cifras y los datos, también podrán encontrar sus razones para ir a ver en la cartelera esta maravilla. Aquí van algunas:

  • Por ser la película más vista de toda la filmografía de Kore-eda en Japón. Hasta Un asunto de familia, las películas del director no han tenido nunca una buena acogida entres sus espectadores japoneses. Por primera vez, se ha colado en el Top Ten del Box Office nipón.
  • Porque, además de haber recibido el Premio Donostia a toda su carrera, Kore-eda recogió en el Festival de Cannes la Palma de Oro, el máximo galardón del certamen más importante del mundo a la Mejor Película por este, su último trabajo.
  • Y para los más nostálgicos: porque Un asunto de familia supone el último testamento fílmico de Kilin Kiki (la abuela de la película), una de las grandes actrices de Japón, y amiga del director que siempre la ha incluido en sus últimas películas. Kilin moría el 15 de septiembre de 2018, pocos días antes de poder presentar la película en el Festival de San Sebastián.

Un asunto de familia, basada en una historia real que apareció en los periódicos japoneses, es una película rica, llena de matices y profundamente inteligente. A pesar de su calma y de estar conformada por delicadas pinceladas (detalles, momentos, miradas, sonrisas…), es una visión demoledora sobre el Japón moderno, con sus disfunciones e hipocresías. Hay que ir a verla sí o sí.

Por Gloria Fernández (CineAsia)

 

 

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