Durante las dos primeras partes de las cuatro en las que quiere dividirse esta película, se nos cuenta la terrible realidad de un norcoreano residente en China, Gu-nam, quien después de pedir dinero prestado a unos mafiosos para que su mujer pueda emigrar a Corea del Sur, se encuentra con que ésta no da señales de vida ni le envía el dinero necesario para pagar la deuda, mientras se ve amenazado por los usureros y a punto de perder su trabajo de taxista. Desesperado, acepta una oferta que solventará sus problemas económicos, además de permitirle viajar a Corea donde, tal vez, pueda reencontrar a su esposa; a cambio sólo tiene que hacer una cosa: matar a un hombre. Durante el viaje y la estancia en su ‘mediapatria’, conocerá la patética situación de otros inmigrantes del Norte, condenados a la pobreza, la marginalidad y la explotación. Hasta aquí, la atención de la obra está puesta en el drama humano sin concesiones, y el retrato de personajes y ambientes (sucios y descoloridos a través del tratamiento de la imagen) lleva la voz cantante de la narración. El film, sin embargo, se distingue a simple vista de otras producciones con similar planteamiento temático por medio del estilo. El director Na Hong-jin (que debutó explosivamente hace tres años con el thriller The Chaser) actúa, especialmente a través del montaje (elíptico y algo sincopado), sobre el tempo, dotándolo de un dinamismo que es ajeno al cine de raigambre social al uso. La continuidad de esta técnica permite que el film no se rompa cuando, a partir del intento de asesinato por parte de Gu-nam de su objetivo, dé un giro decisivo hacia el género. Un género que viene marcado, además de por el frenesí rítmico, por una violencia que transita de lo crudo a lo cómico conforme se torna hiperbólica. Esta hiperviolencia, que una vez estalla será irrefrenable, sin duda dará que hablar (y ahuyentará a muchos espectadores), como ya sucedió con la de I Saw the Devil (Encontré al Diablo) de Kim Ji-woon; pero lo lógico sería aceptarla como una figura de estilo de un cineasta, un género y una cinematografía que han convertido el sufrimiento de la carne (y su estilización) en un hecho diferencial.
Por nuestro colaborador Jordi Codó