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Tokyo Sonata: La insoportable levedad de vivir

20/12/2010

Hay veces, que al entrar en una sala de cine se consigue establecer una conexión entre el espectador y la película que se proyecta, y que a razón de 24 imágenes por segundo, genera un universo donde ambos, espectador y film, habitan durante el tiempo mágico que los espectadores conocen como película. Este efecto que rara vez acontece, (por desgracia, al menos en mis últimas visitas al cine) me sucedió el pasado viernes en el cine Verdi Park, a partir de las 20:15, durante el visionado de Tokyo Sonata.
Mi historia con Tokyo Sonata se remonta al año 2006 cuando su director, Kiyoshi Kurosawa acudió al Festival de Cine de Sitges para presentar su última película, Retribution, a la par que recibía el premio de La Máquina del Tiempo por una carrera que ha buceado constantemente en el género fantástico. Una entrevista con él me permitió sospechar que su carrera, al menos formalmente, iba a dar un salto en su nuevo film. Cuando al Festival de Cannes anunció su nuevo proyecto en el 2008 todas las sospechas se confirmaron. Tokyo Sonata se había hecho realidad.
La soledad, el asilamiento, el abandono, la incomunicación, han sido temas recurrentes en la filmografía de Kiyoshi Kurosawa. Una película como Kairo (habitada por fantasmas) a pesar de su forma, no puede obviar su fondo para ser entendida como una metáfora de la sociedad en la que vivimos y el que puede ser su devenir más inmediato. Estos mismos temas están presentes en Tokyo Sonata, una composición que como dicta su definición musical, nos transporta hacia una pieza musical completa y que consta de tres o cuatro movimientos.
Desde la secuencia inicial en la que vemos el exterior de una casa japonesa desde una ventana semiabierta, y la entrada de una mujer en plano general que primero cierra la ventana, para poco después abrirla de nuevo, intentando que la lluvia moje su mano y que el exterior penetre en su mundo: un hogar japonés medio; hasta llegar a la secuencia final que muestra al hijo de la familia, Kenji interpretando «Claire de Lune» de la Suite Bergamasque de Claude Debussy en su audición,  Kurosawa dirige el film con una precisión casi arquitectónica. Un padre, abnegado en su trabajo, ejemplar en su sacrificio por la familia, que tendrá que convertir su mundo en una gran mentira, al ser despedido (el gigante chino emerge amenazante); el hijo pequeño, con su moral que no puede entender ni tan siquiera el profesor que debe formarle; el hijo mayor, ausente en su entramado familiar, ausente en el mundo laboral, que decide buscar su salvación en la salvación de los demás; y la madre, la gran madre japonesa, obediente, servicial, que espera, que aguarda… a la que todos acuden, pero a la que nadie ve.
Todos ellos iniciarán un viaje, una sonata, en ese Japón donde la tecnología avanza a pasos agigantados, donde facebook y twitter cabalgan sin dar tregua. Un viaje que parece sacado de la película de Fernando Fernán Gómez, y que llevará las vidas de estos cuatro personajes al borde del abismo. ¿No es ahí donde desgraciadamente se ven mejor las cosas…? Antes de perderlas para siempre…
Tokyo Sonata es una gran película. Un canto a volver a vivir. Un reset para que reiniciemos el programa. Nunca es tarde. Ni para el más pesimista de los directores. Ni tan siquiera para Kiyoshi Kurosawa.
Enrique Garcelán
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