Si hay un director de cine al que podemos acudir como modelo de la idealizada ética de trabajo japonesa, ese es Takashi Miike. Así lo avalan los números: más de un centenar de películas rodadas en casi 30 años, sin contar varias series de televisión, anuncios y vídeos clips musicales. Miike, además, entiende que en la variedad (y en este caso, también en la cantidad) está el gusto, y se ha labrado una carrera llena de trabajos de los géneros más variados que lo han colocado como director de culto y de referencia del cine japonés en Occidente.
Del “directo a vídeo” a los festivales internacionales
Para empezar a conocer a Takashi Miike habría primero que indagar en sus inicios: nacido en Osaka, se graduó a duras penas en la escuela de cine de Yokohama y comenzó rápidamente a dirigir para el V-Cinema, el equivalente en imagen real al OVA del anime, pequeñas producciones de ínfimo presupuesto estrenadas directamente en vídeo (ahí situamos su opera prima, Eyecatch Junction, sobre una alocada academia de policía femenina). Las historias sobre yakuzas se convirtieron en su especialidad, rodando hasta 11 de ellas de manera consecutiva en apenas cuatro años, hasta el estreno por fin en cines de Shinjuku Triad Society, que sería el pistoletazo de salida para el inicio de una carrera fulgurante con personajes solitarios, viscerales y extravagantes y la violencia extrema como constantes en su obra. Un año después, en 1996, su nombre comenzaría a sonar en los festivales de cine occidentales gracias a Fudoh: the New Generation, todo un hit de culto; pero no fue hasta el cambio de milenio que llegó su gran boom internacional, incluida España, donde aterrizó con Audition, un drama sobre un viudo que busca una nueva esposa, que se termina convirtiendo en un film terrorífico con una de las escenas más espeluznantes vistas en la gran pantalla.
Vivir rodando
En esta fase de su carrera, ya con cierto prestigio internacional a inicios del nuevo milenio, aunque sin grandes éxitos en la taquilla japonesa, el director rueda de media cinco films por año, buscando siempre la diversidad de géneros, aunque siempre termine volviendo al yakuza-eiga, ya sea con la extravagante trilogía Dead or Alive, la excelente Cementerio Yakuza (remake del Graveyard of Honour de Kinji Fukasaku, pero adaptado a época moderna) o proyectos más serios como el drama criminal Agitator (algunos incluso la llegaron a equiparar con El Padrino) o la inclasificable Gozu (toda una deconstrucción del yakuza clásico con tintes lynchianos en su narración). Así pasamos por la comedia Shangri-la (el film del que Miike se siente más orgulloso), por el musical surrealista con La felicidad de los Katakuri, el irreverente drama experimental con Visitor Q, el terror tan de moda en aquel momento con Llamada perdida, el tokusatsu de Zebraman o incluso el western con Sukiyaki Western Django, con el propio Tarantino ejerciendo de apuntador. Incluso hizo sus pinitos en Occidente dejando su huella en el treceavo episodio del proyecto televisivo Master of Horror, la muy recordada -y censurada- Huellas, puro ero-guro con ecos a del Teruo Ishii de Horror of Malformed Men.
El ritmo de trabajo frenético y la búsqueda de nuevos territorios por explorar, manteniendo aunque parezca difícil una cierta cohesión en las temáticas a explorar (como la soledad del individuo y el desarraigo de la sociedad y la familia), se convierten en marca de la casa en los años más prolíficos del director hasta 2007. En esta época se enmarca también Crows Zero, que no sería la primera adaptación manga del director (ahí estaban Salaryman Kintaro y su icónica Ichi the Killer) pero sí su primer gran proyecto y su primer gran éxito de taquilla, marcando un nuevo giro en su carrera.
Adaptaciones de manga, videojuegos… y films de samuráis
La industria cinematográfica japonesa, dirigida cada vez más a la adaptación de mangas y videojuegos a la gran pantalla, encontraría en la versatilidad de Miike su mejor aliada. ¿Quién mejor que él para dirigir una adaptación del manga de pandilleros Crows o del videojuego Yakuza (Like a Dragon)? Adaptar a la gran pantalla el chiflado anime de los 70 Yatterman sería la siguiente parada, con el que consiguió su mayor éxito comercial hasta la fecha, y de ahí a Nintama Rantaro/Ninja Kids, For Love’s Sake o Ace Attorney. El director combina estos proyectos con otros más personales, dejando su lado más visceral y salvaje aparcado cuando es necesario (aunque Lesson of Evil o Yakuza Apocalypse son perfectas para sus fans más extremos), y baja su ritmo de trabajo a “solo” dos producciones por año.
Jojo Bizarre Adventure: Diamond is Unbreakable, que rodó una buena parte de ella en Sitges para regocijo de todos aquellos fieles cinéfilos que, anualmente, hacen peregrinaje al Festival de la Blanca Subur.
Cierto es que le otorgan grandes producciones basadas en mangas de prestigio o de reciente publicación en Japón: por un lado, Terra Formars, una aventura interplanetaria entre humanos y cucarachas para disputarse el Planeta Rojo; por el otro The Mole Song, en el que se reencuentra con las bandas de pandilleros; sin olvidar Jojo Bizarre Adventure: Diamond is Unbreakable, que rodó una buena parte de ella en Sitges para regocijo de todos aquellos fieles cinéfilos que, anualmente, hacen peregrinaje al Festival de la Blanca Subur. Tres live-action abordados de manera muy comercial y encorsetada que no terminaron de cuajar con el fan del Miike primigenio, aquel que disfrutaba de un estilo anárquico, con un guion mutable y hordas de chifladuras sangrientas. En otra liga aparte jugó el chanbara Blade of Inmortal, adaptación del muy aplaudido manga de Hiroaki Samura sobre un samurai que recibe la maldición de la inmortalidad.
Y ya que mencionamos un subgénero surgido a rebote del jidai geki, destacar de esta última etapa los dos remakes de sendos clásicos del cine de samuráis: 13 asesinos, en la que se adentró en el género añadiendo alguno de sus toques extravagantes; y la más tradicional Hara-Kiri, donde demuestra su pulso dramático y su lado más académico a la vez que rodaba por primera vez en formato 3D.
Una vida para el cine
Una característica que marca la carrera de Takashi Miike es la curiosidad por descubrir mundos nuevos y explorar géneros, manteniendo intacto su espíritu rebelde. Revisar su muy prolífica carrera es adentrarse en los cambios del cine nipón de los últimos 30 años, desde el boom de las producciones directas a vídeo, a las grandes adaptaciones de anime, firmando por el camino muchos de los títulos de culto del cine asiático en Occidente. Ahora, con First Love, regresa a los inicios con una historia de una pareja de outsiders que, al haberse inmiscuido en los affaires de unos narcotraficantes, deben huir de la yakuza, las triadas y la policía. Acción asegurada con un toque de romanticismo al estilo Miike.
Quién sabe si con este film el director seguirá evolucionando y marcará de nuevo un antes y un después en el cine japonés, o, por el contrario, esta vuelta a los orígenes hará que la vieja guardia recupere el apetito por el director y le haga recapacitar sobre la necesidad de volver al punto de partida original, aquel con el que muchos lo descubrieron a finales de los años 90 del siglo pasado, huyendo así de la simple comercialidad en la cual había caído su cine. Aunque… No nos engañemos: Takashi Miike ya forma parte del establishment y no tiene nada que demostrar a nadie. Solo seguir filmando y ofreciendo buenas historias con las que sorprendernos.
Por Eduard Terrades Vicens y Víctor Muñoz