Viaje con nosotros si quiere gozar… de Asia
Viajar por Asia es el sueño de muchos cinéfilos que aman alguna de las cinematografías que nutren el continente asiático de riqueza cultural. Son muchos los países a recorrer y poco el tiempo del que disponer en cada uno de ellos, a no ser que nos tomemos un año sabático. Otra solución viable es acudir al cine y hacer un barrido turístico a través de una serie de películas que ilustran los sitios más emblemáticos de dichos países. Ese es el objetivo de este viaje panorámico en 35 mm. (o en digital), cuyo cometido también es complementar con información variada el curso Un travelling por el cine asiático que inauguraremos el lunes 6 de junio. Cada día, a lo largo de esta semana, viajaremos por un país distinto… ¿Nos acompañáis?
JAPÓN – LA TIERRA DE LOS KAMI Y KUROSAWA
Si Rashomon, del Gran Emperador Akira Kurosawa, no hubiera ganado en 1951 el León de Oro en el Festival de Venecia y al año siguiente el Oscar a la mejor película extranjera, seguramente no se habría producido la ola de “Japonismo” de los años 50, y mucho menos se hubiera conocido la cinematografía nipona allende los mares: el cine japonés se extendió como la pólvora y muchos festivales incluyeron películas del país de los kami en sus programaciones. Otro de los filmes que hizo que el publico se interesara por ella fue Samurai de Hiroshi Inagaki, con un histriónico Toshiro Mifune interpretando al legendario Musashi Miyamoto y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 1955 (por cierto, el mausoleo de este guerrero casi inmortal se encuentra en el parque de Musashizuka, erigido en su honor en la ciudad de Kumamoto -Kyushu-).
Luego vinieron Yasujiro Ozu y sus dramas costumbristas, reflejo de una sociedad que ya no existe, igual que los callejones que muestran eso barrios residenciales sin demasiada entidad (aun quedan vestigios de ellos en algunas ciudades japonesas). También el cine de Kenji Mizoguchi y su buen hacer con la cámara, y esas producciones suyas que mostraban el oficio de las geishas desde una óptica femenina, anteponiendo los deseos de la mujer antes que los del hombre (por ejemplo Las hermanas de Gion, de 1936, o Los músicos de Gion, del 1953); películas que tuvieron que remar contra viento y marea con los productores (no en vano, el cineasta se involucró activamente a favor del sufragio femenino y causó la mirada airada de ciertos directivos).
Metafóricamente hablando, muchos especialistas han enclaustrado el cine clásico de Kurosawa, Mizoguchi u Ozu en una vitrina, aislada en una habitación fortificada sin ventanas y con la imposibilidad de que ningún rayo del sol naciente pueda deteriorar las bobinas. Esta idea de preservación que roza la obsesión del coleccionista suena muy romántica, pero no es tan descabellada si tenemos en cuenta que durante la II Guerra Mundial miles de rollos de filmes terminaron pasto de las llamas (a consecuencia de los bombardeos sobre Tokio en marzo de 1945) y que durante la posguerra, a falta de una institución que velara por el cine patrio, muchas películas supervivientes quedaron maltrechas o se desecharon al no poder certificar su origen.
El National Film Archive, uno de los seis museos nacionales de arte más importantes del Japón, ha hecho una encomendable tarea de preservar y exhibir el patrimonio cinematográfico.
En este sentido, el National Film Archive, institución administrativa independiente y uno de los seis museos nacionales de arte más importantes del Japón, ha hecho una encomendable tarea de preservar y exhibir el patrimonio cinematográfico del cine patrio: en su encarnación anterior, fue el Centro Nacional de Cine y se puede visitar en el barrio de Ginza, además de quedar muy cerca andando del paseo de la fama a la nipona y su emblemática escultura de Godzilla.
Con todo, una nueva generación de espectadores descubrieron el cine japonés contemporáneo a través de Takeshi Kitano y de una película no japonesa que nos instaba a hacer turismo por la capital: Lost in Translation (2003). Sofia Coppola nos invitaba a perdernos por el entramado de distritos que conforman el área más cosmopolita de la metrópolis, aunque el filme tenía unas localizaciones muy bien predeterminadas de antemano, empezando por el Hotel Hyatt, al lado del majestuoso y megalómano ayuntamiento del Gobierno Metropolitano de Tokio (más conocido por el edificio Tocho, levantado por el prestigioso arquitecto Kenzo Tange), pasando por los karaokes y la avenida principal de la bulliciosa Shibuya, hasta los jardines de Shinjuku. A muchos la música volátil y etérea que acompañaba a los dos personajes interpretados por Bill Murray y Scarlett Johanson les sedujo hasta el punto de tomar de la noche a la mañana un avión rumbo al país del sushi en busca de aquellos paisajes recurrentes vistos en la película (y en muchas otras).
Ya en los años 80 Wim Wenders buscaba esos rincones idílicos que de soslayo intuía en las pocas panorámicas de estética zen que utilizaba Ozu en su películas para dar un respiro al espectador; en su lugar, se topó con un Japón mega industrializado y una megalópolis asfixiada por el vapor y los neones, los campos de golf a lo alto de grandes moles de cemento y una torre de Tokio que hoy en día sigue encandilando por su sonrisa rojiza (todo ello lo dejó inmortalizado en el documental Tokyo Ga).
La Tokyo Tower, nuestra siguiente parada, ha sido un punto de encuentro y la brújula disruptiva en muchos argumentos: siempre destruida en el kaiju eiga (¿cuántas veces ha sido reconstruida por culpa del aliento atómico de Godzilla?), o en los anime (X-1999), siempre recurrente en las comedias románticas y mitificada desde sus cimientos en producciones como la trilogía Always de Takashi Yamazaki. Ahora debe competir con la del barrio de Asakusa, la Sky Tree, el doble de alta y vertiginosa, pero sin su reconocible rostro bermellón (por cierto, protagonista absoluta del anime Tokyo Marble Chocolate, de 2007).
Un poco más al oeste, en la ciudad de Mitaka, se alza en un entorno de naturaleza inmejorable el Museo Ghibli, presidido por el robot de Laputa
Más allá de Tokio hay otros puntos de interés. Antes, para recuperar fuerzas, se puede repostar en el Gonpachi Nishi-Azabu: ¡el restaurante de Kill Bill! (sito en el barrio occidentalizado de Roppongi). Listos para una excursión al Museo de Tora-san en la ciudad de Shibamata (nordeste de Tokio), la residencia oficial de este personaje ideado por Yoji Yamada en 1969 y que generó un eterno serial fílmico hasta el fallecimiento de su actor, Kiyoshi Atsumi, en 1995. Un poco más al oeste, en la ciudad de Mitaka, se alza en un entorno de naturaleza inmejorable el Museo Ghibli, presidido por el robot de Laputa.
Tomando el shinkansen (el tren bala) podemos desplazarnos hacia el sur y hacer un barrido del “otro Japón”, empezando por su capital imperial: Kioto. Allí lo más recomendable es pasearse al anochecer por el barrio de Gion (situado al este de la ciudad, a los pies del Templo budista Kiyomizu-dera): el distrito de las geishas y las maiko por antonomasia, y escenario natural de Memorias de una geisha (2005).
Siguiendo la ruta del tren bala nos paramos en algún antro del barrio de Dotonbori de Osaka, cuya distribución urbana (abigarrada y laberíntica) fue aprovechada para rodar algunas escenas de Sayonara (Joshua Logan, 1957) y Black Rain (Ridley Scott, 1989). Para cerrar el círculo una visita al Castillo de la Garza Blanca de Himeji nos hará rememorar las localizaciones naturales de Kagemusha (1980) y Ran (1985), ambas rodadas por Kurosawa con ayuda de capital extranjero, rodadas por el director que, como hemos visto, empezó la fiebre por el cine japonés. Una adoración final a los santuarios sintoístas y los budas de Nara, ciudad natal de Naomi Kawase y su cine espiritual y emocional, pondrá punto y final a nuestro viaje por la tierra de los kami.
Y hasta aquí nuestro recorrido de hoy… podéis encontrar muchas más rutas a través de ese país fascinante que es Japón en la web Japón Alternativo, donde encontraréis información muy interesante para conseguir un viaje inolvidable junto a reportajes sobre cine japonés.
Mañana más… Volaremos hasta Corea del Sur…
Por Eduard Terrades Vicens