La película más exitosa del cine asiático en los últimos tiempos era una tragicomedia sobre la diferencia de clases, en la que una familia de clase baja comenzaba a apoderarse de las vidas de otra familia de clase alta. El contexto era la división social en la sociedad coreana, pero era totalmente aplicable a cualquier lugar del mundo. O casi… En India la cosa se complica más todavía, y es que la diferencia no solamente la marca la cuenta corriente, sino también el linaje familiar por el imperante sistema de castas. Tigre blanco da un paso más en la crónica y crítica de las diferencias sociales, escarbando en la raíz del problema. La violencia, como en Parásitos, termina siendo inevitable. El director norteamericano con raíces iraníes Ramin Bahrani vuelve a hablarnos de los más desfavorecidos con esta adaptación de la novela best-seller del escritor de origen indio Aravind Adiga.
Todo comienza con un email. Balram, un empresario de éxito del sector del taxi en Bangalore le escribe al primer ministro de la República Popular China, Wen Jiabao. Como emprendedor, sabe que el futuro económico del planeta pasa por China e India, así que le explica la historia de su vida, y sobre cómo llegó a su posición desde que planeó la huida de su pequeño pueblo natal para comenzar a trabajar como chófer de una familia adinerada. Un relato lleno de secretos, corrupción, ambición y la inevitable violencia.
Saliendo del gallinero
Una de las metáforas que el protagonista Balram utiliza a la hora de plantear por qué las clases bajas permanecen adormecidas mientras, como cantaba Leonard Cohen, los ricos se hacen más ricos y los pobres se hacen más pobres, es la de un gallinero. Las gallinas están tranquilas viendo a través de las rejas el destino que les espera, ser desmenuzadas por el carnicero, pero aun así no intentan huir. Nos hemos convertido en esas gallinas, según él… Y es en esa jaula virtual donde le encontramos: un joven al que le espera un destino tan aciago como el de su padre si no saca a ese “tigre blanco” que su progenitor le dijo que llevaba dentro.
La solución es escalar posiciones, conseguir un puesto cercano al poder y aprender. Para ello utilizará todos los medios posibles, realizando todas las tareas requeridas por sus patrones y más, con una sonrisa omnipresente, incluso en los momentos más complicados, pero con esa rabia interna en espera de la oportunidad para sacar las zarpas y comer para evitar ser comido. El film, relatado en voz en off desde el flashback inicial, no juega al misterio del destino del protagonista, sino que prefiere mostrarnos el camino. Sabemos cuál es su posición, pero lo realmente interesante es seguir cada uno de sus pasos, sus interacciones con la familia adinerada, y la manera de ganarse su confianza. Tigre blanco es un relato terrorífico en su núcleo: la corrupción moral, social y económica, domina todo.
Adarsh Gourav: ha nacido una estrella
Dentro del trío protagonista formado por Rajkumar Rao, Priyanka Chopra-Jonas y Adarsh Gourav, es este último quien brilla con luz propia. Su capacidad para mostrar los sentimientos del protagonista Balram, aun cuando no puede hacerlo por la obligación de mantener la presencia ante sus “amos”, es realmente extraordinaria. Gourav, un joven actor que, aunque lleva ya una década en el mundo del cine y la televisión, no había conseguido destacar en la marabunta de estrenos de India, impacta en este auténtico tour de force con una interpretación que debería tener el mismo efecto que la que tuvo la de Slumdog Millionaire en Dev Patel.
Igualmente, encomiable es el trabajo de Rajkumar Rao, un actor que se ha ganado el prestigio por su capacidad para imprimir una humanidad especial a sus personajes, y que aquí da vida al niño rico Ashok que, si bien intenta ser menos “cerrado” que su padre, tiene muy claro de qué lado están los privilegios. En un mundo alternativo él podría haber interpretado al protagonista Balram, pero viendo los resultados, el casting del film encaja a la perfección. Mención aparte para Chopra-Jonas con un personaje tan interesante como Pinky, una mujer moderna, que viene de Estados Unidos y conoce muy bien el racismo tanto por el color de piel como por las castas. Lo sufre por su procedencia de una familia de clase baja, y también por ser mujer. La actriz quiso además producir el film, estando involucrada en el proyecto desde el principio.
Adaptando la novela
Podríamos decir que Ramin Bahrani estaba predestinado a llevar esta novela al cine. No sólo es un amigo cercano del autor Adiga desde sus días de estudiantes en la Universidad de Columbia, dos outsiders en un ambiente predominantemente W.A.S.P., sino que además el escritor dedicó el libro a su mejor amigo. Desde entonces (de hecho, desde antes de publicarse la novela), el director tenía en mente cómo trasladar el relato, que sigue la línea de sus anteriores trabajos en esa búsqueda por mostrar la singularidad en la cotidianidad con una mirada neorrealista. El resultado es absolutamente brillante. Más allá de las dinámicas y las interacciones entre los personajes, algunas tan brutales como la de la firma de un papel muy particular, las escenas en que seguimos a Balram en su soledad, en su inquieta y rabiosa soledad, ponen los pelos de punta. Bahrani traslada además ese pequeño microcosmos entre el gremio de chóferes, que como en Parásitos se ven obligados a subsistir en el subsuelo, en el garaje, a la espera de una llamada que los lleve a la superficie.
Tigre blanco no es Parásitos, pero tampoco Slumdog Millionaire. Aquí no habrá un baile final al estilo Bollywood. La mirada es mucho más oscura, y por qué no decirlo, realista. Esta es la historia de supervivencia de alguien a quien la vida le ha dado malas cartas, y que en esa jungla que es su día a día, no sólo avanza en la cadena alimenticia, sino que nos explica cómo hacerlo. Más nos vale tomar nota.
Por Víctor Muñoz