Lu Chan (Yuan Jayden) todavía está tratando de encontrar su lugar en la aldea de la familia Chen, la legendaria ciudad donde todos sus habitantes son expertos en el manejo del kung fu. La práctica del estilo Tai Chi, que es el seguido por la familia Chen, está prohibida a los extranjeros. Pero como en la primera entrega ayudó a la población en su lucha contra una máquina de vapor aterradora, Yuniang (Angela Baby), la hermosa hija del gran maestro Chen (Tony Leung Ka-fai), se compromete a casarse con Lu Chan e introducirlo así en la familia. Pero los problemas no habrán hecho más que comenzar, pues a parte de las dificultades en el aprendizaje del arte marcial por parte del aprendiz, se le ha de unir la presencia de unos personajes que quieren, ante toda costa, acabar con la estirpe familiar cueste lo que cueste.
Crítica: Estrenada en China tan sólo un mes después de que viera la luz su predecesora, Tai Chi 0, aunque fueron rodadas de manera simultánea, nos llega la que se supone debe ser segunda parte de una trilogía (no hemos encontrado noticia alguna en la que se nos informe que la tercera entrega esté tan siquiera en fase de pre-producción, aunque sí se comentó en su día que su rodaje dependía de la respuesta comercial de las dos primeras) en la que se mezclan de forma harto original las artes marciales con una estética victoriana representada por cantidad de artilugios mecánicos, tanto voladores como terrestres, de estética decididamente steampunk (para los no avezados en la materia, diremos que esta estética se trata de un movimiento artístico y sociocultural que se desenvuelve en una ambientación donde la tecnología a vapor sigue siendo predominante), pues no en vano nos hallamos cronológicamente en plena época de la Revolución Industrial china, aunque se mezclen con efectos digitales del siglo XXI. El director (y en ocasiones actor y guionista) de esta entretenida propuesta es el hongkonés Stephen Fung, quien se dio a conocer en su faceta de realizador con algunas exitosas comedias de acción como House of fury (2005) o la más reciente Jump (2009). Aunque quizás esta segunda entrega pierda un poco de fuerza y originalidad si la comparamos con la primera, debido seguramente a que aquélla nos enseñó todos los trucos que había bajo la manga y ésta se remite a continuar la acción en territorios (tanto geográficos como argumentales) ya conocidos, no se puede dejar de apuntar algunos logros que consiguen que esta película disponga de una puesta en escena y un diseño de producción muy diferentes a lo que nos tiene acostumbrado el cine chino en cuanto al género de artes marciales se refiere: el recurso de utilizar gráficos pop-up al más puro estilo cómic insertados en la pantalla (utilizados para la presentación de capítulos y personajes, así como simpáticas incrustaciones para seguir los movimientos de las artes marciales, tan originales como abrumadoras), un auténtico batiburrillo musical que pondría los pelos de punta a la mismísima y modernísima Sofia Coppola donde tiene cabida desde la música heavy más cañera hasta el tango más insinuante y, por supuesto, la aparición de esos armatostes destructivos que en esta ocasión se ven acompañados por otros menos espectaculares pero que sirven como guiño a auténticos ingenieros y arquitectos universales como Leonardo Da Vinci o Le Corbusier.
La trama se sigue con agrado e incluso nos tiene reservada alguna que otra sorpresa en forma de originales, flexibles e inventivas luchas cuerpo a cuerpo (coreografiadas, cómo no, por el eterno Sammo Hung, aunque en algunas ocasiones la burda labor de montaje les juega una mala pasada, pues una pelea puede ser cortada en cualquier momento sin mediar explicación alguna) como la que acontece en las barandillas de los techos de una casa de comidas, así como otras secuencias en las que el atípico posicionamiento de las cámaras y el uso (un tanto abusivo) de las cuerdas invisibles nos enseñan piruetas imposibles que atentan contra cualquier ley gravitatoria además de propiciar efectos visuales surrealistas. Todo ello sazonado con algún conflicto familiar de corte shakesperiano menos profundo que la atribulada mente del protagonista, y la aparición anecdótica de un auténtico reguero de estrellones orientales (desde Shu Qi a Tony Leung pasando por Eddie Peng o Angela Baby) que aportan su granito de arena para intentar arrastrar al público a la sala de cine. Lo más flojo del conjunto, sin duda, es un argumento que podría haber escrito un niño de cinco años. Los personajes funcionan como meros arquetipos e incluso algunos gags pueden llegar a pecar de demasiado locales, aunque el ritmo se mantiene gracias a los continuos combates y a un “in crescendo” en la acción que por desgracia se ve rematado con un deplorable final, demasiado precipitado y embarullado que desemboca en unos últimos minutos por desgracia faltos de interés.
En definitiva, un film que cuenta con el hándicap de que no se decanta abiertamente ni por la comedia ni por la solemnidad dramática, quedando un regusto a obra incompleta que esperamos pueda levantar el vuelo en el último film de la trilogía.
Lo mejor: Se trata de un divertimento inocente sin ínfulas ni pretensiones, aunque se hayan dejado su buen dinero en el ampuloso diseño de producción.
Lo peor: La trama argumental es muy endeble y a poco que se rasque se le pueden encontrar mil y una fisuras.
Por Francisco Nieto