Año: 2011
País: Hong Kong, China.
Director: Peter Chan.
Duración: 115 m.
Género: Artes marciales.
Protagonistas: Donnie Yen, Takeshi Kaneshiro,
Wei Tang, Wang Yu, Kara Hui.
Sinopsis: Durante la Dinastía Qing (1917), en la cúspide de la transición de China de la monarquía a una república, Liu (Donnie Yen), es un fabricante de papel que vive de forma apacible con su esposa Ayu (Tang Wei) y sus dos hijos. A su remota aldea llega el detective Xu (Takeshi Kaneshiro), quien está investigando la muerte de dos bandidos durante un robo. Su tenaz investigación le llevará a concluir que Liu esconde más de un horrible secreto que acabará por amenazar a la aldea y a su familia.
Crítica: No es esta una película al uso que vayan a disfrutar los aficionados más acérrimos a las piruetas de Donnie Yen. Aquí las escenas de acción, que con todo y con eso las hay y muy buenas (con un dinamismo excelente en los combates y muy bien coreografiadas por el propio Donnie Yen), quedan minimizadas por la potente historia y el estilo visual empleado por Peter Chan, un auténtico maestro a la hora de trasladar a la gran pantalla el espíritu y el alma de los wuxia clásicos, como ya demostró hace unos años en la magnífica The Warlords: los señores de la guerra. Moviéndose de nuevo con un elenco actoral que quita el hipo: Donnie Yen (siete películas en tres años y no te cansas de verlo), Takeshi Kaneshiro (actor fetiche del director) y la guapísima Tang Wei (inolvidable desde aquella maravillosa interpretación en Deseo, Peligro, de Ang Lee), Chan logra fusionar de manera meritoria los elementos que atraen al público internacional con algunas de las sensibilidades autóctonas de las artes marciales. El film gana en originalidad cuando se nos presentan algunas escenas en planos generales y al cabo de un tiempo se vuelven a mostrar esas mismas secuencias desde primeros planos y planos medios. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el enfrentamiento que tiene lugar entre Liu y los dos ladrones que se dedican a agredir impunemente al tendero del pueblo. Cuando el detective Xu pida a Liu que vuelva a relatar de manera pormenorizada cómo ocurrió la refriega, se nos volverán a mostrar las mismas imágenes, pero con una diferencia sustancial que enriquece y de qué manera el conjunto (no desvelaremos nada, aunque diremos que es un fragmento digno del mejor de los episodios de cualquier CSI). Liu es el centro de todo lo que acontece; su escondite perfecto se verá dinamitado cuando los viejos fantasmas familiares en forma de setenta y dos demonios aparezcan para reclamar lo que es suyo. Aunque la trama del hombre con un pasado teñido de violencia que busca la paz y el sosiego cobijándose en una nueva identidad se haya tratado una y mil veces en el cine (citaríamos dos ejemplos, uno de cine clásico: Llega un Pistolero, con Glenn Ford; y otro de cine moderno: Una Historia de Violencia, de David Cronemberg), la importancia de los personajes en el peso de la trama (tanto Yen como Kaneshiro están espléndidos en sus respectivos roles), sus motivaciones y el dramón familiar que se nos explica, hacen de ésta una propuesta realmente recomendable. La intriga está muy bien llevada, y las soluciones a los diversos enigmas se nos irán administrando a cuentagotas, aunque quizás algunos momentos están explicados de manera un tanto torpe.
A destacar también la hermosa escenografía, cuidada hasta el último de los detalles, y que recuerda por su rusticidad a films clásicos como Tierra Amarilla de Chen Kaige; y la cuidada banda sonora de Peter Kam, quien ya trabajara a las órdenes de Peter Chan en la ya citada con anterioridad Warlords. Se agradece también que en las escenas físicas no se haya abusado ni de las cuerdas ni de los efectos digitales, lo que dota al conjunto de un dinamismo y un realismo bastante conseguido, lejos de esas propuestas tan fantásticas como poco creíbles que provocan el rechazo de quien las mira. En definitiva, un curioso acercamiento a un género que parece revitalizarse por momentos (Reign of Assassins sería otro título a tener muy en cuenta) uniendo espectáculo con momentos de gran belleza espiritual. Tiene alma, tiene mensaje y es una delicia.
Lo mejor: Su apuesta por redefinir el género al que da nombre el film.
Lo peor: Su resolución puede decepcionar por no seguir las pautas establecidas en este tipo de films.
Por nuestro colaborador Francisco Nieto