Hay películas capaces de transportarnos a otros escenarios muy diferentes a los de nuestro día a día. Sutak de Mirlan Abdykalykov , que este viernes 8 de Julio se estrena en nuestros cines, es uno de estos films, y lo consigue desde el principio mismo de su metraje: un plano inicial que nos lleva hasta un majestuoso valle del Kirguistán, una de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central. Allí nos instalaremos junto a una familia de nómadas en su vida cotidiana, con la que llegaremos a la inevitable lucha entre la tradición y el progreso. Emotiva, delicada y bellísima, y con una cierta melancolía, Sutak nos llega al corazón a través de sus imágenes, pero también de unos personajes que crecen hasta hacerse cercanos.
Tres generaciones de una familia viven en una yurta, la vivienda tradicional de los nómadas de Asia central, en un remoto valle. Allí tiene sus caballos Tabyldy, el cabeza de familia, mientras su esposa Karanach se dedica a cuidar de su nieta Umsunai. Su nuera, Shaiyr, ayuda con los cuidados de los caballos, realizando el trabajo de su fallecido esposo. El hijo menor de la familia está estudiando en la gran ciudad y cuando vuelva de vacaciones dejará claro que su futuro no está allí. Con la tragedia aún latente en la familia, las visitas de Ermek, un meteorólogo que realiza sus estudios en una casa de la zona, distorsionarán la convivencia al intentar convencer a Shaiyr de irse con él a la ciudad.
El gran escenario natural al que nos traslada la película esconde una historia de tradición, de pérdida y de la lucha entre las costumbres y el progreso. Siguiendo el día a día de la familia protagonista, que se dedica a la venta de leche de yegua, veremos la dinámica de sus relaciones. Tabyldy pasa gran parte de su tiempo con su nieta, a la que enseña las tradiciones, mientras intenta sobrellevar la ausencia de su hijo mayor. Su esposa teme perder a su nuera, Shaiyr, con la presencia cada vez más habitual de Ermek, el hombre de ciudad que está por tiempo limitado en el valle. Shaiyr, por su parte, se encuentra atrapada entre el deber de la tradición y la oportunidad de volver a comenzar.
Con calidez, cierto humor y la paz que proporciona el escenario, las miradas y los silencios serán a veces mucho más claros y efectivos que las palabras para expresar unos sentimientos que en otras ocasiones llegarán a través de las leyendas. Así al calor de la estufa se desenmarañan las historias que se han transmitido de forma oral de generación en generación, de pájaros en busca de redención como el Sutak que da nombre al film, de hombres renacidos en águila y de cabras que piden clemencia a sus cazadores. Mucho más que simples historias que los abuelos explican a su adorable nieta Umsunai al reflejar no solo tradiciones milenarias sino que además funcionan como metáfora de sus propias preocupaciones.
Mirlan Abdykalykov, hijo de uno de los directores más importantes del cine del Kirguistán, Aktan Abdykalykov, para el que protagonizó algunos de sus films siendo apenas un niño, debuta como director con este film en el que la naturaleza se convierte en un personaje más de la familia de nómadas, que muestra una conexión total con su entorno. Con el ritmo pausado que se requiere para disfrutar de la maravillosa fotografía y sonido de la película, sin más música que el sonido del viento o el crepitar de la leña, la relación entre el hombre y la naturaleza tiene un papel muy importante en el film. La conexión entre la familia de nómadas y su entorno es completa, algo que el progreso pondrá en jaque cuando las grandes maquinarias aparezcan, llegando a provocar dolor físico al viejo nómada, cuyo tiempo, como el de los propios nómadas, es cada vez más corto. Esa melancolía se refleja por unas causas u otras en todos los personajes excepto en la pequeña Umsunai, y es que el futuro puede ser brillante. Solo hace falta el paraguas que le regala su hermano.
Por Víctor Muñoz (CineAsia)