Dos chiquillos comparten algo de comida, recogida a saber dónde, en una destartalada terraza en un sobre un sucio callejón, que recorreremos desde arriba acompañando a uno de ellos, que se desenvuelve con naturalidad en un ambiente de prostitutas, neones, borrachos y drogados que le lanzan saludos cariñosos o improperios amenazantes en un tránsito que nos lleva a una anciana dj que lanza una primera ráfaga, un scratch que origina el inacabable torrente de ritmos y rap que dominará el resto de este largo y elaborado plano secuencia inicial y marcará el planteamiento del resto del metraje. No todo es planos secuencia. También hay tomas cortas. Puntualmente. Momentos para el montaje. Edición rápida. Pero, emulando las características musicales del hip hop, dominado por concatenaciones de bases sonoras y ritmos sincopados, no es la mesa de edición la que acapara el protagonismo de este ‘East Side Story’ sino la acción y la palabra, la cadencia de acontecimientos es lo que convierte a Tokyo Tribe en una narración frenética, sin tregua, en un periplo en el que tienen cabida desde Beatrix Kiddo (¿o acaso era Bruce Lee?) hasta Tony Montana, donde en cada uno de los planos se amontonan objetos, luces, reflejos y personajes en un horror vacui por el que se superponen acciones, diálogos, destellos, golpes y melodías del mismo modo que en el rap se encadenan palabras en interminables frases.
Esta película tiende a la desproporción, lo cual no es algo a lo que no nos tuviera ya acostumbrados su director. Tampoco la adaptación de un manga es una novedad en la trayectoria de Sion Sono. Sí lo es el venir amparado en la producción por Nikkatsu, una de las casas grandes del cine nipón. Es revelador comparar esta cinta con su anterior Why Don’t You Play in Hell? (Jigoku de naze warui?, 2013). Comparten ambas una historia de enfrentamiento violencia entre facciones enfrentadas, predominando una intención decididamente lúdica. En ambas se deja nota el sello de su realizador. Sin embargo, en este nuevo trabajo se echa en falta algo de la mirada del autor. Si en la entrega anterior el entretenimiento se combinaba con una cierta reflexión en torno a la creación cinematográfica, toda una reivindicación de la vocación por la creación de imágenes y de la pasión que desborda la pantalla, en esta ocasión parece pesar la vocación comercial del producto. Esto no impide valorar una película sólida, impecable en su factura y que responde a la perfección a su planteamiento. El mayor presupuesto con el que ha contado Sono para rodar no ha sido desperdiciado y el resultado no va a defraudar ni al seguidor exigente ni al curioso que se acerque por primera vez a la obra del realizador.
Sorprende que la intensidad, tan alta como se sitúa desde el primer fotograma, no deje de crecer sostenidamente hasta el desenlace final. No era fácil introducir un mundo ficticio, aunque basado en la topografía de la metrópolis real, de alambicadas relaciones entre personajes y bandas tejidas en una primera parte de un relato que no se nos presenta (la película adapta la segunda parte de la serie de mangas de Santa Inoue, por lo que la acción comienza en un universo complejo preestablecido). Valga destacar el recurso con que se nos cartografía esta caótica realidad, en el plano secuencia que sucede al descrito al inicio. Una agente policial novata, que ingenuamente se cree capacitada para hacer cumplir la ley en ese infierno de asfalto, trata de detener al principal antagonista del film, un portentoso Ryohei Suzuki en el papel de líder de la facción de Ikebukuro. El desalmado inmoviliza y desnuda a la muchacha, para grabarle con la punta de su navaja en la piel un mapa conceptual de las bandas que ocupan los diversos barrios de Tokyo. El precario equilibrio de fuerzas entre estas facciones no tardará en saltar por los aires merced a la acumulación de poder por parte de un supervillano interpretado con estrafalario histrionismo, para mí difícil de justificar, por el inefable Riki Takeuchi.
En la presentación del film, a pregunta de este relator, un simpático Suzuki se declaró admirado de la interpretación de su par, pero argumentó la necesidad de ceñirse a una interpretación más sobria para el resto de los personajes. Más escurridizo, como es habitual en él, se mostró Sono. A mi cuestionamiento sobre si el veterano actor recibió instrucciones concretas o tuvo libertad para sacarse de la chistera tan frenético repertorio de gestualidad, respondió por peteneras aludiendo a la profundidad vocal de Takeuchi, sin duda impresiona escucharlo, como elemento con el que destacar el componente inhumano del despreciable personaje.
Siguiendo con las interpretaciones, vale la pena fijarse en la joven Nana Seino. Retomando la comparación con Why Don’t You Play in Hell?, con un personaje casi equivalente encarnado por Fumi Nikaido, no sería justo equiparar ambas interpretaciones. No es de recibo poner la correcta actuación de la casi debutante Seino a la sombra de una interprete colosal. Pese a una edad similar, ya es importante la experiencia acumulada por la de Okinawa, en quien adivinamos hechuras de estrella como hace décadas que no detectábamos en una interprete japonesa. En cada nuevo papel supera su nivel de excelencia y los que la seguimos no alcanzamos a atisbar su techo. Sin embargo, el anterior trabajo con Sono rebeló un talón de Aquiles en el trabajo físico katana en mano, una falta de convicción para interpretar acción. Pese a compartir una complexión menuda, Seino le come la tostada en este terreno con una sorprendente solidez en la lucha. No menos sorprendente fue escuchar su confesión de haber soñado siempre con ser una actriz de acción y artes marciales. Con su aspecto de buena chica, su cuidado estilismo y un cierto bagaje como maniquí de moda, la declaración generó risas entre la prensa hasta que Sono la instó a demostrarlo y, aquí sí que vino la sorpresa, la actriz se soltó ante nuestra atónita mirada en el reducido espacio que tenía con diversas piruetas dignas de medalla olímpica. Algunos ya no podemos esperar hasta su próxima película. ¡Denle un papel con mucha pelea, por favor!
El otro intérprete destacado es Dais Young, como líder de la banda de Musashino. No se trata de un actor sino de un músico con base en Sapporo y amplio reconocimiento en la escena hip hop nacional. Correcto en su actuación, lo que más debemos agradecerle es su contribución a la banda sonora y a rimar todo el guión y dotarle de la verosimilitud que aporta su autenticidad como rapero. Este factor era clave en el éxito del film y genera cierta inquietud en cuanto a su distribución internacional. La tarea de traducción será titánica, con la necesidad de reproducir una determinada rítmica y adaptar una jerga a veces quedan anclada en conceptos que dependen de un cierto conocimiento del entorno tokiota. El magnífico subtitulado al inglés de la copia que se mostró a la prensa es fruto de la colaboración entre un traductor profesional y el propio Dais Young, que descubrió el lenguaje del Hip Hop durante los años de adolescencia que pasó en Norteamérica. Sabiendo las condiciones en que se subtitula en España (con plazos muy cortos de trabajo y generalmente desde el guión traducido al inglés y sin ver la imagen) y lo reticente de nuestro mercado al subtitulado (¿cómo se puede doblar esta película?) se me antoja complicado un lanzamiento en nuestro país.
Pero seamos optimistas y preparémonos para disfrutar del megalómano espectáculo de Tokyo Tribes, de sus texturas sonoras y coreográfica violencia, de su tobogán de emociones y desvergonzado humor. Tendremos que admitir que, sobre el asfalto del cine japonés, MC Sono demuestra ser el que la tiene más larga.
Una crítica de José Montaño